Un año llevamos discutiendo sobre la posible construcción de una franquicia del Museo Hermitage en la nueva bocana del Puerto de Barcelona. El ayuntamiento de Ada Colau bloqueaba el proyecto argumentando el posible aumento de la presión turística en la Barceloneta. Puede ser, pero más vale sucursal museística de calidad en mano que otro proyecto patriótico como el Mercat del Born, edificio modernista convertido en un contenedor de restos arqueológicos de anteayer y de letreros nacionalistas. Puestos a apostar por un proyecto del nivel que Barcelona merece, la reivindicación debería ser más ambiciosa, El Prado, por ejemplo. ¿Por qué no? Sería bueno para todos. Un buen tema para esa conversación que van a tener próximamente Pedro Sánchez y Pere Aragonès. Que la famosa mesa del diálogo se olvide un rato del referéndum e incluya el arte, la cultura.
El Ayuntamiento barcelonés parece querer avanzar con un proyecto cultural que nos saque de la arqueología local y nos asome al mundo. Acepta, en principio, la franquicia del Hermitage y ha aprobado --con el voto a favor de PP, BC Común, PSC, Cs y Barcelona pel Canvi-- iniciar gestiones con el Ejecutivo para que el edificio del Banco de España cambie de titular y pase a ser propiedad municipal. Quieren convertir esa sucursal de la Plaza Catalunya en “Equipamiento Cultural”, una denominación tan vaga que me pone los pelos de punta.
No quiero pensar que la abstención de JxCat y el voto contrario de ERC al proyecto puedan ser el inicio de otra estéril batalla política. Por favor, dejen de hablar de colonialismo cada vez que se plantean acuerdos con el estado español. Y recuerden que, si se consiguió la titularidad del Castillo de Montjuïc y de Correos en tiempos de Gobiernos socialistas, también se puede ahora ganar un edificio infrautilizado. Se habla, entre otras posibilidades, de utilizar ese espacio para albergar una delegación del Museo Dalí (recordemos que el pintor legó toda su obra al Estado español). Puede ser, aunque lo tenemos a 90 minutos de coche y sería obra de un solo autor. Más me gustaría que hablaran de colgar en las paredes de algún edificio barcelonés obras de Durero, Goya, Rubens, Fra Angélico, Velázquez o Tiziano; de traer cualquiera de las exposiciones temporales de El Prado.
No tiene sentido que uno de los mayores y más valorados museos del mundo tenga su sede en una sola ciudad española. Es cierto que un número considerable de piezas ha sido cedido a centros y museos de distintas comunidades, pero estamos hablando de un inventario formado por 27.509 objetos artísticos, de los cuales 7.825 son pinturas y 8.637, dibujos. En El Prado se exponen unas 1.100 obras, lo que le convierte en el museo europeo con más obras maestras expuestas, pero indica que los almacenes siguen llenos. Mientras eso sucede, en España llegan franquicias de museos extranjeros como Guggenheim (Bilbao) o Pompidou (Málaga), consiguiendo un gran éxito de público y diversificando el turismo de las ciudades de acogida. Barcelona se suma a la ola con el proyecto del Hermitage, pero es una pena que uno de los mayores patrimonios del país siga anclado en el madrileño Paseo de Recoletos. Extenderlo, llevarlo a otras ciudades y países, sería una gran inversión en la cultura propia y en Barcelona. El arte es hoy un sector que, como dirían los economistas, aporta valor.
Barcelona siempre ha sido una ciudad ecléctica y cosmopolita. Sin embargo, el inicio del siglo XXI parece haber subordinado la energía creativa a la identidad. Mientras se ponían esfuerzos en fechar independencias y repúblicas, se olvidaban los proyectos culturales y sociales de envergadura. Se buscaba internacionalizar el procés, olvidando el arte.
Sostener el patrimonio e impulsar la creatividad contemporánea no solo es una obligación para cualquier Gobierno, es una fórmula para cambiar el turismo de botellón. Cambiar la estructura económica de un país, cuyo 75% del PIB proviene del sector servicios, costará décadas. Podríamos empezar por difundir nuestro enorme patrimonio y buscar un visitante con más amplios intereses que la cerveza y las bravas.
Barcelona debe volver a pensar a lo grande y mirar hacia fuera. No se trata de proteger el talento barcelonés sino de impulsar su difusión y aceptar las corrientes creativas, lleguen de donde lleguen. Hay que dejar de contentarse con hacer pequeñas cosas, muy nostradas. Así no entramos en ningún circuito internacional. Partimos de un gran pasado cultural, que debemos honrar; tenemos fundaciones imprescindibles, como la Miró, la Tàpies o el CaixaForum, e importantes museos (Picasso, CAC, MNAC), pero El Prado barcelonés sería una gran noticia para Cataluña. Otras vendrían detrás.