Iván Teruel (Girona, 1980) es licenciado en Filología Hispánica, DEA en Lengua Española y profesor de educación secundaria. Y desde esa condición, en un instituto en Girona, vivió con angustia todo el proceso independentista, desde 2012, y que culminó con la declaración de independencia. En otoño de 2017, Teruel aseguró que vivió con temor y con la posibilidad de llegar a un enfrentamiento civil. Es autor del ensayo literario El Perú escindido (Ediciones irreverentes, 2012) y del libro de narrativa breve El oscuro relieve del tiempo (Ediciones Cal·lígraf, 2015). Tras manifestar sus reflexiones en Facebook, y con las respuestas que se encontraba, Teruel decidió escribrir el libro ¿Somos el fracaso de Cataluña? (Lince), que cuenta con un prólogo contundente de Félix Ovejero. Lo que señala Teruel, cuya familia procede de la inmigración andaluza y extremeña, llegada a Girona en los años cuarenta y cincuenta, es el relato de la Cataluña contemporánea. Muchas anécdotas sobre esa posible integración se acaban transformando en una profunda reflexión sobre cómo el nacionalismo ha construido ‘su verdad’ y la ha vendido como ‘la verdad’. La dura vida de su familia, y su historia personal y profesional constata que en Cataluña han convivido dos comunidades, no sin tensión, que el procés independentista ha hecho aflorar con fuerza. Para Teruel la conclusión es clara: “La idea de ‘un sol poble’ ofende a alguien con una inteligencia mínima”.
--Pregunta: Usted es profesor en un instituto de Girona, ¿qué reacciones se ha encontrado tras la publicación del libro?
--Respuesta: No se lo había dicho a casi nadie. No he querido comentarlo, no por temer una reacción airada, sino porque muchos de mis compañeros no se iban a sentir cómodos. Sin embargo, se publicó una referencia en el Diari de Girona y me pareció extraño que nadie me lo comentara. Tampoco surgió en el claustro de profesores del centro. Considero que puede ser el efecto de dos situaciones: que no lo hayan leído, porque se mueven en otros circuitos, o que sí lo hayan hecho y prefieran no decirme nada. No deja de ser significativo, en todo caso, respecto a las dos posibilidades.
--¿Tampoco entre el alumnado?
--Uno sí, que está conectado con las juventudes de un partido. Y le interesa. Pero tampoco dije nada entre los alumnos. Sí lo hice cuando publiqué un libro de microrrelatos.
--Lo que usted explica es un conjunto de anécdotas, se podría decir así, sobre la lengua, comentarios sobre fútbol y el Real Madrid, sobre la utilización del castellano y del catalán, que acaban teniendo relación y un trasfondo muy determinado. Ahora, vista la experiencia del procés independentista, considera que no eran, precisamente, anécdotas. ¿El problema, precisamente, es que la sociedad catalana ha considerado que sólo eran anécdotas?
--Sin lugar a dudas, y por eso ha sido tan difícil criticar el trasfondo que fundamentaba esas situaciones aparentemente insignificantes. El libro relaciona esas anécdotas con manifestaciones tasables, de líderes independentistas, no locos tuiteros como señala Félix Ovejero en el prólogo del libro. Quise ser cauto, por las limitaciones de la memoria, por un posible sesgo provocado por lo que ha ocurrido en los últimos años. Pero tras los comentarios que recibía en Facebook, cuando comencé a colgar reflexiones sobre lo que sentía durante el procés, me di cuenta del efecto de todo ello. Me decían que ponía voz a una sensación que tenían muchos de los lectores, pero que no sabían ponerle palabras. Y mientras iba escribiendo el libro me di cuenta de que esas sensaciones que podían ser irrelevantes, a lo largo de mi vida, me condicionaron la conducta. ¿Por qué comencé a hablar en catalán con catalano-hablantes, pero también con castellano-hablantes de origen? Esas situaciones baladíes han ido permeando mi conducta.
--El libro no lo podía escribir la generación anterior. La escribe el nieto, no el padre o el tío, una figura clave en su formación. Aquí surge una reflexión. ¿Cómo es que se replantea lo que ha pasado en Cataluña desde la recuperación de la democracia el nieto? ¿No se había considerado que toda esa cuestión del acomodo en la sociedad catalana estaba superada?
