El debate planteado por el presidente de Aena, Maurici Lucena, sobre la ampliación del aeropuerto de El Prat está llamado a ser el debate sobre el futuro de Barcelona y Cataluña en los próximos meses. La madre de todos los debates. La cuestión que hay sobre la mesa es esta ¿oportunidad o problema? Aena quiere apostar fuerte por el potenciamiento de El Prat porque con el actual aeropuerto Barcelona no tiene oportunidad de convertirse en un hub internacional. Además, la ampliación se limita a la prolongación de una pista para dar cabida a los aviones que realizan rutas transoceánicas. Actualmente, Barcelona se tiene que limitar a depender de Madrid porque su espacio de expansión, Europa, está agotado. Es la hora de tomar decisiones porque, no lo duden, es ahora o nunca.
Lo que debería ser un motivo de entusiasmo puede caer en el mismo ostracismo, cortoplacismo y miopía que llevó a las autoridades catalanas de la década del 2000 a pegarse un tiro en el pie. Entonces se pusieron todas las zancadillas imaginables, autozancadillas, para acabar perdiendo la oportunidad ante Madrid. Solo un grupo se propuso lanzar una compañía, Spanair, que no pasará a la historia de empresas de éxito, y que subsistió por las ayudas de la Generalitat de Maragall y Montilla. El resto de esa sociedad civil centró sus esfuerzos en tener su chiringuito en las instalaciones aeroportuarias. Poco más. Perdimos una oportunidad de oro, pero preferimos lamentarnos del maltrato de “Madrid”.
Las barreras que se levantaron hicieron imposible que El Prat tuviera el músculo suficiente porque se retrasó todo. La contaminación acústica de Gavà Mar, que obligó a cambios operativos, y la presión ecologista en aras de proteger el entorno de La Ricarda enarbolando la bandera de la protección de las aves, en este denominado espacio natural. Sin embargo, la charca en cuestión no es natural, es artificial, por lo que deberíamos dejarnos de falsas banderas medioambientalistas y ser pragmáticos. Si es artificial puede reubicarse, por ejemplo, en un nuevo plan que reorganice un espacio natural y garantice la continuidad de la actividad agrícola.
El consejero Calvet utilizando el vuelo bajo, y eso que en el espacio natural La Ricarda no hay grajos, pretende declarar zona protegida todo el Baix Llobregat. El todavía consejero y aspirante, ahora, a vicepresidente no tiene en cuenta que las aves migratorias comen de los campos de la comarca y con una declaración de protección salvaje los agricultores serán condenados al ostracismo porque no podrán invertir y, lo peor, tendrán que desmantelar los invernaderos y abandonar ciertos modelos de producción que los harán ruinosos. En conclusión, desaparecerá toda actividad agrícola. Además, sin campos, las aves no tendrán donde ir a repostar, nunca mejor dicho. Lo peor del consejero que parece que está a por uvas, en el aeropuerto y en su continuidad, es que publicó un artículo en el que dice que Aena hace la propuesta para que le digamos que no. Los mediocres siempre echan la culpa al otro y suelen mirarse el ombligo. Excusar su incapacidad en que la propuesta es engañosa, es propia de un gañán. Bueno, o insinuar que Lucena es un mal catalán. No tengo la potestad para definirlo en esta materia, pero lo que está claro es que hacía años que no teníamos los catalanes una propuesta de esta envergadura sobre la mesa. El problema es saber si nuestros representantes estarán a la altura. Visto lo visto, tengo mis dudas.
Ada Colau coherente con su irracionalidad se ha mostrado en contra porque la ampliación contamina. Ernest Maragall se ha sumado. ¡Quién lo ha visto y quién lo ve! Los más viejos del lugar todavía le recuerdan aquel entusiasmo para convertir el aeropuerto en un pulmón económico. Ambos deberían saber, y dudo que lo sepan, que la actual ampliación tiene la cobertura de la Declaración Ambiental de 2002 que permitía a El Prat 90 operaciones a la hora. Precauciones de contaminación acústica y no contar con una pista de capacidad internacional han dejado su capacidad en 80 operaciones hora. Por tanto, la prolongación no contaminará más, sino que entra dentro de los cánones preceptivos de 2002. Y un pequeño detalle, Aena está dispuesta a establecer compensaciones a los agricultores del Baix Llobregat que entienden que la prolongación es positiva y además que les otorgará unas compensaciones importantes para seguir dando trabajo a centenares de familias y ser un proveedor necesario de Mercabarna y de miles de barceloneses, que sin la comarca del Baix Llobregat perderán eso tan querido como la agricultura de proximidad.
Institut Agrícola y cooperativas del Baix han abierto vías negociadoras con Aena, con el Parc Agrari y los alcaldes de la zona porque saben que hay que sumarse a las oportunidades y la prolongación puede permitir una reordenación de la comarca y del entorno de Barcelona, de su actividad agrícola y de los humedales que pueden favorecer a la fauna que los utiliza más allá de una charca maloliente y degradada.
Sin embargo, algunos se han empeñado en poner trabas y ver a El Prat como un problema. Otros, como Foment del Treball lo ven como una oportunidad para potenciar el tejido empresarial y económico. Colau, Calvet --no sabemos si el nuevo consejero o consejera responsable se alejará del ridículo-- y Maragall están dispuestos a jugar una carta. Más vale una Barcelona aldeana que una Barcelona cosmopolita. Luego se rasgarán las vestiduras y nos contarán compungidos que la culpa es de Madrid. Ya lo hicieron en los años 2000 y coló. Hacerlo otra vez solo colará ante los que no ven más allá del cuello de su camisa. Sólo el líder del PSC, Jaume Collboni, ha marcado una posición diferente en favor de las instalaciones aeroportuarias. De momento, solo ha sido una discrepancia florentina pero en estos temas importantes es necesario ir un paso más allá porque nos la jugamos. Si perdemos el aeropuerto luego no valdrá llorar. La dicotomía es clara. ¿Oportunidad o problema? La respuesta se puede hacer con otra pregunta ¿aldeanos o cosmopolitas?