No puede ser fortuito que Ada Colau sea alcaldesa de Barcelona al tiempo que el poder autonómico sigue saturado de procesismo. Recuperarse de quebrantos bifrontes de esta magnitud requiere, en el caso de Barcelona, una alternancia muy clara, drástica, porque ni una sola de las prácticas municipales de Colau merece continuidad. Avalada por una multitud de doscientos conmilitones, Colau quiere un tercer mandato incumpliendo el código ético de su partido para así consumar la acumulación de desatinos y desperfectos que dejaría del todo maltrecha la Barcelona del siglo XXI. No está a la vista un PSC que recupere su prestigio municipalista y ataje a Colau en lugar de secundarla.

Un tercer mandato de Ada Colau no representaría la más mínima rectificación. Más bien al contrario: la ciudad seguiría su ritmo de declive exponencial, rechazando inversiones, con una política de vivienda disparatada y más desahucios, inseguridad ciudadana con 500 delitos al día, okupas en expansión, cultura de grafitero, narcopisos, huelgas en el metro, de espaldas a su trademark y a su tradición, nichos de cementerio hundidos, alejada de la gloria olímpica a la velocidad de la luz, con el parque de la Ciutadella mustio y los top manta instalando su zoco en la plaza Reial.  

A falta de otro remedio, la ciudadanía pudiera llegar a la conclusión de que un buen programa de inteligencia artificial sería capaz de gobernar Barcelona mejor que el actual ayuntamiento. ¿Puede citarse un solo acierto de la alcaldesa Colau? ¿El más leve indicio de gestión racional entre tanta demagogia? ¿Recuperación de la seguridad jurídica? ¿Qué aportación creativa de su red clientelar? ¿Qué capacidad de competir con Madrid, Valencia o Málaga? ¿Qué propuesta para frenar la contaminación rampante? ¿Qué estrategia para el turismo? ¿Qué alternativas al Hermitage o a una nueva pista del aeropuerto? ¿Cómo dejar de ser una ciudad business hater? ¿Cómo reindustrializar high tech?    

Con Ada Colau, Barcelona se ha puesto de malhumor. La letalidad del desencanto coacciona cualquier iniciativa y visión de gran futuro. Los barceloneses pierden poder adquisitivo. Impuestos, peajes, restricciones contraproducentes, inversiones en sentido contrario, moratorias hoteleras, el conflicto de las terrazas: con Ada Colau no se puede consensuar nada serio y sólido, nada sin el sesgo del populismo urbano. Con una sostenibilidad insostenible, aliándose con la princesa de la empatía que es la neocomunista Yolanda Díaz, en manos de Ada Colau el emblema de Barcelona es el patinete derriba-ancianas, a veces casi al unísono con el contenedor en llamas de la CUP y los cortes en la Meridiana. Se busca candidato para deshacer todo lo que Ada Colau ha hecho. Y luego, recuperar aliento y reemprender la Barcelona de todos.