Cuando Jordi Pujol glosa la “moderna reacción espiritualista” nos parece estar paseando con algún monje bajo los soportales peripatéticos de Sant Miquel de Cuixà, al pie del Canigó. La parte religiosa del fundador de Convergència siempre ha sido un trágala exhibido a media luz para reforzar, se supone, su gran corazón. En cambio, la justificación filosófica de su nacionalismo resulta más real; sus referencias a Bergson, Péguy, Boutroux, Malraux o Kazantzakis son más sinceras. Pujol habla de ellos como los maestros de “energía” y a la lista les suma Knut Hamsun –el Nobel alemán que le ofrendó su premio a Goebbels, el ministro de Hitler— o Ernst Jünger, sin olvidarse de un gran referente como Gabriele D’Annunzio, enorme escritor, ideólogo de Mussolini.

La bomba de la rehabilitación, que hoy blanquea la figura del expresident, está semioculta en la republicación reciente de su primer libro, Des dels turons a l’altra banda del riu, basado en sus cuadernos de cárcel de los años sesenta, tras ser condenado por un Consejo de Guerra. Cuando el pasado mes de setiembre la editorial Comanegra iba a publicar el libro, con un jugosísimo prólogo de Joan Safont, citando a los referentes ideológicos del líder nacionalista, Pujol sufrió un ictus. A su vuelta a la normalidad, el padre del nacionalismo recuperó el resuello nacional populista; aceptó que en la primera versión del libro había quitado, por el qué dirán, al citado D’Annunzio y a Ezra Pound, enorme poeta y gran antisemita. Así, los autores que no aparecieron en la primera versión publicada en plena Transición, han vuelto a la palestra: el honorable ha querido esclarecer ahora sus antecedentes, porque las cosas son tal como son y al expresident, a sus 92 años, no le importa que digan que es un facha.

Con el fin del procés, el ambiente se ha hecho más respirable, pero seguimos bajo nuevas confrontaciones sobre la identidad, la lengua o la escuela. Hemos retrocedido. Y Raimon Obiols, líder fundacional del PSC, en su libro El temps esquerp trata de interpretar a la figura de Jordi Pujol en la genealogía del procés. Es decir, del nacionalismo al soberanismo o de aquellas lluvias, estos lodos. Hemos ido de una Cataluña en peligro de muerte hasta la nadería actual, porque ni España se romperá ni la república catalana se sentará en el Consejo Europeo. Obiols propone la vuelta a la lucidez y a la concordia, como lo describieron Nicolau d’Olwer, Jaume Carner y Dionisio Ridruejo, pensando en la “unió i llibertat” del poeta Joan Maragall.

La versión desacomplejada de su pensamiento germinal le sirve a Pujol para hablar de Ramon Fuster, el pedagogo que fundó Tagore, impulsor de Cavall Fort, y corrector de Us presentem al general Franco, texto por el que Pujol fue detenido y juzgado. En el escrito, Pujol cuenta a Ramon Fuster su voluntad de relacionar una serie de nombres que deben inspirar la palanca del cambio. Y no duda en aceptar los inconvenientes que presentan. “Desde Péguy, recomendado, desde el primer momento, por su maestro Raimon Galí, nacionalista con espíritu militar, hasta D’Annunzio”, escribe Manel Manchón en su artículo Los maestros de ‘energía’ de Jordi Pujol (Letra Global).

El nacionalismo, antiideología plenipotenciaria, siempre vuelve, como la mezquita para la nación árabe, la sinagoga del Irgún, Ramiro Ledesma en Vox o el Sinaí-Montserrat de Pujol. El nacionalismo nunca se mueve de sitio porque vive en el mito y huye del modelo de sociedad. Ensalza la metafísica frente a la razón; hace de la historia una ontología. Bajo la nación, se puede ser liberal, fascista o estalinista y poco importa lo que uno sea, si está en brazos de la tierra-madre. Resulta tragicómico de rehabilitar el origen de la Convergència fundada por Pujol, blandiendo a los “maestros de energía”.