La derecha de este país tiene la hipérbole por bandera. Pero en una cosa tiene razón: Oriol Junqueras, el ideólogo del moderno independentismo catalán, volverá pronto a ocupar un escaño y se aproxima el día en que pueda presentarse a la presidencia de la Generalitat o a las elecciones generales. Lo dábamos por amortizado, cumpliendo con una larga inhabilitación, y no. Junqueras vuelve gracias a la rebaja del tipo penal del delito de malversación, una reforma legal hecha como un traje a medida para los líderes indepes, promovida por Sánchez para desjudicializar el problema catalán. Pero el mismo día en el que el Gobierno cierra la agenda catalana –la gradación ascendente: indultos, sedición y malversación—, ERC anuncia una ponencia sobre un referéndum de autodeterminación, que se desarrollará el próximo mes de enero en el congreso del partido republicano.

ERC pide que sea ganador del hipotético referéndum el bando que obtenga el 55% de los votos; de un plumazo, el partido de Junqueras se come para siempre su promesa de no modificar el statu quo del país con menos de un 80% de votos (ahora están por debajo del 40%). Da igual porque no habrá referéndum, como suele decirse frente a las Cortes, en el café del Palace, bajo la bóveda áurica que ordenó levantar el belga George Marquet por consejo de Alfonso XIII.

La política blanda del ladrador y poco mordedor ya era del agrado en tiempos de Heribert Barrera y Jordi Carbonell. Los republicanos temen que su pacto con Sánchez debilite el flanco radical de sus bases. Con un mano, aprovechan su ventaja relativa en la pacificación “arriesgada” de Cataluña y con la otra muestran su programa de máximos, abriendo de farol. Se les ve tanto el plumero que dan vergüenza ajena.

Ante las reformas penales del Gobierno, la oposición no confirma si quiere volver a los dos tipos penales (abusos y agresión) o mantener el actual tipo unificado. Tampoco de desmarca de la revisión blanda de la malversación-fraude de Rajoy en 2015 como alternativa a la regulación actual del Gobierno. Se olvida de razones, pero exige un desembarco de Bruselas, ya que los insultos y el fin de la democracia no surten efecto. Pero la Comisión se enroca ante semejante despropósito. Y desde el centro de gravedad de la UE solo surgen lamentos por el lenguaje barriobajero, el “peor que Perú” (Ayuso) y el “príncipe de las corrupciones” (Arrimadas). A Felipe VI le silban los oídos de quienes le piden a gritos una intervención aplicando el código de urbanidad, que enseñan los Jesuitas y olvidan los colegios mayores de la segregación. Al jefe del Estado no le toca moverse y no lo hará; tiene un toque taciturno que tumba más allá de su paciencia, digna de Job.

La olla exprés de la política española no saltará en enero; la bomba inflacionista de efecto retardado ha sido desactivada por la titular de Economía, Nadia Calviño ¡Courage madame! Que pregunten en el Berlaymont, sede acristalada de la Comisión, y en Fráncfort, sede del BCE, quién es esta alumna aventajada de Mario Draghi. No hace falta leer el ilustrativo ¿Quién le hacía la cena a Adam Smith? de Katrine Marçal, para desilusionarse con el contenido feminista de los Presupuestos del Estado.

Sánchez, el killer, se sitúa frente al PP y con apoyos en los flancos. De uno de estos flancos salta Junqueras sempiterno refrendista. Pero, atención, es el mismo que sortea la malversación. ¿Se irá de rositas para volver a la política? Eso parece.