Ahora que la Cumbre del Clima nos ha anunciado el apocalipsis en Full HD, y la destemplada Greta Thunberg se ha marchado en un vagón de ganado de tren borriquero de tercera regional a dar la brasa a otro lado, todos deberíamos respirar profundamente y relajarnos. Pero va a ser que no. Porque lejos de enfrentar la recta final del año en bien merecida paz, los políticos nos mantienen tensionados y perplejos con sus tejemanejes, a fin de evitar que de un subidón de tranquilidad y recogimiento nos dé un ictus o un infarto y se vean privados de nuestros votos. El patio, para variar, anda revuelto. Permítanme que les cuente y luego decidimos qué hacemos…
Cual enajenado Saturno goyesco, Carles Puigdemont ha devorado al PDeCat, que se integrará, diluirá o subsumirá en su engendro Junts per Catalunya. Una maniobra así viene a demostrar que el fachita psicópata de Waterloo todavía tiraniza mucho y bien, para desesperación de los Convergents más prudentes y pragmáticos, si es que aún queda alguno por ahí. El prófugo celebra mientras tanto el fallo del Tribunal de Justicia de la UE sobre la inmunidad de Junqueras, pese a todos sus desmanes y las fechorías y condenas dictadas contra su vicepresidente y consellers de gobernación. La decisión sobre su extradición a España ha quedado aplazada hasta el 3 de febrero del próximo año.
El pastelero loco ya ha anunciado que si los hados le son favorables, dejará Bélgica y alquilará y se instalará en la casita que ya ocupó Francesc Macià en Perpiñán tras exiliarse en 1923. En su caso es una forma de seguir alimentando la épica histórica, que tanto gusta y enardece a los aquejados de complejo agudo de inferioridad, y continuar amargando el postre al personal, cosa que es, a estas alturas de película, lo único que le empalma bien empalmado y sin necesidad de Viagra. Quim Torra, por su parte, despotrica, echa bilis y exige a Pedro Sánchez alfombra de gala, banderas, “teléfono rojo volamos a La Moncloa”, tratamiento preferencial sobre otros presidentes autonómicos y conferencia internacional “en la cumbre”, entre mandatarios de países soberanos colindantes. Y todo para pegarse el gustazo de darle, por los muchos despechos acumulados, con la puerta en los morros.
A todo esto, pero íntimamente relacionado con todo lo anterior, los del "Chunami Damukràtik" convocaron para el clásico Barça-Madrid a miles de juramentados ante el Camp Nou, en una nueva concentración que acabó desembocando en disturbios en los alrededores del Camp Nou.
Y es que los responsables de tal desafío, que en cualquier país con cara y ojos estarían ya a disposición judicial, gozan aquí de absoluta impunidad. No olviden que Miquel Iceta lo ha dejado bien claro en los últimos días al afirmar que no quiere "interferencias indebidas del Estado (en Cataluña)", ya que él es el único interlocutor válido y directo con el universo separatista. Una vez más, haciendo de "puta i Ramoneta", el líder del PSC parece dispuesto a hacerle la ola al nacionalismo. Concurren, simultáneamente, dos circunstancias que bajo ningún concepto pueden ser obviadas o desvinculadas. Por una parte, el afán de Sánchez por ser investido presidente del Gobierno de España a cualquier precio, y por otra la ambición confesa de nuestro desvergonzado derviche giróvago catalán, que reelegido primer secretario del PSC en el congreso del pasado fin de semana, aspira ahora abiertamente a reinar en el Palau de la Generalitat como alternativa al nacionalismo.
Pero la mayoría que necesita Sánchez baila en la cuerda floja. Los tiempos del PSOE y de ERC no tienen nada que ver. Fray Oriol Junqueras regula la velocidad del metrónomo desde su celda. No tiene prisa y permanece atento al panorama catalán en su eterna pugna con el PDeCat por convertirse en el partido hegemónico del naufragio independentista. Las cosas, para Sánchez, podrían complicarse. Pablo Casado le ha negado el pan y la sal, más allá de ofrecerle grandes pactos de Estado en temas vitales para el país. Sánchez necesitaría, de fracasar el "Gobierno Frankenstein" que intenta armar, la abstención del PP y el voto favorable de Inés Arrimadas y Ciudadanos.
Miquel Iceta es muy consciente de que sus posibilidades a la hora de formar Gobierno en Cataluña con ERC y los comunes de Ada Colau dependen de que a nivel estatal la compleja singladura llegue a buen puerto. Con ese objetivo en mente maniobra, tira de los hilos, habla con unos y otros, media, negocia, facilita, intercede e influye. Si Frankenstein echa a andar, él pondrá el resto sobre el tapete y se dejará la piel intentando atraer a buena parte de ese largo millón de votos de “ciudadanos” huérfanos. Parece no ser demasiado consciente de que el constitucionalismo catalán le aborrece profundamente y se avergüenza del inmundo papel de mamporrero jugado a lo largo de los años por el PSC.
Pero eso a Iceta no le preocupa, porque hay mucho pez que no sabe dónde desovar en el revuelto río catalán. Y por eso duerme, sueña y cuenta naciones que contenten a todos. En ocasiones la suma le da ocho, o nueve, o incluso más naciones. Tantas naciones que un mono gibraltareño podría cruzar la Península Ibérica y alcanzar los Pirineos sin pisar España ni ver a un maldito español. Iceta sueña con naciones dentro de plurinaciones dentro de supranaciones. Como las muñecas rusas clásicas.
El pobre Iceta ignora que Cataluña es un concepto totalmente discutido y discutible --chúpate esa, chaval-- que no ha sido ni reino ni nación. Y también ignora que España no es una nación de naciones, sino, en el peor de los casos, una nación de "neciones".
Siendo él uno de sus necios más notables y ridículos.