--No, no estaba superada, porque la historia la han contado los nacionalistas. Lo que tenemos es la obra magna de Jordi Pujol. Hace poco me explicaba un experto en flamenco cómo se había domesticado a las entidades andaluzas bajo el mandato de Pujol. Ha sido una historia, la de muchas personas que llegaron a Cataluña desde otras partes de España en los años cincuenta y sesenta, que ha estado ocultada por los medios y el discurso oficial. Yo cuento esa historia porque mis familiares no pudieron hacerlo, porque no tuvieron acceso a los estudios. Y la cuenta el nieto porque cuando surge el proceso independentista, los que estamos en el otro lado y somos contrarios al independentismo, sometemos a revisión nuestros recuerdos y nos damos cuenta de que todo ha sido posible porque había un caldo de cultivo. No éramos conscientes. A mi madre la reconviene su jefa porque no habla catalán. Y cuando lo intenta, se le dice que mejor que no lo haga porque maltrata la lengua. Es una segunda humillación. A mí eso no me lo podrían imputar. El problema es que a mi madre esa experiencia no le importó. No se sintió ofendida. Y entre 2012 y 2017 esas supuestas anécdotas cobran todo el sentido. Nos vemos muchos obligados a hacer una revisión de nuestro pasado y nos vemos obligados a reconstruirlo.
--Entonces, se puede decir que el procés, la aceleración del proyecto independentista, ha constituido una gran torpeza por parte de los independentistas, por haber levantado algo que podía estar latente, pero que no se había manifestado con claridad.
--Considero que una parte del nacionalismo se sintió acorralado por los procesos judiciales y por la crisis económica. Si hubiera esperado diez o veinte años…teniendo en cuenta que todo ya estaba naturalizado… Yo mismo tengo interiorizados tics argumentativos nacionalistas. En la situación anterior al procés, yo no sé si hubiera llegado a darme cuenta del transfondo que sustentaba la estructura que ha imperado en la sociedad catalana. Por tanto, sí, creo que ha sido una torpeza. Hemos querido evitar el conflicto, que existía, y creo que, a pesar de lo que ha ocurrido, con mucha gente perjudicada por el procés, una gran mayoría querría volver a la situación de 2011, aunque se deje a una parte al mando de todos los resortes del poder y aunque no se le preste atención a la mitad de la sociedad. Mucha gente desea pasar página al procés, pero no al nacionalismo.
--¿Sería el momento, con todo lo que ha pasado, para dar cartas otra vez, para replantear los consensos en la sociedad catalana?
--Creo que sería conveniente que no fuera pecado capital cuestionar principios del nacionalismo. Y sí, habría que repartir otra vez la baraja, sobre cuestiones como la inmersión lingüística o la idea de nación, y sobre el andamiaje discursivo y moral. Porque no está tan claro lo que es una nación, como los nacionalistas la definen. Genera problemas, porque a mí me deja fuera, como a muchos con padres del resto de España, con el castellano como lengua materna. Si todo depende de la voluntad, entonces la nación no se puede definir por su carácter milenario. Las naciones se inventan, aunque es difícil sostener un estado-nación sin referentes culturales. Pero me conformaría con que la discrepancia en Cataluña no fuera un acto de heroísmo, que no se tachara de mal catalán a nadie por formularla o se tuvieran menos posibilidades de promoción por hacerla. Y es que la promoción en Cataluña depende mucho de la adscripción ideológica y no tanto de la calidad.
--¿Qué puede hacer el Estado para dar esas nuevas cartas?
