La escenificación de las desavenencias entre los socios del Gobierno catalán está resultando grotesca. Una suma inconcebible de despropósitos que no hacen más que dañar la ya debilitada imagen y credibilidad del conjunto del país. En un momento de una extraordinaria complejidad –inflación, guerra y fractura social— parte de nuestros representantes políticos se lanzan a unas disputas delirantes, que solo servirán para empobrecernos. Así, por ejemplo, olvidémonos de que las empresas que mudaron de sede hace cinco años retornen a Cataluña.

Sin embargo, lo que viene sucediendo desde hace un par de semanas constituye una buena noticia. De hace ya tiempo, parece evidente que solo avanzaremos hacia una cierta normalidad política a partir de la autodemolición de Junts; una condición necesaria, no suficiente, para recuperar el buen tono institucional y el mejor pulso económico.

Junts es una amalgama compleja e incoherente, una formación carente de ideología compartida que exacerba lo único que les une: la independencia de Cataluña y, aún más, el rechazo a todo lo que suene a hispánico. Junts nace y se desarrolla con el procés, una formulación muy singular de activismo social y político. En buena lógica, a medida que el procés se desvanece, va perdiendo sentido el partido que mejor representa esa manera de entender la acción política.

Mientras persista, Junts no tendrá fuerza suficiente para gobernar; pero le sobrará capacidad para enturbiar y distorsionar. Además, su dinámica destructiva se lleva por delante el futuro político de algunos de sus militantes, personas capacitadas que, de encontrar un partido estructurado y coherente con su ideología, aún pueden resultar de utilidad para el país.

No ceso de oír lamentos de ciudadanos por el mal favor de esta guerra abierta para los intereses generales de Cataluña. Curiosamente, parte de quienes ahora se indignan parecen olvidar que, con su apoyo inicial al procés, alimentaron la deriva en que nos encontramos. Pero la realidad nos supera a todos: cuando Artur Mas anunció el mejor de los mundos, muchos pensábamos que aquello bien no podía acabar, pero, en ningún caso, que llegaríamos a contemplar episodios como los de esta semana. En eso estamos. Un poco más de paciencia y confiemos en la lenta recomposición política del país.