Los catalanes ya no queremos la independencia. Lo ha certificado el Centre d’Estudis d’Opinió (CEO) de la Generalitat. Somos mayoría los que no deseamos abandonar España, el 53,3% ...o el 52,3%. La cifra exacta depende del día. Dos jornadas después de dar los primeros números, el CEO alteró las cifras de los sondeos hasta tres puntos porcentuales. El deseo de independencia se hunde, pero el poder se mantiene. El nacionalismo sigue ocupando el mando, digan lo que digan las encuestas. Se reparten el Govern, controlan el Parlament, nombran sin oposiciones a nuevos embajadores de la identidad catalana y dictan la línea editorial de los medios públicos. La opinión de la ciudadanía es lo de menos.
La primera nota oficial de los encuestadores reveló que más del 53% de los catalanes es contrario a la secesión. Esa es la opinión que se palpa en la calle, al menos en la de Barcelona, desde hace tiempo. Pero nadie se esperaba el ruido que levantó el último sondeo. Hubo susto morrocotudo en las gradas del poder indepe y de sus medios. “Tranquil, Pere, tranquil”, imagino que le dijeron al presidente Aragonès. En un plis plas se decidió que los técnicos pueden equivocarse. El antiindependentismo cayó al 52,3%. Y, como no era de recibo que solo un 38,8% de catalanes estuviera a favor de la separación de España, los patriotas subieron hasta un 40,8%. Cap problema.
El CEO, centro que prepara y revisa los sondeos, es un organismo público que depende directamente de la Secretaría de Presidencia de la Generalitat. La última ola de preguntas finalizó en diciembre de 2021. Tuvieron tres meses para revisar las respuestas e intentar no hacer el ridículo suavizando los resultados en cocina. O podían haberlo dejado correr, esperar a los siguientes datos. Son solo unos sondeos. No les va el voto en ello.
Ya estamos acostumbrados a los cuentos, a las ensoñaciones, a que cambien el paso sobre la marcha. La república catalana iba a ser declarada en 2014, pero esa fecha mágica pasó sin pena ni gloria; luego, se pospuso hasta 2017 y el resultado es sobradamente conocido. Ahora, con los socios del Govern divididos, ya no hay motivos ni ganas para seguir inventando proclamaciones. Las exageraciones de la diputada europea Clara Ponsatí pidiendo sangre patriota se desestiman en su propia tierra con un “sin comentarios”. Con la guerra de Putin y la inflación disparada, no están los tiempos para preocuparse por los trastornos paranoicos de políticos con el sueldo asegurado.
El pragmatismo gana puntos, aunque es de suponer que los nacionalistas seguirán votando a quienes han votado durante más de cuarenta años, a los partidos que se reparten el liderazgo independentista. El último presupuesto de gasto de la Generalitat es de 38.000 millones de euros. Da para contratar y fidelizar a muchos.
Victòria Alsina, consejera de Acción Exterior, lo verbaliza: “La mejor manera de ser un Estado es actuar como si ya lo fuéramos”. Alsina, militante de JxCat, acaba de nombrar delegaciones en Andorra, Dakar, Pretoria, Brasilia, Tokio y Seúl. Con ellas, son ya 20 las flamantes embajadas catalanas. Contarán con delegados y hasta con enviados especiales (hay figuras para todo) escogidos entre sus fieles.
Los delegados identitarios no serán los únicos catalanes por el mundo. ERC, a través de la Consejería de Empresa y Trabajo, mantiene en el extranjero la red de Acció. Son 40 oficinas en 100 países para ayudar a los empresarios. Si a esas redes les sumamos a Carles Puigdemont y a su séquito, mantener la imagen de la fantasmal república le da un buen pellizco al gasto público. Luego nos preguntamos por qué tenemos los impuestos más altos de España.
A pesar de los recientes resultados de opinión pública, el descenso del fervor secesionista va a tener poco reflejo en la realidad política. Los independentistas confesos son menos, pero mandan y gastan igual. El nacionalismo ocupa puestos, controla opiniones, contrata a los directivos de TV3 y reparte los presupuestos. Una parte para las consejerías de JxCAT y sus consejeros, y otro tanto para las de ERC y los suyos. En caso de apuro se suben impuestos o se recortan servicios. O las dos cosas. Donde haya dinero, que se quiten las encuestas. Las respuestas de los sondeos, mientras siga la fuerte abstención del constitucionalismo, se las lleva el viento. Ahora ya no somos indepes, pero el dinero y los cargos se siguen repartiendo. Y entre los mismos.