El 23 de noviembre se celebrarán elecciones en la CEOE. En momentos convulsos, como los actuales, es positivo que las organizaciones se sacudan las telarañas y superen su espacio de confort. En estos cuatro años, la patronal española ha estado inmersa en numerosas discusiones internas, conflictos mal cerrados pocas veces superados a través del diálogo. Han sido años de ordeno y mando, lo que no es ni bueno para la patronal ni para el conjunto de la sociedad civil.
Antonio Garamendi quería llegar a las elecciones como el único espadachín en la contienda. Quería eludir el debate y convertirse en el único aspirante a la reelección. Como hace cuatro años, cuando el entonces vicepresidente se presentó para sustituir a Joan Rosell sin que nadie le tosiera. Eran momentos, seguramente, de cerrar filas tras el mandato del catalán al que acusaban de no someterse a los cenáculos de la capital. Esto sí que lo ha hecho bien Garamendi, que más que un empresario es un relaciones públicas, que prefiere que su guardia pretoriana le cocine los asados antes que asumir su cometido de chef.
La pandemia y sus consecuencias, con la guerra de Ucrania incluida, han situado a la patronal de patronales en un enroque sin demasiado sentido. La sociedad cambia, aceleradamente incluso, y los elementos vertebradores de la sociedad civil deben asumir un papel más activo. No solamente la patronal debe negociar la negociación colectiva, que también, sino tener más amplitud de miras y plantearse un nuevo contrato social. No solamente debe izar la bandera de reducción de impuestos, sino afrontar una negociación fiscal en su máxima extensión. No solamente debe preocuparse por las cuentas de resultados, cosa evidente, sino afrontar un debate sobre la cohesión social, porque sin cohesión social el campo de cultivo favorece al populismo más recalcitrante, sea de derechas o de izquierdas.
La aparición de Virginia Guinda ha roto el juguete de los que planificaron la asamblea general de la CEOE como un acto de exaltación de un líder que nunca ha sido líder. De los que pretendían unas elecciones a la búlgara, donde los discrepantes se limitaran a encogerse de hombros. Guinda es una empresaria que sabe lo que es subir la persiana cada día, fajarse con problemas de alto voltaje como los precios de la energía o lo que es construir una industria volcada en la sostenibilidad. Su llegada no romperá moldes, pero pone en evidencia que una gran patronal, para serlo, debe abrir puertas y ventanas a la participación de las organizaciones sectoriales y territoriales que, pegadas al terreno, tienen problemas con múltiples aristas. El impacto de la crisis afecta de forma diferente a sectores y territorios y eso requiere de respuestas patronales más multidisciplinares, y más arriesgadas, porque en momentos difíciles sin asumir riesgos y sin valentía en la toma de decisiones te conviertes en un convidado de piedra.
La realidad es cambiante y las decisiones que hoy se tomen dibujarán cómo será la España del mañana. La CEOE no es solo una institución, sino que debe ser un agente activo que identifique los puntos fuertes de los sectores tradicionales y maduros, pero también las nuevas oportunidades para influir en las decisiones de los gobiernos.
Antonio Garamendi ha menospreciado a Guinda. Quizás sus orígenes de Neguri le hagan mirar a los rivales con superioridad. Nada más surgir la candidatura alternativa, dijo sin despeinarse que todo el mundo le apoya menos los catalanes. Ventilar la catalanofobia desde la CEOE no es una novedad que Rosell detuvo en momentos complejos como en 2017, pero Garamendi la ha desempolvado, lo que muestra su debilidad al frente de una organización más funcionarial que empresarial.
No nos engañemos, que haya un candidato alternativo no es sinónimo de que pueda ganar la opción Guinda, pero su sola aparición es una buena noticia porque aporta un aire fresco que en la CEOE hacía tiempo que no entraba. Demasiadas puertas y ventanas cerradas. Eso sí, para Garamendi es una mala noticia porque Guinda representa el hastío de muchos empresarios que ven a la CEOE como un bastión de poder que no está al servicio de sus inquietudes. Veremos qué sucede, pero de momento benditas elecciones porque fomentan el debate.