Hay quien dice que en las relaciones de pareja lo que preludia una ruptura dolorosa no es la falta de amor, sino la ausencia de respeto. Me dirán ustedes que algunas de esas relaciones rotas perduran por el qué dirán, los intereses y propiedades compartidos o el miedo al futuro. Cierto, pero cuando falta el respeto entre las partes se abren las puertas del adiós definitivo, del desprecio e incluso del odio.
Las noticias que nos llegan desde el Govern de la Generalitat, a las puertas del debate de política general, no auguran nada bueno para los catalanes. Se da la paradoja de que, institucionalmente hablando, tanto Salvador Illa como Jéssica Albiach se muestran más considerados y respetuosos con Pere Aragonès que el vicepresidente Jordi Puigneró. Cuando las luchas por el poder llegan hasta el tuétano de los que comparten, aunque sea en apariencia, objetivos estratégicos, el ciudadano no entiende nada y desconecta. Las peleas constantes entre los miembros del Ejecutivo catalán son también una falta de respeto hacia una ciudadanía que desaprueba la bronca y anhela soluciones. Soluciones que van más allá del empecinamiento de consellers y líderes en stand by, preocupados por la dirección estratégica de sus mesnadas o del frente común independentista en Madrid, pero que pasan de sus obligaciones como gestores del día a día. Vivimos en democracia y, como es obvio, ERC y Junts tienen todo el derecho del mundo a discutir y pergeñar objetivos políticos a medio y largo plazo. ¡Faltaría más! Pero los catalanes también tenemos derecho a que alguien gestione con solvencia la cotidianidad. El mientras tanto del independentismo se ha convertido en parálisis, las urgencias se acumulan y crece la desazón social. La hoja de ruta del Govern está en blanco y las únicas medidas que han llegado a la opinión publica han sido la campaña del toples y la retirada del amianto de algunos edificios. No se fijan prioridades, por mucho que el conseller Jaume Giró presuma de que aumenta el techo de gasto.
No es momento para convocar elecciones, pero quizás sí para cambiar de paradigma y abandonar las discusiones bizantinas. Tampoco para señalar culpables como hace Oriol Junqueras con vehemencia desbocada y malas artes. Con o sin Junts, el Govern va a flotar al menos hasta pasado el mes de mayo. Entre tanto el desprestigio de las instituciones ha llegado hasta tal punto en Cataluña que urge tomar medidas valientes y eficaces. Haría bien Pere Aragonès en recordar la frase de Plauto que decía: “Nunca será respetado por los extraños quien es despreciado por sus parientes”. Toca tomar la iniciativa y arriesgar, toca mover ficha. El president tiene en sus manos la posibilidad de convocar, alrededor de una mesa de diálogo, a los partidos catalanes para hablar de todo, restañar heridas y recuperar la convivencia. Para que ello ocurra tan solo se requieren dos condiciones previas. Una, la convocatoria formal que, lógicamente, corresponde al president de la Generalitat; otra, el compromiso de las partes a relacionarse con respeto y sin apriorismos. ¿Acaso no vale la pena intentar recuperar la dignidad institucional tanto del Parlament como de la Generalitat?
Pero no seamos pesimistas ni agoreros, hay salidas y están ahí. Hace unos días me sorprendieron gratamente unas palabras de la presidenta del Congreso, Meritxell Batet. La oí hablar de la necesidad de trabajar para promover lo que calificó como una “épica de la convivencia”. Una épica entendida como una expresión intensa comprometida en fortalecer la convivencia. Si movemos ficha, he ahí una más de las soluciones.