--Primero, no tengo claro que el Estado ayude en esa dirección. El Estado debería haber hecho, dirigido por gobiernos de uno u otro color, pedagogía sobre la implicación ética y moral que tiene la unidad territorial. Se asoció históricamente la unidad territorial a un anhelo del franquismo. Y ha faltado pedagogía sobre la unidad al modo republicano, una unidad imprescindible para garantizar la igualdad y la libertad de todos los ciudadanos. Se consideró, sin embargo, a partir de la transición, que la unidad era algo trasnochado, en vez de asociarla a un sistema imprescindible para la igualdad de los ciudadanos, con los mismos derechos y obligaciones. Y si ahora el Gobierno propone los indultos a los que nos llevaron al borde del abismo, no se ofrecerá mucha pedagogía. Porque la ley es muy pedagógica. Vimos cómo los políticos independentistas, durante el juicio, negaron lo que habían hecho, señalando que no querían la independencia y que no lo volverían a hacer. Y luego todo cambió con la moción de censura. Y pusieron determinadas condiciones para permitir esa moción. El discurso cambió y el independentismo vio que la interpretación de la ley era maleable. Y para mí eso dará pie a que a corto y medio plazo el independentismo lo volverá a intentar, porque hacerlo les habrá salido casi gratis.
--Su padre y tu tío se implicaron en las luchas sindicales, en Salt, en Girona. Y se dan cuenta que los partidos de izquierda están en otra cosa, o que coinciden con los nacionalistas con discursos muy similares. Es el caso del PSC, con el alcalde de Salt, Salvador Sunyer. ¿Eso fue un error, ya en aquel momento?
--Se ha hablado mucho de las dos almas del PSC, la izquierda catalanista y la izquierda que venía con otras prioridades, con gente que se incorporaba desde la inmigración. Y creo que sí, que el PSC se alineó con el discurso del antifranquismo, y condescendió con la retórica del nacionalismo. Se entendía que el nacionalismo era lo avanzado en contraposición al franquismo. El PSC propuso la inmersión lingüística, con buena voluntad, para dar acceso a determinados puestos a partir de la lengua catalana. Pero se aplicó después como un sistema de lengua vehicular única. Toda la izquierda catalana, el PSC, el PSUC y luego ICV se movieron en esas coordenadas más cercanas al nacionalismo, con la defensa, al principio, de la autodeterminación. Fue un error de la izquierda. Pero también el PP hizo algo similar, excepto en la etapa de Vidal-Quadras. Al PP no le ha preocupado mucho la cuestión de la lengua. Tampoco ha planteado la batalla cultural con el nacionalismo, condicionado por el complejo de ser tildado de franquista. A mí mismo me aterrorizaba que se me pudiera vincular con algo franquista, derechista.
--Entones, ¿la idea de ‘un sol poble’ de Josep Benet ha sido una farsa? ¿Ha habido dos comunidades que, sin una hostilidad clara a partir de un cierto momento, viven separadas en mundos distintos y con referencias distintas?
--Vuelvo a la idea sobre Jordi Pujol. De Pujol no se pueden hacer ahora valoraciones morales muy positivas, pero no se puede ocultar su talento político. El llamado programa 2000 que impulsó ha tenido éxito, con una infiltración nacionalista enorme. Con un supremacismo encubierto y sutil, se hizo creer que la sociedad catalana no albergaba en su seno el conflicto. Y que había consensos sobre principios básicos. La idea de ‘un sol poble’ ofende a alguien con una inteligencia mínima. No existe. Ortega sostenía que el estado es por definición multicultural, porque es la superación del estado natural. Y Vila-Sanjuán ha constatado como no era cierto que el catalán fuera la única lengua y, por tanto, la lengua legítima en Cataluña. Se construyeron mentiras deliberadas y se conformó un panorama discursivo que ha condicionado la perspectiva de una gran parte de la sociedad. Hemos estado condicionados por ese discurso. Y ha condicionado que nos acercáramos a la realidad: ha habido dos comunidades, las ha habido siempre. Yo mismo no tuve problemas al principio, porque no me relacioné. Vivía en una comunidad propia, castellano-hablante. Cuando lo hice, surgieron las fricciones. Lo particular, en mi caso, es que he conseguido ascender socialmente, en el mundo de la educación, donde prevalece la cultura catalana. Los de mi origen, o se quedan por el camino o asumen la visión nacionalista y se callan. Y asumen que es el precio para vivir más o menos tranquilo, para evitar la muerte civil o el rechazo social.
--¿La forma de ascender en Cataluña pasa por renunciar a tu identidad de origen?
--O te asimilas o te haces pasar por un catalán autóctono. Se te acepta si te adhieres a los principios nacionalistas.
--¿El ideal del nacionalismo se ha conseguido en el sistema educativo con la inmersión?
