Esta semana estaba repleta de emociones fuertes. Martes, Feijóo y Sánchez tenían su remake de duelo en OK Corral en el Senado. Los dos se emplearon a fondo para centrar el foco sobre PSOE y PP, fagocitando a Podemos y Vox, que quedan fuera de la ecuación. En el bombo, presupuestos, impuesto a grandes fortunas y empresas energéticas y bancarias y reforma del delito de sedición. El Gobierno pasó con nota todos los trámites dejando en el rincón de pensar la reforma de la malversación. ERC constató su soledad.
El PP, viendo que el Ejecutivo hizo gala de mala salud de hierro, se limitó al “se rompe España” porque Bildu sacó pecho por el traspaso de las competencias de tráfico a Navarra. Para la derecha, la Guardia Civil desaparecerá de la Comunidad. La sandez es de alto voltaje. Ya no recuerdan los populares que fue Aznar quien cedió las competencias de tráfico a la Generalitat y más de 140 guardias se pasaron a los Mossos en 1997 como consecuencia del pacto del Majestic. Y mientras gobernó el PP entre 2011 y 2018 la comunidad perdió a 330 agentes. Es el modelo de los conservadores. Si ellos hacen algo, incluida la negociación con ETA, es por España. Si la hacen los progresistas es una traición. La guinda de la sandez la puso la indocumentada Ayuso, en tono grave, como si el acuerdo fuera el principio de fin. Ser indocumentada y populista tiene estos efectos.
Además de esta agenda cargada, el fiasco del sí es sí continuaba coleando. Feijóo se aferró al despropósito de la ley como a un clavo ardiendo. El PSOE mantuvo su posición de perfil e incluso la ministra Pilar Llop casi dijo que ella no estaba y que no tiene respuesta al desaguisado, como si ella ahora no presidiera Justicia y no tuviera un cometido activo. Ahora todas las miradas se fijan en el Supremo, ya que la fiscalía ha sido incapaz de unificar criterio. Irene Montero sigue en su soledad, aunque la portavoz Guadiana de Unidas Podemos, la vicepresidenta Yolanda Díaz, salió como líder del partido para poner en cuestión el acuerdo de la vicepresidenta Calviño con las entidades financieras a cuenta de los hipotecados que han quedado al pairo por la subida de los tipos de interés. Sin duda, Díaz no tuvo el mismo ardor guerrero como líder de Podemos en esta cuestión si comparamos su actitud con la ley del solo sí es sí.
La herida de la ley es sangrante para el Gobierno y para el PSOE, que puede verse arrastrado por la caída de Podemos en unas generales. Sin coalición no hay gobierno de izquierdas, y la izquierda bien haría con lavar los trapos sucios en casa y dejar esa política de enfrentamiento que puede contentar a las bases, que están más politizadas, pero que alejan a los votantes. Y los alejan aún más con el espectáculo de una ley que ha resultado un fiasco de consecuencias todavía no medibles. Hay que cerrar la herida porque Feijóo sabe que en este tema ha mordido en carne y no va a soltarla para que no recoja Vox los réditos. Si no, fíjense en el discurso-bazofia de Vox en el Congreso insultando a la ministra Montero. Sinceramente lamentable y que saque pecho la ultraderecha fascistoide es un insulto a la inteligencia. El nivel es de taberna y con algunas copas de más. La crítica, dura crítica, no debe estar reñida con la educación, y decir que insultar es libertad denota su catadura. Sin embargo, Vox le ganó la partida al PP, que tuvo un silencio vergonzante. Tuvo que salir Cuca Gamarra a la carrera a enmendar el error dando apoyo a la ministra Montero, que tras la bronca salió reforzada, así como el conjunto de la izquierda porque ganó el “así no”. Los únicos que perdieron fueron los populares.
La cosa parecía que no daba para más. Los partidos desempolvaban la tragedia de Melilla para animar el cotarro e incluso la ley de maltrato animal, pero la sorpresa surgió el miércoles. Vino de la justicia. El TSJC absolvió a la Mesa del Parlament de desobediencia por promover resoluciones sobre la autodeterminación y la monarquía. El independentismo lo vivió como una victoria, quizá porque necesita alguna, y la derecha pasó de puntillas porque su juguete ahora es la sedición que, evidentemente, rompe España. Pero los indepes deben estar todavía en shock con la decisión del Supremo británico: Escocia no puede convocar un referéndum sin acuerdo con Londres. Un sablazo de altura para los secesionistas que se han llenado la boca, y de qué manera, poniendo a Escocia como ejemplo. Ahora si no quieres caldo, dos tazas. Pasó en Canadá y ahora en Escocia. Los referéndums deben ser acordados y la unilateralidad no es aceptada ni en Europa ni en América. Deberían tomar nota las mentes pensantes, sobre todo las instaladas en Junts, que siguen transitando por un camino hacía Ítaca que no existe. Semana endemoniada, como ven, y no será la última.