El nacionalismo catalán hizo del llamado hecho diferencial el argumento central en que sustentar su discurso, cohesionar a la ciudadanía y consolidar sus aspiraciones. Y lo cierto es que el país posee peculiaridades muy manifiestas e indiscutibles, como es el caso del idioma y la tradición cultural. Otras, que también contribuyeron a reforzar la autoestima, ya no resultan tan evidentes, como sucede con todo nacionalismo. Así, por ejemplo, la singular propensión del catalán al esfuerzo, aquel “els catalans de les pedres en fan pans”.
Entre los trazos identitarios del país, también destaca el empuje de su burguesía, tradicionalmente diligente y comprometida y que, en determinados momentos a lo largo de la historia, ha desempeñado un papel determinante. Cuando hablamos de burgués, nos referimos a aquella persona muy acomodada para la cual el dinero no lo es todo, pues no menos importante resulta su pasión por la cultura y su compromiso con el interés general. En cualquier caso y al margen de si, hoy, la burguesía catalana es o no diferencial respecto otras partes de España, muchos de quienes la conforman sí se sienten distintos. Y mejores.
Ciertamente, nuestras élites muestran singularidades. Algunas de ellas se manifiestan especialmente en verano. Así, de una parte, su tendencia a concentrarse en el Empordà. Desde hace unas décadas, no siempre fue así, la comarca gerundense recibe un porcentaje muy elevado de nuestros ricos. Inmersos en esos paisajes idílicos, se multiplican las mansiones, con sus correspondientes embarcaciones en la costa, en una especie de competición por quien cuenta con una masía mayor y con más metros de eslora. Resulta curioso que tras todo un año coincidiendo repetidamente en Barcelona, los meses de verano necesiten hacerlo con aún mayor intensidad. No creo que suceda en muchas partes del mundo.
De otra, y derivada de la anterior, el que no se limitan al dolce far niente propio del estío. En absoluto, lo suyo, especialmente desde el inicio del procés, es un incesante debate sobre cuestiones relevantes y de interés general. En años pasados se centraban en apoyar el pacto fiscal, para seguidamente entender el derecho a decidir. También, posteriormente, se coqueteó con la declaración de independencia si bien, tras ver las orejas al lobo, las posiciones coincidieron en criticar al gobierno de la Generalitat y su deriva radical. Este año, se han acentuado las diferencias respecto las élites madrileñas: en el Empordà se está por el indulto y en contra de la singularidad fiscal de Madrid. Sencillamente, la burguesía catalana es distinta.
Sin embargo, tiendo a pensar que, en el fondo, las divergencias entre quienes se concentran en Girona y aquellos madrileños adinerados que puedan hacerlo en Marbella o la costa gaditana, las diferencias son mínimas. Y hemos tenido la oportunidad de comprobarlo durante estos años en que la crisis financiera de 2008 y, recientemente, la derivada de la pandemia ha evidenciado las condiciones en que malviven muchos conciudadanos. Cuando uno esperaba que los más afortunados hicieran suyo un discurso a favor de reconducir excesos y derivas de una economía que excluye y fractura, y que constituye una amenaza para el propio capitalismo, poco más que palabras vacuas para revestir la estricta defensa de los intereses particulares. Aquí y en el otro lado del Ebro.
La salida de la pandemia abre una nueva etapa. Cataluña y Barcelona tienen la oportunidad de recuperar presencia y reconocimiento. Para ello, necesitaremos de buenas políticas públicas y, más que nunca, de una sociedad civil dinámica y comprometida. Una gran oportunidad para que los nuestros demuestren que son burgueses y no meramente ricos. Que así sea.