La fuga de empresas catalanas no amaina, si bien el número de traslados a otros meridianos españoles se ha reducido de forma drástica. El éxodo tocó su cenit en la espectacular estampida provocada por el golpe de Estado separatista. Aquel aguacero ha dado paso ahora a una persistente lluvia fina. Así, las salidas de compañías superan con creces las entradas año tras año, y van ya nada menos que siete. Es un fenómeno sin precedentes en nuestros anales.

Las tierras del nordeste peninsular siempre fueron un formidable polo de expansión económica y de atracción de inversores. Pero eso se acabó. Ahora andan sumidas en una pertinaz decadencia. Su arranque se puede datar en 2014 cuando el mesiánico Artur Mas lanzó su consulta independentista. Desde esas fechas Cataluña marcha hacia atrás, como los cangrejos.

Las tensiones políticas tienden últimamente a relajarse. Pero la situación dista de ser plácida. Buena parte de la clase dirigente repite con machaconería que lo volverá a hacer. O sea, que no renuncia a orquestar una asonada similar a la que Carles Puigdemont perpetró antes de escabullirse hacia el destierro en el maletero de un coche.

En las presentes circunstancias, abogar por el retorno de las entidades y los potentados que levantaron el vuelo, equivale a pedir peras al olmo. El dinero es miedoso por naturaleza. Si huele problemas, su reacción instintiva consiste en ponerse a resguardo de las inclemencias y refugiarse en plazas más seguras.

Eso es cabalmente lo que acontece en esta comunidad, bajo el secuestro de una legión de visionarios, cegados por el fanatismo y por unas claras pulsiones totalitarias.

De hecho, las grandes fortunas vernáculas que huyeron a otros territorios siguen ancladas tan campantes en sus nuevos destinos. Y nada más lejos de su ánimo que emprender el camino de vuelta. Veamos unos pocos ejemplos espigados al azar.

El más opulento es tal vez el de Antonio y Jorge Gallardo Ballart, accionistas mayoritarios de los laboratorios Almirall. Los veteranos hermanos mudaron a Madrid la sede oficial de su sociedad de cartera Landon. En ella embalsan sus vastas participaciones empresariales, incluida su propia industria farmacéutica. El balance de Landon engloba unos activos de nada menos que 4.200 millones.

También son cuantiosos, pero de un importe muy inferior, los caudales que expatrió Ricardo Portabella Peralta. Catalán de pura cepa, exaccionista de Danone, se asentó décadas atrás en Ginebra (Suiza), donde administra un entramado financiero de dimensiones impresionantes. Portabella, quizá por razones sentimentales, alojaba el cuartel general de su grupo personal, llamado Anpora, en el emblemático paseo de Gracia barcelonés, esquina Consejo de Ciento. Tras los experimentos secesionistas, con su secuela de reyertas y disturbios callejeros, recogió los bártulos, se largó con viento fresco y fijó sus oficinas corporativas en Luxemburgo. Con este viaje al país centroeuropeo, se evaporó de Cataluña un patrimonio de casi mil millones.

Un tercer botón de muestra lo brinda Alberto Palatchi Ribera, expropietario de la confeccionista de trajes nupciales Pronovias. Tomó el AVE en la estación de Sants y fue a parar a la de Atocha. Portaba en el maletín activos por importe de 1.250 millones.

Su holding se titula Galma. La residenció en la calle Lagasca de la Villa y Corte. Entre otras menudencias, Galma atesora 1.200 millones en recursos propios que abarcan fondos de inversión cifrados en casi 900 millones.

Cuando hace un lustro Palatchi traspasó Pronovias, tuvo la feliz idea de retener las sedes comerciales que albergan las tiendas, situadas en los mejores enclaves. Por ejemplo, Galma es dueña de los locales de Pronovias sitos en New Bond Street (Londres), Rue Tronchet (París), Via S. Pietro All'Orto (Milán), 52nd Street (Nueva York) y Serrano (Madrid). El conjunto de sus bienes raíces está tasado en 500 millones.

Por último, cierro este repertorio de exilios con el grupo hotelero Best, perteneciente a David Batalla Chornet. Es titular de casi cuarenta alojamientos de cuatro y cinco estrellas. Su plana mayor se esfumó de la Ciudad Condal y embarcó rumbo a la isla de Tenerife. Las magnitudes de Best no son moco de pavo. Sólo los edificios de sus hoteles alcanzan a precios de mercado los 1.100 millones.

En resumidas cuentas, las cuatro rápidas evacuaciones transcritas significaron para el aparato recaudador de la Generalitat una mengua de acervos económicos valorados al día de hoy en más de 7.300 millones.

Por lo que se va viendo, ese cuarteto no ha regresado a Cataluña, ni abriga intención alguna de hacerlo, al menos en un futuro próximo. Lo mismo cabe decir de la inmensa mayoría de los millares de firmas de todos los ramos y tamaños que emigraron a parajes menos inhóspitos. Entre ellas despuntan Caixabank y el Sabadell, dos titanes financieros nacidos en la región pero con sucursales en toda España. En su caso particular, se trata de un viaje sin retorno. Así lo han proclamado sus máximos directivos en repetidas ocasiones.