El día auguraba tormenta en el Ministerio de Igualdad. La tarde anterior Irene Montero había regresado de su viaje relámpago a Nueva York, donde había participado en la sesión de la Comisión sobre la Condición de la Mujer de la ONU, dedicada a la brecha de género en el mundo digital. Volvía, así lo había filtrado en discreta llamada telefónica una de sus secretarias, destemplada y con el rictus torcido en los labios. Demasiadas cosas en muy pocos días. Había convocado, mientras sobrevolaba el Atlántico, una reunión de crisis de su gabinete a las diez en punto.

Pasadas las nueve y media, y con cara de haber pasado una noche toledana, llegó trastabillando Lilith Verstringe, secretaria de Estado de la Agenda 2030. Saludó abúlica al personal, alzando el puñito y musitando su sempiterna melopeya –"Ma-ña-naaa... Es-pa-ñaaa... será re-pu-bli-canaaa"— y se dejó caer, desvencijada, en una butaca de la sala de juntas, comenzando a roncar a los pocos segundos. Al rato apareció Isa Serra, la portavoz de Podemos en la Asamblea de Madrid y asesora del ministerio, con la cara lavada y recién peinada. Y ya eran casi las diez cuando asomaron, al unísono, Ione Belarra, ministra de Derechos Sociales y Agenda 2030, aferrada a sus carpetas, y Ángela Pam Rodríguez, secretaria de Estado de Igualdad. Traía la mujer expresión de I can't get no satisfaction, por lo que el personal interpretó, no sin malicia, que una vez más había vuelto a quedarse sin pilas alcalinas durante la noche.

A todos les pareció que el semblante de Irene no auguraba nada bueno. Irrumpió en la estancia con el ceño fruncido y los morritos más arrugados que una pasa de Corinto. Descargó su tablet y varios informes, se sirvió un té con aguachirle de avena y entró sin dilación en materia.

—A ver, chiques, os he convocado porque esto no va nada bien. El PSOE reforma la Ley de Libertad Sexual. Nos la meten doblada. Ya sabéis que el otro día se dio luz verde por vía urgente a su tramitación, con votos a favor de peperos y ciudadanos; este 8M hemos dado imagen de desunión, con manifestaciones paralelas, y con notable bajada de participación... Y me tuve que oír a más de una diciendo que nos pasamos diez pueblos en casi todo, y que así que no... –resumió adusta, yendo a clavar su mirada en Pam—.

—¿A mí me miras? –interpeló con cara de bizcocho recién horneado la secretaria de Estado—, ¿no me estarás culpando de todo eso a mí, no?

—Aquí hay para todos, pero tú deberías ser la primera en hacértelo mirar, reina, porque no paras de rajar y carcajearte en los medios... ¡Que si los violadores saldrán a miles de las cárceles; que menuda pena que no pudiera abortar en su día la madre de Santiago Abascal; que cómo es posible que al 75% de las jóvenes les vaya mucho más el "aquí te pillo, aquí te empotro" que la auto estimulación! ¡Y que el consolador es una máquina de matar fascistas! ¿A ti eso te parece normal, tía? ¡Nos están atizando a base de bien en todas las encuestas! ¡Nunca nos habían puesto a parir así en las redes!

—Oye, oye, a ver, con mi satisfyer no te metas, bonita de cara, que Marx nos creó a todas libres... –gruñó molesta Pam cargando lanza en ristre—. ¡Si tengo foso con cocodrilos, puente levadizo y rastrillo en mi castillo es cosa mía! ¡Como si la continencia verbal fuera lo tuyo! ¡Menudas peroratas largas tú con cara de acelga hervida: que lo que toca ahora es ocuparse del placer de las de 70 y 80 en los geriátricos; que a ver cómo normalizamos lo de la coyunda en días menstruales...!

—Mira, Pam, así no vamos bien. Te pasas el santo día enmerdando en Twitter y en Instagram: que si tú eres "bollera de barrio de confianza"; que si estás en eterno problema con tu cuerpo; que si todos los españoles son fachas y violan a tope... Te dedican artículos a todas horas. Y Pedro Sánchez está hasta el gorro de nosotras, se sube por las paredes como un gato, y nos culpa de que las encuestas no le sean favorables. Lo sé de buena tinta. Entre lo de Tito Berni, la moción de censura de Tamames, y lo de la ley del sólo sí es sí, está que echa espuma por la boca. Y las municipales están a la vuelta de la esquina, y en cuatro días Navidad y generales... ¡Y todas a la calle!

