Este pasado lunes me sorprendía la larga hilera de personas que, a primera hora de la mañana, esperaban ante el Banco de España. Me acerqué para curiosear qué motivaba que tantas personas, de edad avanzada, soportaran pacientemente un gélido amanecer para acceder al Banco. El motivo, según indicaban, era comprar letras del tesoro, que ofrecen una rentabilidad segura y cercana al 3%. A la vez, mostraban una gran indignación con la banca, por ofrecer unos productos alternativos de rentabilidad muy inferior y por dificultar la compra de deuda pública a través de sus sucursales.
Una imagen extraña pues se vinculan las largas colas ante entidades financieras a la retirada masiva de fondos por temor a una insolvencia, pero no recuerdo haber visto, ni en fotografía, una aglomeración de personas similar para invertir sus ahorros. Y el asombro es aún mayor al acontecer en tiempos de una digitalización que facilita los trámites y alcanza de lleno al sistema financiero. Se entiende, así, el malestar de aquellos pequeños ahorradores agolpados en la calle de Alcalá, especialmente sacudidos por la inflación y que no pueden adquirir letras del tesoro a través de su entidad financiera, dado que acarrean unas comisiones muy elevadas. La indignación de las personas con las que dialogaba se acrecentó cuando uno de ellos citó los elevados beneficios de la banca, especialmente a raíz de la subida de tipos.
Este hecho sorprendente ha tenido escasa relevancia, más allá de lo anecdótico del mismo, y menos que va a tener en unos días, pues los episodios rocambolescos se suceden incesantemente, con lo que el protagonismo de cualquiera de ellos se desvanece a toda velocidad.
Además, como la convivencia ciudadana es la norma y no se perciben manifestaciones explícitas de malestar social, muchos pueden creer que no pasa nada, que las aguas tampoco andan tan turbulentas y que todo volverá a su sitio. Pero me temo que no es así, que el malestar, aún silencioso, se va enquistando y no es de extrañar.
Es difícil que quienes hacen cola ante el Banco de España no se sientan agraviados por sus entidades financieras. Éstas deberían asumir que, y aún más con beneficios tan extraordinarios, les corresponde mostrar la máxima empatía hacia sus pequeños ahorradores y quienes más padecen la subida de cuotas hipotecarias. De no hacerlo, no se producirá ningún altercado, pero nuevos colectivos se añadirán a los que ya se sienten agraviados. Suma y sigue.