El jueves pasado, el presidente de Aragón canceló, de hoy para mañana, la reunión con su homólogo catalán, en cuyo orden del día destacaba la candidatura conjunta para los Juegos Olímpicos de Invierno de 2030. Uno más de los continuos desencuentros que ponen en riesgo la consecución del evento.
Más allá de la responsabilidad de uno u otro en esta no celebración del encuentro, lo que viene sucediendo con la candidatura resulta tan inconcebible como lamentable pues, estando cerca de conseguir los Juegos, podemos perderlos por desavenencias partidistas. Todo ello me lleva a una serie de consideraciones.
En primer lugar, conviene recordar que las instituciones clave para conseguir la nominación son el Comité Olímpico Español y el propio Gobierno de España. Sin embargo, desde Cataluña tendemos a pensar que solo dependemos de nosotros mismos, ufanos de nuestra solidez como país y, especialmente, de la fuerza de la llamada marca Barcelona. No es así.
Un rifirrafe político que resulta aún más absurdo en la medida en que los ciudadanos de ambas comunidades convivimos con absoluta normalidad. Una enorme fluidez que también se da en el mundo productivo, como bien muestra el que, para las empresas catalanas, el mercado aragonés sea más importante que el de toda Francia.
No entiendo la actitud abrupta de Francisco Javier Lambán, pero no menos sorprendente me resulta la subsiguiente respuesta del entorno de Pere Aragonès, al remarcar su indignación por cuanto, al margen de los Juegos, había muchas cuestiones de interés común que abordar. Convendría recordar cómo, hace pocos meses, el presidente de la Generalitat catalana fue el único ausente en el encuentro de patronales y presidentes autonómicos de la antigua Corona de Aragón celebrado en Zaragoza. Y aún se desconoce el motivo. El sinsentido viene de lejos.
Estamos ante un incomprensible y creciente choque que, lejos de alentar la crispación ciudadana, está siendo recibido desde ambos lados del Ebro con un mismo sentimiento de hastío. Así, por ejemplo, este pasado verano, me sorprendía cómo empresarios aragoneses con intereses en los Pirineos preferían olvidarse de la candidatura, cansados del desdén sistemático del independentismo catalán. A su vez, en Cataluña se percibe un notable desafecto hacia un proyecto que, bien conducido, resultaría ilusionante.
Además, a medida que los conflictos se tensan, van surgiendo las identidades más propias de cada persona o colectivo. En el caso que nos ocupa, en Aragón emerge esa “nobleza baturra” que inmortalizó Imperio Argentina en la película del mismo nombre. Mientras, de Cataluña emana el tremendo desconcierto en que nos hallamos desde hace tiempo. Una pena, pues me gustaría que predominara nuestra personalidad más atractiva, aquella tradicional amabilidad y búsqueda del interés propio desde la empatía con el otro.
Todo ello me lleva a recordar, y reconocer, a Jordi Hereu quien, en sus tiempos de alcalde, planteó optar a los Juegos de Invierno. Una propuesta que fue ridiculizada por muchos que hoy la defienden. Con personas como Hereu, la candidatura hubiera avanzado, con un protagonismo natural de Barcelona y un excelente entendimiento con Aragón. Otros tiempos.