Ada Colau parece adorar la cultura del ‘no’. A la alcaldesa, y a muchos de sus correligionarios, les va el deporte de poner trabas a todo. Eso sí, lo hacen coloreando sus zancadillas políticas con un toque alternativo y un barniz, en apariencia, ecológico. Tiempo atrás demonizaron al Mobile World Congress afirmando que era un evento no sostenible. Luego, afortunadamente para el empleo y la ciudad, rectificaron a toda prisa. Recientemente iniciaron una cruzada contra el coche y la industria del automóvil en la que no faltaron los colorines y los bloques de hormigón. Los amigos de la alcaldesa tampoco se han quedado cortos haciéndole asquitos al turismo y a la llegada del museo del Hermitage. Y ahora, como guinda del pastel, les ha dado por encorsetar el aeropuerto de El Prat y meter aviones en un hangar. El colmo de los colmos ha sido oir a la concejal Janet Sanz, en el pleno del ayuntamiento barcelonés, afirmar que no se podia forzar al consistorio a tener que escoger entre economía y ecología. Nadie pretendía eso, señora concejala. Hay una buena dosis de demagogia y postureo en esa afirmación.
Uno tiene la impresión de que los Comuns cada vez tienen más tics decimonónicos, que su discurso está emparentado con el ludismo de los artesanos ingleses que protestaban contra las nuevas máquinas y quemaban molinos en Nottingham. Ned Ludd, un individuo que supuestamente destrozó un par de telares, dio nombre al movimiento ludista en los años iniciales del siglo XIX. En Camprodon aún se rememora cómo, en 1823, una multitud indignada se dedicó a destruir las maquinas de hilar y cardar de la manufactura Lacot. Aquellos ludistas creían defender sus puestos de trabajo; cierto, pero para su desdicha, la automatización y las nuevas técnicas de producción se impusieron de forma inexorable. Es obvio que el neoludismo de los Comuns no tiene como argumento central eternizar empleos en industrias obsoletas; claro que no, pero las consecuencias que se desprenden de sus trabas constantes obstaculizan la creación de nuevos puestos de trabajo e infraestructuras. Parece que trabajen para la competencia.
Los gobernantes de las instituciones deben tener como objetivo procurar una buena gestión de lo público evitando ir a rebufo de experimentos de pizarrín. El discurso de Ada Colau y los Comuns respecto a la ampliación del aeropuerto de Barcelona no destruye viejas maquinas de hilar, destruye inversión y ocupación.
Toni Bolaño se preguntaba en estas mismas páginas si Cataluña quería ser aldeana o cosmopolita. Gran pregunta la suya. ¿Va la sociedad catalana a desperdiciar la oportunidad de situarse entre las regiones mejor equipadas y comunicadas del orbe? ¿Puede permitirse el lujo este país de desperdiciar los 1.700 millones de euros que trae bajo el brazo, para los años 2022-2026, el Plan Barcelona de AENA de ampliación aeroportuaria? La respuesta es no. Luego que no nos vengan a taladrar con la socorrida milonga de que el Estado no invierte en Cataluña. Es una perogrullada oponer ecología y economía. También una canallada intentar anatemizar proyectos afirmando que son nocivos para la preservación de la naturaleza y el medio ambiente. Nadie se atrevería hoy, en un país de la Unión Europea, a impulsar proyectos u obra pública no sostenibles. En este sentido, tengo la seguridad de que la ampliación del aeropuerto de Barcelona se proyectará con todas las medidas ambientales que sean necesarias.
Ni con el ejercicio del ‘no’ permanente, ni con la reencarnación del ludismo en forma de trabas --método Ada Colau-- se llega a ninguna parte.