El miércoles es el día negro de la semana, al menos políticamente. Durante la sesión de la mañana sus señorías suelen preguntar al presidente del Gobierno lo que consideran oportuno y este suele responder lo que le viene en gana. Es imposible desacreditar tan fácilmente al sistema parlamentario actual. Este pasado miércoles negro Sánchez tuvo a bien reconocer que ya se le denomina “el hombre multianuncios”. Es innegable su facilidad, descaro y ligereza para hacer público en mítines las próximas medidas que el Gobierno aprobará en el siguiente Consejo de Ministros y Ministras.

Algunos han descrito el patetismo de los ministros y ministras de Podemos cuando aceptan --en silencio y con la cabeza baja-- la correspondiente nueva medida impuesta por el presidente, con tal de seguir en el cargo. Pero quizás esa penosa compostura no se haya de reducir a ellos y ellas. Es la propia actitud de Sánchez la que se asocia más a la de un charlatán de feria que a la de un digno presidente del Gobierno y secretario general del PSOE.

“Señora, si se lleva la manta, le regalo otra. Si compra las dos, le regalo un juego de sábanas del Pirineo”. Murmullos y aplausos entre los asistentes. Siempre algún señor --previamente acordado-- celebra la oferta y levanta el brazo con su cartera en mano. Y el charlatán exclama: “A usted, por ser el primero, le regalo este juego de vasos”. Los murmullos son ya exigencias de compradores impacientes. Y el negocio para el vendedor es redondo. Ni las mantas tienen algo de lana, ni las sábanas son de algodón, ni los vasos aguantan el frío o el calor. El charlatán de feria fue un tipo de estafador consentido que regalaba cinco pesetas y cobraba cien duros.

Pasado más de medio siglo, este modelo de pícaro ha mutado en el político que ofrece productos o medidas de corte social, pero de compleja tramitación para el común de los mortales que intenten beneficiarse de ellas. Puro mercadeo. Tales tácticas electorales recuerdan aquella definición de pan que hizo el gaditano Francisco Javier de Istúriz, presidente del Gobierno en tres ocasiones con Isabel II: “Es un alimento indigesto inventado por los tiranos para llenarle la barriga a la plebe”. Las campañas electorales han tornado también en consignas de aire para llenar la cabeza de ciudadanos aburridos, incautos o militantes.

Vista la absoluta e incorregible falta de ética política de muchos nuestros dirigentes, si hubiese convocatorias de elecciones cada seis meses asistiríamos a una permanente feria de promesas, incluso el ciudadano podría comprobar si dichas ofertas se concretan en medidas tangibles unos meses más tarde. Llegado a este punto de absoluto desatino, sólo caben dos opciones: o la Junta Electoral Central impone el cumplimiento de la ley y sanciona a los charlatanes de feria o el crecimiento exponencial del populismo electoralista debilitará aún más nuestro sistema democrático. 

En el mercadeo electoral da igual lo que se venda, lo importante es aparentar algo de avance social. En cierta ocasión, Ramsay MacDonald, primer ministro laborista en los años 20 del pasado siglo, coincidió con Winston Churchill, aspirante aún a inquilino de Downing Street. Este no pudo reprimir su enojo por la campaña electoral del laborista y le dijo: “Ustedes no podrán cumplir jamás las promesas que hacen al pueblo”. Y el veterano MacDonald le contestó: “Posiblemente, pero por lo menos cumpliremos las que ustedes les hacen”. Fuegos fatuos de izquierdas o de derechas, tan hueros como conocidos.