¿Qué más da si empezó el primer día por No Surrender y el segundo por My Love Will Let your Down o al revés? ¿Si dijo “Hola, Cataluña, hola, España y hola, Barcelona”, y en qué orden? Bruce repitió sus temas, como cada año; él no se cansa y nosotros tampoco. Pero no hagamos el papanatas vociferando que a Bruce le acompañaron Obama y Spielberg, como si fuese el anuncio del nuevo orden mundial democrático, cuando en realidad hicimos un “la comarca nos visita” en toda regla. Se notó que las elecciones están a la vuelta de la esquina cuando el expresidente de EEUU se paseó por el casco antiguo como si fuera la Habana Vieja, antes de que Michele Obama y Kate Capshaw salieran al escenario; en el segundo pase de Bruce llegaron Tom Hanks y Rita Wilson, quienes acompañaron a Springsteen debajo del escenario, como se hace en una boda cuando los invitados cantan el Mediterráneo de Serrat.
En su dulce paseo a pie en el casco antiguo, Obama tuvo razones para pensar que en Barcelona no hay tantos coches. Se puede ir a pie por la entraña de la ciudad rodeado de buena seguridad y sin motores de escape. Sin valorar el entorno, porque la ciudad central no está mal servida, aunque el conjunto del área metropolitana presenta deficiencias históricas debido a que los gobiernos convergentes de los que formó parte el candidato Xavier Trias impidieron la red reclamada siempre por los municipios de la corona.
Todos los amigos de Bruce pernoctaron en el Hotel Florida para ver la ciudad a vuelo de alcatraz. Muy empalagoso y hasta rancio. Hablaron de la piedra gótica y de nuestro pequeño barrio judío, pero una vez visto el no man’s land de Barcelona, se acostaron en las alturas, sobre la frontera que divide el Tibidabo de los Andreu de la Collserola de los Güell.
También la Misa de Mozart, con la Filarmónica de Berlín y el coro del Palau, ha sonado bien en la Sagrada Familia, sin que nadie se suba por las paredes. No podemos vivir de la cultura, sino con la cultura. Y, ante todo, contención: ni Bruce es la cima única del pop ni nos interesa demasiado dónde duerme, como tampoco nos afectan el recorrido gastronómico de Dua Lipa o los viodeoclips de la fantástica Rosalía en el Raval. Ni todo es paella, ni todo es cultura. Y añadamos que la llamada cultura popular es una pendiente muy inclinada, carente de significado y dispuesta a negar con disculpas el trabajoso acceso al auténtico arte.
Barcelona se da de bruces con el triple empate en las municipales del 28M. Se presume la victoria ajustada del PSC, seguido de Junts y BComú, que descuelga de la batalla a ERC, según el sondeo de Electomanía para Metrópoli Abierta. Mientras avanza la precampaña, la ciudad de los prodigios podría añadir al coro político de Bruce el soneto, obra del quimérico Rector de Vallfogona, dedicado a una hermosa dama de melena azabache, que bien podría se Michele Obama: Ab una pinta de marfil polia/... sos cabells de finísima atzaneja.
De lo que cuesta mantener una ciudad nos hablan los cálculos de movimientos civiles que, más allá de los portales oficiales, pretenden convertir la transparencia en algo más que una moda pasajera. Alrededor de 8.000 municipios españoles gastan menos de lo que pueden, tienen superávit, mientras Barcelona registra un déficit de 190 millones de euros en los últimos cuatro años, incluidos en ellos los dos años de la pandemia. Si el déficit equivale a servicios no prestados, es malo que demos sensación de anfitriones ricos de los ricos. Pero bravo por no caer en el principio de Harpagón, aquel personaje de Molière tantas veces mal comparado con el catalán way of life.