No es la simple bonhomía de Jaume Guardiola la que ha ganado en el Círculo de Economía. Triunfa la fusión, que él mismo ha forjado, entre pasado y presente, como ocurrió al fin de la batalla entre proteccionistas y librecambistas, saldada a favor de los segundos. Allí, en aquel pacto prácticamente invisible, renació la burguesía actual. Fue justo cuando desaparecía el viejo arancel en beneficio de los exportadores, que rompieron el aislamiento gracias al monetarista Joan Sardà Dexeus, quien a base de esperas y duermevelas en los pasillos de El Pardo, “convenció al general de la convertibilidad de la peseta frente al dólar”, en palabras del inolvidable Fabián Estapé.

Para entonces, el Círculo germinaba en su embrión, el Club Comodín, gracias a tres amigos marcados por el ansia liberal: Carlos Ferrer-Salat, Carles Güell de Sentmenat y Joan Mas Cantí. Pero no nos remontemos. Nunca hemos atravesado un sorpasso a la italiana como el de Agnelli, Olivetti o Romitti. La burguesía catalana no subsumió la voluntad de un rey, pese al histórico discurso de Cambó ante Alfonso XIII, en 1918 (“No veo otra manera de salvar una situación tan difícil que satisfacer de una vez las aspiraciones de Cataluña”, dijo ante el monarca el líder regionalista).

La victoria de Guardiola en el Círculo es el retorno de los que proponen. No conviene olvidar que el silencio cómplice de la etapa anterior ha jibarizado a industriales, financieros y académicos, ante el empuje rabioso de la menestralía nacionalista radicalizada y cargada de resentimiento. El soberanismo nunca atravesó simbólicamente el dintel de la puerta de la sede del Círculo, en la Casa Arnús de la Barcelona modernista. No han vencido los artesonados y los capiteles jónicos; no ha ganado el buen gusto, porque este no era el caso, pero sí es verdad que la estética enmarca, una vez más, el eterno retorno. Buen augurio.

Jaume Guardiola, presidente del Círculo de Economía / FARRUQO

Jaume Guardiola, presidente del Círculo de Economía / FARRUQO

La muerte del procés exige una mirada expansiva, que además de ser apoyada en el europeísmo clásico de la institución, debe estar reforzada por la opinión geopolítica del influyente foro. La economía global es el reflejo de la guerra que arrastra a las naciones hacia posiciones estratégicas coincidentes. Al poder económico le urge que asuman un papel destacado entidades como el inmarcesible e inmóvil Círculo de Empresarios de Madrid --la voz real del Ibex 35-- refractario a la política de Bruselas y vinculado a núcleos oligopolísticos (energía y banca) o a cárteles de precios.

En otros momentos de nuestra historia, ante la desvertebración entre la política y la alta economía, la burguesía catalana ha actuado como alternativa aglutinante a pesar de que el nacionalismo --su ideología, ut dicitur, natural-- haya sido siempre el parteaguas de cualquier vertebración. No esperamos nada de la cima inerme Aragonès-Sánchez. Y sí esperamos de Guardiola que reproduzca la vocación de unir, con la elegancia de un causeur --de joven fue el bombón de la banca-- capaz de evitar la tentación del comparativismo sobreentendido. Debe sortear los atajos y los discursos que pujan por abrir a todos el espacio acotado de su mundo. La mejor sociología es la verdad y su mayor enemigo, el populismo, de derechas o de izquierdas.

Ni en la mejor etapa reciente de los Duran Farell, Josep Vilarasau, Casimiro Molins, Enric Corominas, Uriach, Valls Taberner o Samaranch hemos influido seriamente en las decisiones de Estado. Nuestros mejores exponentes han pasado por la vida pública con enorme mérito, pero sin conciencia de clase. Ahora, la vanguardia económica catalana corre el peligro de convertirse en un grupo de presión, al hilo una de las conclusiones del libro de Manel Pérez, La burguesía catalana (Península).

Las iniciativas empresariales de éxito abren un camino. Pero por más que veamos el relevo de los Cellnex, Fluidra, Hipra y Audax asomándose por encima de las curtidas empresas familiares de químicos, cementeros o siderúrgicos, los nuevos insisten en ocupar la penumbra. Mantienen vivo el modelo rancio de las dinastías empresariales catalanas, antitético respecto a las sociedades anónimas cotizadas, siguiendo el argumento de Xavier Vidal-Folch (El País; 13-07-22)

Durante una década, la insolencia del soberanismo ha acallado la voz de la clase dirigente. Sin embargo, el Círculo vuelve. ¿Es la última oportunidad? se preguntaba Xavier Salvador (Crónica Global; 06-06-22), en un artículo en el que interrogaba retóricamente sobre, si los actuales socios del foro, votarían, en caso de poder hacerlo, a Ferrer-Salat o a Lara Bosch, los expresidentes que representaron el salto primigenio y el éxito final.

A fuer de continuismo, la junta de Guardiola en el Círculo está pensada, volens nolens, sobre el mercado global, la cultura y el pensamiento económico. Ortodoxia; buen camino. En los años del vapor, la burguesía tomó el mando del desarrollo industrial de España; en los tiempos tristes de la dictadura, la burguesía renació casi desde las catacumbas; y ahora estamos ante una tercera oportunidad: la de huir de nosotros mismos. No olvidemos que el dictum de los fundadores del Círculo sigue siendo el mismo: influir sin mandar.