Tengan paciencia, que no hay mal que cinco legislaturas dure. Es probable que desde hoy mismo, hasta la víspera de San Valentín, los medios de comunicación nos saturen con fotografías e imágenes bucólicas rebosantes de prados verdes, montañas onduladas y vacas de raza alistana-sanabresa. Tampoco faltarán en la coreografía los políticos, con look casual, contemplando como pacen las reses moviendo el rabo. Y así, los políticos de granja --especialistas en remover el estercolero y engordar el desasosiego-- conseguirán, día tras día, hastiar al ciudadano que espera soluciones y no confrontaciones.
Lo importante para estos profesionales del no sistemático es vencer, lo de menos solventar problemas o inducir a pensar. Solo así se comprende la apresurada convocatoria de elecciones en Castilla y León, el desplante de Fernández Mañueco a Ciudadanos y la Santa Alianza (hipócrita y a regañadientes) de los barones del PP. Quizás por ello Alberto Núñez Feijóo recupera la memoria de Fraga Iribarne reclamando una "mayoría natural" para España; García Egea plantea las elecciones como un plebiscito que va más allá de una contienda autonómica y Juanma Moreno le pide a su colega salmantino que le abra camino. Puro tacticismo desprovisto de ideas.
Un triunfo de Mañueco y un buen resultado en Andalucía fortalecería el discurso popular que anuncia que la caída de Pedro Sánchez es solo cuestión de tiempo. Pero la política no es un simple juego de estrategia en el que todo esta pautado, los imprevistos existen y la historia tiene su peso.
El Partido Popular a lo largo de los años se ha dotado de una estudiada ambigüedad doctrinal capaz de acoger bajo sus siglas tanto a los restos de la extrema derecha franquista como a individuos procedentes del centro y la democracia cristiana. Arrimados al poder, tecnócratas, neoliberales y centristas han cohabitado en sus filas con diversa fortuna. La argamasa que actualmente sostiene al partido de Pablo Casado no se basa en proyectos e ideas; es, tan solo, un espejismo preñado de ambiciones personales alimentado por cuatro encuestas; es, simplemente, la batalla por desalojar a los socialistas del poder a cualquier precio.
Un sueño que crece precisamente en las entrañas de un partido conservador incapaz de definir hacia dónde quiere proyectarse, cuál de las variantes de ideología conservadora va a asumir e interiorizar. Basta ojear el documentado libro de Cayetana Álvarez de Toledo, escuchar las declaraciones de Díaz Ayuso, las advertencias de Núñez Feijóo, o repasar los giros estratégicos de Casado en el Congreso para comprobar que, ideológicamente, el PP es un reino de taifas que desprecia la cultura política.
Todo parece indicar que Sánchez y sus socios piensan agotar la legislatura. ¿Qué ocurrirá si los sueños para derrocar al gobierno de izquierdas se eternizan? ¿Qué pasará si la argamasa popular se diluye con el paso de los meses? No lo duden, si eso ocurre, los políticos de granja serán sustituidos por otros más acordes con las exigencias de un nuevo guion.
A los políticos de granja, como es obvio, les va el cuento de la lechera. Les cuesta asimilar que otros actores pueden irrumpir en escena obstaculizando sus planes y objetivos. Pienso, sin ir más lejos, en las candidaturas de la España Vaciada a las que inquieta el madridcentrismo de Isabel Díaz Ayuso; pienso, también, en Vox, un partido imprevisible que muerde y gesticula cuando le conviene. Ambos están ahí esperando su momento.
Sean cuales sean los resultados electorales de Castilla y León y Andalucía, el Partido Popular deberá resolver su eterno dilema ideológico, se verá tarde o temprano obligado a escoger entre un modelo liberalconservador de corte europeo clásico, o seguir chupando rueda de Santiago Abascal y sus amigos húngaros.