Puede que el detalle más relevante de las recientes elecciones municipales en Cataluña haya sido la abstención en masa de los independentistas, pregonada y hasta alentada desde los digitales del régimen durante toda la campaña, especialmente por sus columnistas más irredentos. Según éstos, dada la traición de todos los partidos procesistas al sagrado 1 de octubre y su supuesto mandato popular, se imponía castigarlos con el desprecio inherente a la abstención electoral. Y es muy probable que parte de la abstención lazi se haya debido a eso, pero yo diría que quienes la promovían se olvidan de otro sector del procesismo, compuesto por quienes han dejado de creer en la posibilidad de la independencia del terruño y, a la hora de acudir a las urnas, han optado por quedarse en casa refunfuñando, que es algo que al patriota catalán siempre se le ha dado divinamente (por no hablar de los que han acabado votando a un partido de los del 155, que también podría ser).
En cualquier caso, el hundimiento del lazismo se ha hecho muy evidente tras estas últimas elecciones: ERC se ha pegado una chufa de las que hacen historia, Junts ha perdido concejales a punta pala (el consuelo de Trias en la alcaldía de Barcelona no sé hasta qué punto es tal, dado que se trata de un convergente de los de antes que no sacó el tema de la independencia en toda la campaña y que es capaz de pactar con quien haga falta para encaramarse al sillón), la CUP ha sido borrada prácticamente del mapa (siempre le quedarán Girona y Berga, eso sí) y, para acabarlo de arreglar, han aparecido unos partidillos de extrema derecha indepe que no son más que la versión nostrada de Vox (partido que, por cierto, ha pegado el estirón entre nosotros en estas elecciones, colándose en un montón de ayuntamientos, incluido el de Barcelona).
Hacía tiempo que el prusés languidecía, pero creo que después de las elecciones del pasado domingo, ya podemos ir dándolo definitivamente por muerto (lo mismo que, en el otro extremo del arco municipal, a Ciudadanos, ese partido que empezó tan bien y acabó tan mal por culpa de su adhesión a la derechona y de las tendencias suicidas de su líder, Albert Rivera). Entre los que están cabreados con los partidos supuestamente independentistas y los que se han dado cuenta de que la independencia ni está ni se la espera, el frente lazi se ha quedado para el arrastre (esperemos que el previsible triunfo del PP en las generales no lo resucite).
Si recordamos la reciente campaña electoral, veremos que la palabra independencia no salía por ninguna parte y que todos los candidatos se limitaban a hablar de la Barcelona que les gustaba y que era imposible con cualquiera de sus adversarios al frente. El independentismo, perdón por la frivolidad, parece estar pasando de moda y llevar camino de ser una de esas salidas de pata de banco que tenemos los catalanes cada equis años y que nunca consiguen los resultados apetecidos (por algunos). En estos momentos, yo diría que se limita a los exabruptos de Puchi desde Waterloo, a las turbias actividades de Plataforma per la llengua (también conocida como la Gestapo del catalán), a la cansina llorera sobre la presunta (o sea, falsa) muerte del catalán como idioma de uso extendido y al programa televisivo de Xavier Graset Mes 3/24.
La verdad es que ya iba siendo hora de que los lazis se derrotaran y dejaran de incordiar. Puede que hayan tardado mucho en darse cuenta de que lo suyo era un viaje a ninguna parte, pero ya se sabe que más vale tarde que nunca.