Jordi Pujol no acudió al último programa de Josep Cuní como deferencia al ilustre periodista. De eso nada. Jordi Pujol fue allí porque le encanta asistir a la jubilación de los demás mientras él sigue dando guerra. La oportunidad de presenciar en primera persona el adiós de uno de los periodistas clave de las últimas décadas en Cataluña era demasiado fuerte para rechazarla. Lo más importante de la entrevista no fue lo que dijo Pujol –como siempre, no dijo nada–, lo más importante fue lo que pensaba todo el rato: “Adiós, Cuní, voy a acabar retirando yo a todos los que algún día quisieron retirarme a mí”.

Porque Pujol no está retirado, de eso nada. Ahora se halla dedicado en cuerpo y alma a lavar su imagen. No le corre ninguna prisa, ya que no piensa morirse antes de que haya muerto hasta el último humano que vivía en los años en los que fue president, pero aun así, le gusta que de vez en cuando le pregunten por su presunta corrupción, para poder responder afectadamente que “jamás me he llevado ni una sola peseta”. Pujol habla en pesetas, no porque ignore la existencia de los euros –tengan por seguro que en su cuenta andorrana no hay pesetas–, sino para dejar claro que pertenece a un tiempo remoto, cuando los hombres se vestían por los pies y las cosas se llamaban por su nombre. Pujol se refiere todavía al carrete fotográfico y al transistor, y cuando come de restaurante, pide un pijama de postre.

Así que Jordi Pujol se plantó en el programa de Cuní para despedirle, para asistir a su muerte profesional, para pegar un martillazo en el último clavo de su ataúd. Probablemente se quedó hasta el final del día en la emisora, solo para observar al periodista recogiendo sus últimas pertenencias y alejándose. Tal vez incluso ondeara un pañuelo desde el quicio de la puerta mientras el radiofonista se perdía en el horizonte.

–¡Adiós, Cuní, adiós! Tú te vas y yo sigo aquí.

Y el bueno de Cuní creyendo de buena fe que Pujol tuvo un detalle con él, como si uno pudiera llegar a president de nada teniendo detalles con los periodistas.

Mónica Terribas, Iñaki Gabilondo y Luis del Olmo también le entrevistaron alguna vez, y ya están todos ellos retirados, bien es cierto que la primera no por edad, sino por manifiesta incompetencia, incompetencia tal que le ha valido un carguito en Òmnium Cultural, donde esas cosas cuentan. Pujol hubiera acudido gustoso al último programa de cada uno de ellos para despedirlos, total, tampoco iba a proporcionarles exclusiva alguna, que le pregunten a Cuní por su última entrevista, en la que no lo sacó de su inocencia más absoluta. Para Pujol no son periodistas, son muescas en el revólver.

Cada vez que se retira un periodista radiofónico que un día le entrevistó, Jordi Pujol rejuvenece. No se confíe Jordi Basté pensando que por edad no le va a tocar, porque Pujol no perdona y esperará el tiempo que sea necesario para darle el último adiós (profesional, por supuesto). Lo mismo vale para los Herrera, Alsina, Losantos y otros que se creen a salvo por el solo hecho de trabajar fuera de Cataluña. Hoy la tecnología permite entrevistar en directo desde la distancia, y nada hará más feliz a Pujol –excepción hecha de una herencia que aparezca de sopetón en Andorra– que despedirse de todos ellos.

Y Cuní, venga preguntarle a Pujol por la siempre presunta corrupción, quizás pensando en abandonar el oficio con la exclusiva de su vida, con Pujol cayendo de rodillas –aunque eso en radio no se vería– sollozando, admitiendo que toda su familia se ha enriquecido y suplicando el perdón de los catalanes. En lugar de eso:

–¡Adiós, Cuní, que te vaya bonito, que yo sigo preparando mi lavado de imagen!