Como casi todo el mundo, también yo he visto fragmentos del programa de Telecinco Sálvame durante los catorce años que se ha tirado en antena. Ya sé que más me habría valido revisar los clásicos de Dreyer o Murnau en vez de tragarme las tanganas de la pandilla basura de Jorge Javier, pero ya se sabe que la carne es débil y que a veces no tiene uno el coco para profundidades intelectuales y acaba viendo cosas de las que, en el fondo, abomina (aunque reconozco que siempre he tenido una extraña debilidad por Paquirrín, que, aunque sea un irresponsable y un vago de siete suelas, me parece un buen muchacho que bastante ha hecho sobreviviendo a una infancia en la que lo más parecido a un padre que tuvo fue Encarna Sánchez). ¿Lamento el inminente final del programa? No especialmente. Tampoco hay que exagerar. Como cantaba Héctor Lavoe, “Todo tiene su final/ Nada dura para siempre/ Es preciso recordar/ Que no existe eternidad”.

Además, la telebasura es como la energía: ni se crea ni se destruye, solo se transforma. Adiós, Jorge Javier. Hola, Ana Rosa. Para mí, la principal diferencia entre ambos es que con la señora Quintana habrá menos concesiones al frikismo y, en consecuencia, menos oportunidades de diversión para quienes tenemos un sentido del humor tirando a retorcido. En resumidas cuentas, que me la sopla si Sálvame se acaba o si dura catorce años más. Lo que me sorprende es que su desaparición esté siendo tomada en ciertos ambientes como una cuestión de estado e, incluso, como una derrota del progresismo ejemplar de Jorge Javier, ese héroe de la clase obrera, frente a la mentalidad reaccionaria de Ana Rosa.

Siempre he creído en aquello que le decía Holmes a Watson de que, si eliminamos todo lo imposible, lo que queda, por inverosímil que parezca, es la verdad. Así pues, uno achaca la desaparición de Sálvame al inevitable cansancio acumulado a lo largo de sus catorce años de emisión, que ha conseguido que el devoto del programa deje de serlo, harto ya de los berridos de Belén Esteban y los monólogos tabernarios de Coto Matamoros, por no hablar de los disfraces de cacatúa de Lydia Lozano y esa vena en el cuello, siempre a punto de estallar, que lucía María Patiño. De hecho, yo creo que tiene mucho mérito haber aguantado tanto tiempo con ese material de derribo, estirado como un chicle y capaz de acumular horas y horas de emisión a base de asuntos reiterados hasta la extenuación y que piadosamente podemos tildar de pedestres. También le reconozco el mérito a Jorge Javier, un hombre hecho a sí mismo, de origen humilde, con cierta preparación intelectual (aunque eligiera el lado oscuro de la fuerza) y mucho más listo que sus secuaces, que le deben la vida, pues suya fue la idea de prescindir de las celebrities de medio pelo habituales en la telebasura para convertir en estrellas a los cotillas en nómina. Antes de Jorge Javier, los (supuestos) periodistas les buscaban las cosquillas a los famosos; después de Jorge Javier, los profesionales del chismorreo se arrancaban mutuamente los ojos en público y así divertían a la audiencia, encantada de ver un plató televisivo convertido en una corrala zarzuelera de baja estofa.

La reacción que más me pasma ante el fin de Sálvame es la de quienes ven una jugada pepera en la nueva dirección de Telecinco. Ciertamente, Ana Rosa parece una señora de orden, y Jorge Javier lleva cierto tiempo sobreactuando como vocero de la nueva izquierda, pero, en el fondo, los dos se dedican a lo mismo, aunque cada uno a su manera, eso sí. Confieso que Jorge Javier me cae bien, pese a que no lo conozco de nada, pero no parece haberse dado cuenta de lo difícil --por no decir imposible-- que es compatibilizar el cargo de Rey de la Telebasura con el de Progresista Oficial del Reino. Es como si quisiera ser relevante políticamente, cuando no le hace ninguna falta. Si sigue así, acabará presentando algo en el canal de Pablo Iglesias (título provisional, Rojos y maricones, en referencia a su propio comentario sobre la supuesta audiencia de su programa). Y lo curioso es que mucha gente le sigue la corriente y se toma su cese como un triunfo de la derechona, representada por la señora Quintana. Aún va a resultar que la Telecinco de la larga era Vasile era un prodigio de ilustración y progresismo que se va a convertir en un templo de la reacción.

Yo más bien creo que la nueva dirección pretende suavizar sus contenidos, sobre todo porque los de siempre han dejado de ser rentables y hasta los fans más entregados de la Princesa del Pueblo están hasta el moño de sus verdades del barquero y de que lleve catorce años viviendo a costa de poner de vuelta y media a su ex marido, el torero. O sea, que la cosa ya no da más de sí y es del género tonto intentar convertir un leve cambio en el universo de la telebasura en una lucha entre el progreso y la reacción. A partir de mediados de junio, eso sí, los fantasmas de Dreyer y Murnau me agradecerán que les vuelva a hacer caso, pues no pienso tragarme ni el más mínimo fragmento del programa de Ana Rosa, una señora contra la que no tengo nada, pero que me aburre lo más grande y no me sirve ni para esos momentos de cansancio mental en los que caía en manos de Sálvame, sobre todo si salía DJ Kiko.

Puede que el mundo de Jorge Javier se basara en la miseria moral, pero a los fans de Torrente nos había llegado a hacer gracia en alguna ocasión por su tono entre chocarrero y zarrapastroso. Lo de Ana Rosa también es miseria moral, pero disimulada de elegancia, corrección y tronío, pues esa mujer es inmune al frikismo y sus involuntarias posibilidades cómicas, que el perverso señor Vázquez explotaba con saña. No sé qué hará Jorge Javier a partir de ahora. Espero que no le dé por seguir tomándose tan a la tremenda y por aspirar a una carrera política. Con el dinero que ha ganado, puede dedicarse en serio a la literatura o al teatro, que tanto le gustan, en vez de convertirse en un tonto útil para los cenutrios de la mal llamada nueva izquierda. El hombre pasó por la universidad, es fan de Gil de Biedma y quienes lo conocen aseguran que no es ningún merluzo ni, mucho menos, un analfabeto como sus secuaces de Sálvame, de cuyos hilos ha tirado durante catorce años sin que se dieran cuenta.

Y en cuanto a los españoles en general, ¿no creen que tenemos problemas más acuciantes que la sustitución de un estilo de telebasura por otro?