Un mantra muy generalizado, hasta el punto de que hay periodistas que recurren a él en casi cada pontificación sobre política interior, muy usado en la retórica de los dirigentes del PP, de Vox y de Ciudadanos y también en la de dirigentes independentistas, es el de que Pedro Sánchez haría cualquier cosa “para conservar su poltrona en la Moncloa”, dicho en basto, o en fino “para mantenerse en el poder”.
Y como muestra un botón, con ese fin “miente”, “manipula”, “traiciona y humilla a España” al proponer la reforma del delito de sedición, según los portavoces del PP; en definitiva, “vende su alma” a los independentistas, que viene a ser lo mismo que al diablo.
El mantra, una repetición constante y monótona de una palabra, un calificativo, una frase, tiene la misma función de la ideología, en realidad, es una manifestación ideológica ritualizada: ahorra pensar, da por cierta una idea formulada por alguien en algún momento, que ha sido aceptada y propagada fuera de su contexto y de lo que pudiera haberla justificado.
Una idea, esa de la poltrona, que tal vez fuera cierta y respondiera al propósito implícito en el quehacer de un político o de un ejecutivo empresarial, de un sujeto que mandaba, dispuesto a cualquier cosa para preservar su cargo o su puesto, que hizo fortuna y con la repetición descontextualizada devino un mantra y colgado a alguien, el mantra cumple entonces una función ideológica. Queda todo dicho y sentenciado en negativo sobre él o ella: solo quiere conservar la poltrona.
Volviendo a Pedro Sánchez, todo lo que hace tendría como única finalidad mantenerse en el poder, ni siquiera es necesario rechazar con argumentos lo que hace ni distinguir entre las distintas cosas que hace. Cierto que le aprietan más en unas que en otras, pero el mantra se lo dedican genéricamente por el hecho de gobernar y no gustar cómo gobierna.
Así resulta que, si propuso la prórroga de los ERTE, el incremento del salario mínimo interprofesional y las pensiones, un impuesto extraordinario a las empresas eléctricas por los beneficios “caídos del cielo”, prescindir de la corbata, acordar leyes con determinados grupos parlamentarios o entrevistarse con Joe Biden y Xi Jinping, tenía como objetivo principal guardar la poltrona. Es lo que mayormente le echan en cara en los debates del Congreso de los Diputados y del Senado en lugar de plantarle alternativas.
El mantra por su falta de refinamiento intelectual –no trae aportación alguna de quien lo emite, solo es repetición papagaya— sería aplicable a todo gobernante. Ahora bien, se aplica selectivamente, a unos sí y a otros no. ¿Acaso todo lo que hacen Juanma Moreno, Isabel Díaz Ayuso, Alfonso Fernández Mañueco e incluso el bueno de Pere Aragonès, que tendrá que esforzarse ciclópeamente para conservar el muy honorable sillón presidencial con solo 33 escaños de 135 en el Parlament, no es para mantenerse en el poder?
Porque, veamos, ¿qué político, una vez investido para presidir el Gobierno central, autonómico o local, no lo ha sido para aplicar un programa y para ello necesita mantenerse en el poder?
Es más, si un candidato a gobernante a cualquier nivel en la campaña electoral dijera que no deseaba mantenerse en el poder, aunque añadiera “a cualquier precio”, no merecería la confianza de los electores, “para qué votarle, si dará la espantada”. Ni tampoco la merecería el gobernante investido que no hiciera lo posible para desarrollar el programa por el que le votaron para lo cual tendrá que mantenerse en el poder todo el tiempo que pueda, al menos hasta que cumpla el programa, pierda una moción de censura o dimita por razones personales (normalmente de salud).
El rechazo de determinada opción o la inclinación militante o por simpatía hacia otra opción no tiene por qué estar reñido con un mínimo de racionalidad en el juicio.
Abandónese ese mantra infantiloide, que empobrece el debate, porque es legítimo que Pedro Sánchez quiera mantenerse en el poder, como legítimo es el desempacho de Ayuso o la resiliencia de Aragonès, y opóngasele una crítica argumentada o una alternativa seria, si ha lugar.
Una crítica o una alternativa que oponer igualmente a los otros, en su caso, aunque gocen de bula en la acusación de querer “conservar la poltrona”.