—¡Bah, para nada, no sufras, que el Gobierno de coaflicción, digo de coalición, está asegurado! –aseveró esbozando una sonrisilla cínica—. Oye... ¿No será que lo que a ti te amarga el café es ese análisis crítico que te dedica Gloria Elizo, ¡una de las nuestras!, en El Mundo? ¡Dice que eres un "cóctel explosivo y que lo tienes todo para provocar odio en muchos sectores"; que tienes una visión sesgada de las cosas; que no has desarrollado tu capacidad para hacer política, y que sólo entiendes la política como una guerra constante! ¡Y, ah, sí, que tú y Pablo os comportáis como si Podemos fuera vuestro coto de caza privado!

Si hasta ese momento la expresión de contrariedad de Irene era notoria, escuchar eso casi le desfigura el rostro. Durante segundos interminables flotó en la sala un silencio de ultratumba.

—Mira, lo que más me jode de este artículo de Gloria es que haya puesto el dedo en la llaga al señalar que parte de mi problema es haberme rodeado de un equipo no capacitado para estar en primera línea de la política... ¡Vamos a dejarlo estar, Pam! –zanjó taxativa—. En cuanto a ti, Ione, chata, hazme el favor... ¡Deja ya de llamar a Juan Roig "capitalista despiadado" cada dos por tres, basta de poner a parir a Mercadona por haber ganado un 5% más que el año anterior, y de exigir que se intervenga la cesta de la compra y de promover boicots! ¡Si es que parecemos unos antisistema!

Lilith Verstringe, que seguía durmiendo plácidamente, abrió en ese preciso instante los ojos y bostezó. Había escuchado la última parte de la invectiva de la ministra.

—¿Qué dices, Irene? ¿Ya no somos antisistema, muy anarquistas y republicanos? –interpeló estirando los brazos— ¿O lo dices porque si se nos acaba el chollo acabaremos todas de cajeras en el Mercadona? ¡Ay, no sé, perdonadme chicas, pero es que hoy estoy taaan cansada!

—¡Madre mía, qué he hecho yo para merecer esto! –se lamentó Irene hundiendo el rostro entre las manos— ¡Pero si es muy fácil, coño, sólo os estoy pidiendo que mantengamos, hasta que las aguas vuelvan a su cauce y todo se tranquilice un poco, un perfil más bajo, menos combativo! ¡Ocupémonos de asuntos menores, de cosas que no encabriten a todo el corral!

—¡Eso está hecho, Irene! –exclamó Isa Serra, achispada, chasqueando los dedos—. Mira, ya tenemos esos dos informes de los que te hablé, breves pero concisos. Y a precio de ganga, a 50.000 euros cada uno. Este de los semáforos es muy bueno... ¿Sabéis que el algoritmo de los semáforos es machista y perjudica a las mujeres? ¡Os paso copia a todas! ¡Y luego está este otro, que confirma que en este país pecamos de hablismo y glotofobia, como Pablo Motos, y que aquí todo el mundo se burla de su vecino y le discrimina por su acento y por su forma de hablar! ¡Eso son por lo menos dos buenas campañas!

Irene se quedó traspuesta, con cara de pasmarote, ausente. Definitivamente el mundo no estaba a su altura. Respiró hondo y optó por sosegarse. Sonó su teléfono móvil. Contestó con desgana.

—¿Sí...?

—¿Ireneee? ¡Holaaa, que soy yo, la Yoli! Cuchaaa, preciosa, que estaba yo por aquí, en Móstoles, que me he venido a Móstoles a ver si sumo a dos concejales del PSOE que están transicionando más a la izquierda, y me he dicho... ¿Y por qué no aprovechas que estás en Móstoles y llamas, entre suma y suma, a Irene, a ver si quiere sumarse ella también? Y así, sumando sumando, nos salen bien los números... Oye, que sin compromiso, tú háblalo con Pablo, y si no queréis sumaros, pues no pasa nada, pero al menos no me restéis, ¿eh? ¡Es que si me restáis no podremos crecer y multiplicarnos!

—Ya, sí, vale, Yoli, vale, ya hablaremos; oye que te dejo, que tengo un mal día y estoy con jet lag...

—Pues nada, bonita, tómate un Gelocatil y ya hablamos... ¡Salud y República, camarada!