Curzio Malaparte publicó en 1931 Técnica del golpe de Estado. El libro adquirió un renombre en parte bien merecido y en parte porque la temprana publicación dejó fuera dos sonados golpes de Estado: el de Hitler en diferido y por fases en 1933 y el militar-falangista-derechista del 36 en España.
No obstante, la obra de Malaparte sigue siendo un clásico, se aplica como una plantilla para verificar si determinados sucesos políticos hay que calificarlos o no de golpes de Estado.
Aunque Malaparte analiza casos concretos, los de Bonaparte en Francia (1799), Lenin en Rusia (1917), Kapp en Alemania (1920), Mussolini en Italia (1922), Primo de Rivera en España (1923) y Pilsudski en Polonia (1926), es generalista en la teorización del golpe de Estado y este es el principal valor actual de la obra.
Algunas aportaciones de Malaparte son plenamente pertinentes: “Para defender el Estado hace falta conocer el arte de apoderarse de él”; “No es necesario utilizar la fuerza de las armas para tomar el poder”; “En cualquier país democrático es posible dar un golpe de Estado, incluso sin una situación crítica o sin apoyo popular”.
Apliquemos la plantilla a acontecimientos recientes.
¿Qué fueron los asaltos a la sede del Congreso de los Estados Unidos (6 de enero de 2021) por partidarios de Donald Trump y a las sedes en Brasilia de los poderes del Estado (8 de enero de 2023) por partidarios de Jair Bolsonaro?
En ambos casos hubo violencia –y muertos en Washington— porque se forzó la entrada y la ocupación de las sedes desbordando a los servicios de seguridad, pero no se utilizó en puridad “la fuerza de las armas”.
En la apreciación de los hechos, hay que tener presente para su calificación política y penal los cambios tecnológicos y culturales de nuestro tiempo respecto a los tiempos estudiados por Malaparte. Hoy se convoca, seduce y engaña a las masas no por proclamas de espadones y salvapatrias, sino por internet.
Y la neoviolencia no requiere fusiles en un primer momento. Se manifiesta con la ocupación pacífica de calles y de sedes institucionales, precedida y acompañada por la agitación en las redes. Aunque la ocupación nunca es a lo Gandhi, por mucho que se invoquen justificaciones democráticas e intenciones pacíficas.
La neoviolencia adopta formas novedosas, sutiles, sofisticadas incluso, por eso cuesta tipificarla por códigos penales que no incorporan esos cambios.
Hitler acabó de tomar el poder desde las instituciones mismas y lo hizo sin sofisticación alguna, brutal y criminalmente. Hoy, la técnica se ha perfeccionado, pero sigue siendo básicamente la misma: llegar a las instituciones por procedimientos legales para desde las instituciones, usando sus poderes, medios y recursos, socavarlas, vaciarlas y rellenarlas con el nuevo poder, ilegítimo por el procedimiento y por los objetivos.
Si se consigue, es un golpe de Estado diferido, que puede durar días, meses o años; si no se consigue queda como un golpe de Estado fallido, y los responsables acaban en tribunales y cárceles.
Después de la segunda guerra mundial la reconstrucción moral y política de Europa y otros lugares se hizo “constitucionalizando” las sociedades. Las constituciones nunca habían sido tan reconocidas como ahora en su función legitimadora y, a la vez, garantizadora del orden político social.
El orden constitucional deviene el pilar fundamental de la sociedad democrática. Subvertirlo en todo el territorio del Estado o en una de sus partes impidiendo la aplicación de las leyes que dimanan de él es la nueva forma de golpe de Estado.
Trump y Bolsonaro intentaron esa subversión al tratar de impedir la implementación del resultado de las elecciones. Ambos como inductores son imputables de ánimo subversivo, aunque no participaran directamente en los hechos.
Las legislaciones que protegen el orden constitucional, empezando por la propia Constitución (todavía), no han incorporado las nuevas, alambicadas, formas de subvertirlo.
Como explica Byung-Chul Han hemos entrado en la era del psicopoder, como manifestación de la psicopolítica, y las legislaciones aún están en el tiempo del biopoder. Hoy el ciberespacio ocupa el lugar que antes ocupaban los cuarteles y la calle para la toma del poder.
Los códigos penales continúan calificando los hechos de la calle –la subversión y la sedición de nuestro Código—, cuando hoy los impulsos más efectivos para la subversión del orden constitucional tienen su origen en el ciberespacio y las instituciones. La toma del poder no va de la calle a las instituciones, sino de las instituciones a la calle.
Bajo las nuevas técnicas de golpe de Estado diferido desde las instituciones y parcial territorialmente habría que analizar lo acontecido en Cataluña.