Nos hemos acostumbrado o vamos acostumbrándonos a vivir cada cual en su trinchera. La que más conviene. No es una cuestión del clásico eje izquierda/derecha. Manuela Carmena, la exalcaldesa de Madrid, lo resumía recientemente aludiendo a los medios de comunicación. "Han aceptado ser corresponsales de guerra en lugar de corresponsales de noticias. Han aceptado que yo voy con estos o con los otros y lo que hago es relatar la guerra". Da igual cual sea el motivo: hasta la lengua que se hable puede ser objeto de arma arrojadiza, cuando el Congreso se convierte cada semana en una guerra de parapetos.

Mientras el PP se parapeta en la protesta permanente, en lugar de optar por la propuesta, la creciente fragmentación parlamentaria que adelantan las encuestas electorales es un problema añadido a la gobernanza del país. Tenemos una antigua tradición de los reinos de taifas. Tanto da la socialización de la miseria como la democratización de la desgracia. Lo que prevalece es, cada vez más, el interés local o particular por encima del general.

Gabriel Rufián, el portavoz de ERC en el Congreso, decía hace unos días que "la lengua es sagrada". Lo afirmaba a partir del debate sobre la ley del audiovisual y su pretensión de imponer una cuota de lenguas cooficiales a las plataformas digitales. Instalado siempre en la boutade, cualquier argumento le viene bien para tratar de imponer su impuesto revolucionario en cualquier negociación. Quizá, los socios mayoritarios del Govern catalán acaben haciéndoselo mirar y decidir si este personaje sigue siendo el adecuado para negociar nada en Madrid. Entre otras cosas, porque este debate está fuera de lugar: las grandes compañías producirán en el idioma que les venga en gana en función de sus intereses comerciales. Ya lo dijo el torero Rafael Guerra, El Gallo: "Lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible". Las negociaciones por este asunto entre Gobierno y ERC estaban rotas hace unos días, sobre todo tras la presentación de los republicanos de enmiendas parciales en el Senado a los Presupuestos para ejercer más presión y amenazar con tumbarlos si no se garantiza que las plataformas como Netflix o HBO no garantizan el 6% de su catálogo en las lenguas cooficiales.

Es difícil ya discernir si es una realidad aquello que dijo José Luis Corcuera, ministro del interior con Felipe González, de que "Sánchez es un mentiroso compulsivo" o si los chicos de ERC son unos ingenuos impenitentes. Todo un verdadero carajal que además, a expensas de lo que diga Bruselas en su momento, algo que escapa a la propia capacidad del Gobierno para imponer condiciones. En algún momento se sabrán las posibilidades perdidas de que algunos negocios audiovisuales hayan decidido dejar de instalarse en España, sea donde sea. La inseguridad jurídica y las exigencias de algunos socios son a veces motivo más que suficiente para salir por piernas de terrenos cenagosos. De momento, los republicanos ya parecen haber empezado a recoger velas y conformarse con que se financien producciones en catalán.

La historia se repite: siempre instalados en el regate corto y la cortedad de miras. Instalados en el debate de la cuota de catalán, se pierde el debate sobre el porcentaje de castellano en las escuelas mientras el Govern fuerza contradictoriamente las costuras judiciales. Tan absurdo lo uno como lo otro. Hay una gran afición a crear problemas, incluso cuando no existen y a arreciar la polémica con el motivo más simple. Sería recomendable acomodarse a la cripsis de las mariposas: su adaptación para pasar desapercibidas, en lugar de estar llamando siempre la atención con riesgo de acabar devorado. Después de todo, las mariposas son víctimas de los cambios en los usos agrícolas y las alteraciones medio ambientales. Nada o poco que ver con los cambios en la vida política.

La palabra respeto fue clave en las últimas elecciones alemanas. En el fondo, reflejaba la búsqueda de un horizonte ilusionante en medio de tanta desgracia: cuando creíamos salir de la pandemia y con un creciente desequilibrio de la desigualdad. En realidad, un intento de recuperar la esperanza y una nueva utopía, producto de un estado de ánimo colectivo. Cuando se pierde un votante, es como cuando un diario pierde un lector: es muy difícil de recuperar, porque caen en el saco del malestar. Cuando el debate se aleja de la realidad social, de los problemas de los ciudadanos, cuando se habla demasiado de política en abstracto y poco o nada de la elaboración de propuestas, con escasa acción social, se debilita el centro y se fortalecen los extremos.

Es absurdo centrar el interés de Estado, la aprobación de los presupuestos del Estado en una forzada o forzosa actuación de las plataformas televisivas, sobre todo cuando no se tiene capacidad para influir en sus decisiones y, peor aún, cuando se corre el riesgo de incentivar su retraimiento en algunos proyectos. ¿Es está la gran preocupación de los catalanes? ¿O tiene más valor su realidad social cotidiana? Al final, el ciudadano acaba viendo las instituciones y los partidos que las sustentan como una panda de instalados, parte del poder tradicional e inoperante, acomodaticio, una pieza más del sistema en el que apenas se confía. Todo ello acompañado de un lenguaje alambicado, reiterativo, ególatra y confuso para poder ser o estar en donde convenga en cada caso.