--Dirán que hay pluralidad, pero no es así. Yo viví el otoño de 2017 en el centro. En la huelga del 3 de octubre, que fue general, solo acudimos dos o tres profesores. El 2 de octubre, en medio del horario lectivo, la mayoría salió con los alumnos al patio a protestar por la actuación policial. La mayoría del profesorado comulga con el nacionalismo y en la organización del 9N la mayoría mostraba su satisfacción por poder colaborar como voluntarios. Nadie salió diciendo que era ilegal. En la mayoría de funcionarios eso ha sido así, con una gran complicidad con el ideario nacionalista. Salvo en cuerpos como los Mossos d’Esquadra, en los que se colaron muchos no nacionalistas, castellano-hablantes, porque cuando precisaron de muchos efectivos, no se exigió estudios superiores, y entraron muchos ‘charnegos’. Pero en la administración catalana es una realidad. Recuerdo que fui a la delegación de la Generalitat en Girona, --un parque temático del independentismo-- para realizar unas gestiones, y vi en la sala de espera el banco, reservado para los usuarios, convertido en un altar independentista, con fotografías de todos los políticos presos. Y en las dependencias interiores había todo tipo de símbolos y carteles a favor de la liberación de los políticos presos. En el caso de los Mossos la cosa está más dividida, por esa entrada de mucha gente no nacionalista. Y gracias a eso, los Mossos recularon en el último momento. En caso contrario, creo que nos hubiéramos encontrado con un escenario nada agradable.
--Un profesor puede pedir el traslado, ¿lo hizo usted? ¿Se debe seguir presentando batalla, en todo caso, desde la responsabilidad que tenga cada uno?
--Hay siempre situaciones personales. Yo experimenté un infierno en aquellos momentos, desde los atentados de las Ramblas hasta la declaración de independencia. Fueron meses muy complicados. Entiendo a Javier Cercas, cuando dijo que para él había sido más duro que la pandemia del Covid. Aunque la pandemia haya tenido unos efectos globales muy duros, es cierto que para los que estuvimos en contra de la independencia aquel momento fue trágico. Recuerdo el libro de Zweig, El mundo de ayer, cuando relata cómo se llega a una guerra sin que apenas lo notes. Tuve la sensación de que podíamos estar cerca de un enfrentamiento civil. Ahora todo es diferente. Y claro que hay que plantar cara, lo que ocurre es que todo está muy polarizado. A pesar de que el ambiente es más amable, sigue siendo de alto voltaje. Y estuve a punto de irme a Málaga y no descarto hacerlo más adelante. Pero no lo haría tanto por mí como por mis hijos, que creo que no deberían pagar un peaje identitario, con ese empeño en que el catalán sustituya a la lengua materna castellana. Por eso creo que tal vez sería bueno que crecieran en otro sitio.
--Lo que dice tiene que ver con la raíz del problema, con la idea de que, aunque políticamente el problema se pueda resolver, quedará un poso que es muy difícil de superar. ¿Tiene esperanza en las nuevas generaciones, como ha pasado en Quebec, donde los jóvenes ‘pasan’ del movimiento independentista?
--Mi perspectiva cambia a ratos, pero es cierto que percibo cierto hartazgo de los más más jóvenes, incluso entre los jóvenes catalano-hablantes. Además, las nuevas tecnologías lo están transformando todo. Y no paro de escuchar quejas de nacionalistas que dicen que, después de montar todo el tinglado administrativo, sus hijos ven series en Netflix o HBO con todo en castellano. Tengo esperanza en que el identitarismo asfixiante no cale tanto en las nuevas generaciones por una cuestión pragmática. Pero si uno analiza el resultado de las últimas elecciones verá que el peso de los partidos nacionalistas es enorme. Y creo que yo mismo no veré otro gobierno que no sea nacionalista. No ha cambiado nada. Ni con los tripartitos de izquierda cambió, con Pasqual Maragall a rebufo de ERC. No veo una alternativa constitucionalista en los próximos 20 años, porque hay una visión enraizada. Y los no partidarios del nacionalismo no se implican, porque no ven la utilidad de hacerlo. En cambio, los nacionalistas están muy movilizados y son persistentes. Siempre queda la conllevancia de Ortega, condenados a vivir en esta tensión.