“Aparece así la contaminación, vocablo que está en todas las bocas y en las primeras planas de todos los diarios, pero que todavía no ha servido para modificar sustancialmente nuestra conducta. La conciencia de este riesgo inspiró, no obstante, las Conferencias de París de 1968 y Londres de 1970, y cristalizó en una serie de conclusiones bienintencionadas en el Congreso de Estocolmo de 1973. El hecho de que a esta última reunión asistieran representantes de 110 países indica que la preocupación se ha generalizado, pero, al propio tiempo, el que únicamente siete de ellos se avinieran a satisfacer una cuota para la constitución de un fondo de protección del medio demuestra que dicha preocupación ni es profunda ni se considera vital por la inmensa mayoría de los gobiernos. De la contaminación se habla mucho, como digo, pero la amenaza que comporta, salvo en casos aislados, no cala, no empuja a la acción”.
No, estas palabras no han sido pronunciadas esta semana. Fue en 1975. Las declamó Miguel Delibes en su discurso de ingreso en la Real Academia Española (RAE), que tituló El sentido del progreso desde mi obra. Huelga decir que de ellas se infiere que no hemos aprendido nada o, si queremos ser más optimistas, que nos está costando muchísimo aprender.
La COP27 celebrada días atrás en Sharm el-Sheij (Egipto) ha concluido de nuevo con unos resultados pobres. Tanto que para muchos lo mejor es que no haya habido un retroceso en relación con el acuerdo de París de 2015, en el que se decidió poner el límite de la subida de la temperatura en 1,5 grados respecto a los niveles preindustriales, una cifra que los científicos consideran “tolerable”. Y se ha estado tan cerca de enterrar aquel acuerdo que la Unión Europea amenazó a última hora incluso con abandonar la COP27 si se retiraba el compromiso.
Se supone que los representantes de los países presentes en Egipto están convencidos de tres cuestiones. La primera es que el calentamiento global está producido por la emisión de CO2. La segunda es que si no se reducen de manera drástica estas emisiones, las consecuencias de ese calentamiento serán letales para la vida en el planeta. Y la tercera, que enlaza con las anteriores, es que son conscientes de la necesidad imperiosa de actuar ya. Sin embargo, los pasos dados cumbre tras cumbre son muy tímidos. Cierto es que en todas ellas hay avances, pero también que son insuficientes para frenar este fenómeno global que pone en riesgo la Tierra. Hay que destacar que en la cumbre que acaba de celebrarse ha habido un acuerdo importante. Se va a crear un fondo para que los países que más están sufriendo los estragos del calentamiento global puedan afrontarlos. No es poca cosa, pero obsérvese que estamos ante un acuerdo que no incide en un compromiso legal, con fechas, que obligue a la comunidad internacional a una reducción de emisiones que verdaderamente mitigue el problema.
Por tanto, el balance es pobre. La ministra Ribera ha dicho en relación con los resultados relacionados con la reducción de emisiones que han sido “manifiestamente mejorables”. Es cierto. Por eso la ambición tiene que ser máxima en las próximas cumbres. Los científicos dicen que estamos al límite, pero aún a tiempo de parar el desastre. Hay que hacerles caso. Esto es una cuestión científica. Además, la opinión pública simpatiza en general con estas medidas porque, después de muchos años de explicación de una certeza avalada por la ciencia, consideran el cambio climático como una amenaza real. Las empresas, por su parte, también son conscientes de que si se suben al carro de la transición ecológica, de la economía verde –algo que, por otra parte, es una obligación—, contribuyen a la salud del planeta y no se quedan atrás en las nuevas oportunidades legítimas de negocio.
Los países deben ponerse de acuerdo. La lucha contra el cambio climático es una cuestión solidaria por obligación. O hay compromiso de todos, esencialmente de los principales emisores, o no hay nada que hacer. El CO2 no entiende de fronteras, obviamente.
Miguel Delibes era un escritor, no un científico. Pero algunos de sus augurios o se han cumplido o van camino de hacerlo. Si la Humanidad sigue el camino que denunció en 1975 ante los académicos de la RAE en El sentido del progreso desde mi obra nos veremos obligados a seguir al pie de la letra lo que gritó al finalizar su discurso: “¡Que paren la Tierra, quiero apearme!”.