Alemania finalmente está considerando extender la vida de las tres centrales nucleares que aún quedan en funcionamiento de las 17 que había antes de que Ángela Merkel hiciera suyo el discurso antinuclear de los Verdes por razones meramente electorales. Fue en 2011 cuando tras el accidente de Fukushima la cancillera decidió que la primera economía de Europa iba a prescindir en una década de la energía nuclear gracias a las renovables y a la compra del gas ruso. La apuesta ha demostrado ser un fracaso desde todos los puntos de vista, pues Alemania está volviendo a echar mano del carbón y tiembla ante el escenario de que Vladímir Putin cierre definitivamente el gaseoducto Nord Stream I. Cuando esto suceda, los reparos que todavía ponen los Verdes, que forman parte del Gobierno de coalición junto a socialdemócratas y liberales, serán orillados a cambio de alguna concesión programática como, por ejemplo, la limitación de la velocidad en las autopistas. Así pues, Alemania no va a cerrar esas tres centrales que suministran el 6% de la energía que consume. Sencillamente no se lo puede permitir. Será un regreso al realismo energético tras pagar un precio carísimo por una ideología antinuclear plagada de falsedades y exageraciones. Las encuestas indican que los alemanes avalan ese cambio de criterio antes de tener que ducharse con agua fría en invierno y el miedo a una dura recesión económica.
El caso alemán no es el único. En Japón, el primer ministro, Fumio Kishida, ha dado órdenes para que hasta nueve reactores nucleares entren en funcionamiento este próximo invierno. El cambio de paradigma es de enorme calado, pues el plan nipón para 2031 contempla que la nuclear pase a representar algo más del 20% de un mix energético diversificado con un peso de las renovables ligeramente inferior al 40%. Nucleares, pues, a cambio de reducir mucho el consumo de gas, contaminante y más caro. Es otra demostración de realismo, que en ningún modo se opone a la apuesta firme por la sostenibilidad, pero que rechaza construirla a base de cuentos con unicornios. Lo cierto es que cada vez más países, recientemente también Suiza, regresan a la energía nuclear y/o revisan los planes de cierre de las centrales en funcionamiento.
Mientras eso ocurre, en España, la ministra de Ciencia, Diana Morant, se ha descolgado en unas declaraciones afirmando que “no debemos apostar por la nuclear, es un engaño populista”. Lo engañoso es no seguir las recomendaciones de la Comisión Europea que pide posponer los cierres de las nucleares y apuesta por financiar proyectos de nuevas centrales en el plan Verde tras el visto buena dado por el Parlamento Europeo a la taxonomía. En realidad, muy probablemente cuando Alemania dé oficialmente marcha atrás, en nuestro país, donde el papanatismo es el pan de cada día, el Gobierno de coalición también considerará ampliar la moratoria nuclear. Hay voces dentro del PSOE que creen urgente esa revisión, como el caso del presidente valenciano, Ximo Puig, que ha planteado una prórroga de la central nuclear de Cofrentes, cuyo cierre está previsto para 2030. También la Junta de Extremadura, presidida por el socialista Guillermo Fernández Vara, apoyaría una prórroga de la vida útil de Almaraz, cuyo desmantelamiento tiene fecha de 2027 en caso de la Unidad I y de 2028 en el de la Unidad II.
Solo desde el rigor técnico y la ciencia, Europa puede afrontar la brutal crisis energética que estamos sufriendo, y que empeorará mucho los próximos meses. Nuestros políticos han de abandonar las promesas energéticas de sostenibilidad a base de unicornios y abrazar el realismo, que pasa por aceptar la nuclear como el mejor mix con las renovables. Lo contrario no solo es populismo, ministra Dorant, sino mantener vivo un engaño a costa de nuestro futuro.