Qué tiempos, cuando las universidades eran consideradas templos del saber. Eso ya ha pasado a la historia. Por lo menos en Cataluña, donde muchas se han convertido en templos de la necedad, y cuando no son permisivas con el escrache de sus alumnos a entidades constitucionalistas, dedican sus claustros a defender a imputados por la justicia. Un claustro universitario antes era una cosa seria, ahora se reduce a un montón de gente berreando para que salga de ahí un comunicado que ruborizaría, no a una universidad, sino a la clase de P-4 de mi hijo pequeño, la de las nutrias. Por fortuna, en la clase de las nutrias todavía no se celebran claustros, porque sería vergonzoso ver que salen de ahí decisiones con mucho más empaque que las surgidas de una universidad.
Una universidad acoge a tanta gente y a tantas ideas distintas, que debe mantenerse estrictamente neutral en lo político, y no puede ampararse en libertad alguna de expresión para romper dicha neutralidad. Aunque, a ver quién se lo hace entender a los rectores catalanes, si el propio gobierno de la comunidad --esta acoge todavía a más gente y de ideologías más diversas que una universidad-- no se mantiene neutral y cuelga pancartas y lazos amarillos en contra de la mayoría de sus ciudadanos. La justicia se lo ha hecho saber así de claro a unos y otros, pero ya se sabe que catedráticos y políticos tienen en común en Cataluña, creer que la justicia sólo merece ese nombre cuando les beneficia a ellos. Y si no les beneficia, procede ignorarla.
Por ejemplo, uno esperaba que los claustros tuvieran suficiente dignidad para censurar los continuos ataques que reciben en suelo universitario los estudiantes y profesores que ilusamente creyeron que en ese escenario caben todas las ideas. Pero estamos en lo mismo, ¿cómo van a censurar actos totalitarios las universidades, si ni siquiera lo hace el gobierno de la comunidad autónoma? En lugar de eso --que sí sería de su competencia-- pretenden enmendar la plana a la justicia.
Tal vez de lo que se trate sea de conseguir que en las universidades --y ya de paso en toda Cataluña-- no haya esas divergencias de pensamiento, antaño enriquecedoras y hoy consideradas malignas. De que todos los alumnos piensen exactamente igual, desterrando de las aulas el espíritu crítico, otra cualidad antes valorada y hoy demonizada. Y puede que los rectores hayan decidido que lo mejor para conseguirlo es que el claustro universitario abandone su neutralidad y pase a comportarse como cualquier hooligan inglés.
Los claustros-hooligan son, por tanto, una señal de dirección obligatoria, a la espera de que los estudiantes tomen buena nota de lo que deben pensar si pretenden ser universitarios de provecho. De esta forma, el claustro libera a los jóvenes de pensar, cosa que es siempre perniciosa, y les indica mediante comunicados cómo deben posicionarse políticamente, socialmente e incluso, por qué no, deportivamente, así que no hemos de tardar en ver un claustro de universidad catalana instando a los estudiantes a hacerse socios del Barça. Si un día el claustro se manifiesta contra una resolución del Tribunal de Cuentas por las fianzas que éste impuso a altos cargos del procés, bien puede otro día manifestarse contra el VAR, que birló un penalti claro a Dembélé en el minuto 78 de partido. Una cosa lleva a la otra, y si se trata de conducir a las universidades al más absoluto descrédito, no hemos de pararnos en mientes. Cuanto antes, mejor.