Nos contaron que los precios subían temporalmente por un desajuste en las cadenas de suministro, luego la invasión de Ucrania tuvo la culpa, y ahora no está claro por qué, pero la inflación está alta, como no se veía desde hace años.
Tras varios meses de mirar hacia otro lado, los bancos centrales están comenzando a subir los tipos de interés: Estados Unidos, Reino Unido, Australia, México, India... han iniciado una escalada que nadie sabe dónde ni cuándo acabará. Y el BCE se lo está pensando pues, aunque es el responsable de la política monetaria de 19 países, no están en su mano, ni en la de ningún otro órgano colegiado, el resto de políticas, especialmente la fiscal, que pueden ayudar a ajustar las respectivas economías. Pero más pronto que tarde, quienes saben de esto dicen que antes del verano, se verá obligado también a subir también los tipos y, de paso, a dejar de comprar deuda soberana. Las medidas monetarias heterodoxas, o sea la impresión de billetes, se está terminando.
Llevamos muchos años, demasiados, con los tipos por los suelos para animar a una economía maltrecha. Primero la crisis financiera de 2008, luego los efectos de la contención del Covid y ahora la inflación, la invasión de Ucrania y los cierres de ciudades en China hacen que no levantemos cabeza. Pero, aunque la economía no se recupere como debe, los precios están muy elevados tanto por un desajuste entre la oferta y la demanda como, también, por un exceso de dinero en circulación.
Subir los tipos y dejar de comprar bonos soberanos implica que las deudas de particulares y de los estados serán más caras. Se trata de una aparentemente buena noticia para los bancos, siempre y cuando el incremento de los tipos no conlleve un incremento de morosidad, algo más que probable en el escenario actual. Pero, además, subir tipos con bajo crecimiento nos lleva a una figura compleja, la estanflación. Si la economía se requiere reanimar, subirá más la inflación. Y si se quiere enfriar para bajar la inflación entraremos en recesión, un auténtico lío en el que Europa, siempre dividida, lleva las de perder.
Para salir de este embrollo harán falta medidas complementarias. Desde luego un pacto de rentas, los salarios no se pueden indexar sin más al IPC, pero tampoco se pueden congelar. Si suben las pensiones o el salario de los funcionarios lo que suba el IPC, ¿por qué no los salarios fijados por convenios? Para evitar la temida inflación de segunda vuelta, Gobierno, oposición y agentes sociales tienen que ponerse de acuerdo, no hacerlo sería suicida. Y la política fiscal se complica, el Estado necesitará más recursos para seguir pagando las subvenciones pedidas, pero también para dar servicio a la monstruosa deuda que tenemos, el 120% de nuestro PIB. Y el tipo de interés medio ahora solo es del 1,6%. Si subiese 3 puntos el interés medio, algo no imposible, habría que recaudar 42.000 millones más solo para pagar intereses, la mitad de todo lo que gastamos en la sanidad pública o casi cuatro veces lo que gastamos en defensa. O eso o volver con los recortes, como se hizo en el final de la legislatura de Zapatero y comienzo de la de Rajoy. Para que cuadren las cuentas no hay otro camino.
Si hay un momento para dejar de mirar por el retrovisor, de unir fuerzas y de tratar de remontar esto es ahora. Es maravilloso que el reino suevo de Galicia sea el más antiguo de Europa, que en los albores del siglo XI se fundase un reino medieval en mitad de los Pirineos, germen de la Corona de Aragón, o que la cultura árabe floreciese en Al-Andalus, pero la ensoñación historicista la hemos de dejar para los relatos del romanticismo y para los argumentos de las óperas, ahora el foco tiene estar la economía. Ni Breogán, ni Ramiro I ni Abderramán van a pagarnos la hipoteca o el recibo del gas. Me temo que ni siquiera Guifré el Pilós.
No hay tiempo que perder, nos vienen meses tremendamente complicados, precios por las nubes con intereses y tipos de la deuda al alza, pero con actividad al ralentí. Quien no se ponga a trabajar ya, quien siga dando la espalda a los ciudadanos con su matraca, quien siga erosionando la estabilidad por meros intereses personales, no solo no se estará ganando el sueldo que le pagamos entre todos, sino que pasará a la historia como un auténtico felón.