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Ovejero: "Hay que desmontar la ficción independentista, moral y políticamente"

Ovejero: "Hay que desmontar la ficción independentista, moral y políticamente"

El profesor de la UB considera que la idea de 'un sol poble' es una superstición y que los miembros de la clerecía han tenido una gran responsabilidad en llegar a la actual situación en Cataluña

13 min

​Félix Ovejero (Barcelona, 1957) argumenta con convicción. La misma que le ha llevado desde hace años a discrepar sobre los que consideran que se debe llegar a acuerdos con el nacionalismo. Escritor, articulista y profesor titular de Economía, Ética y Ciencias Sociales en la Universidad de Barcelona, Ovejero considera que Cataluña vive una “degradación moral”, que ha asumido cuestiones que atacan la naturaleza de ciudadanía, y que se debería afrontar un cambio de paradigma, para “desmontar la ficción independentista, moral y políticamente”. Ovejero, autor de La trama estéril, La libertad inhóspita, Proceso abierto. El socialismo después del socialismo, o Contra Cromagnon. Nacionalismo, ciudadanía, democracia, considera que la universidad ha pecado de cobarde por asumir el discurso nacionalista.

--Como profesor de filosofía política, ¿cómo se interpreta lo que dice y proyecta el ya presidente de la Generalitat Quim Torra?

--En Cataluña se ha naturalizado el sinsentido moral. Lo que ha contado Torra es volver a asumir explícitamente el programa golpista, en el sentido de Kelsen: un poder del Estado que se sustrae a la Constitución y la modifica en su versión más extrema, hasta el punto de romper la unidad de decisión política. Eso es lo que se puede inferir de sus intervenciones. Que se vuelva a convertir eso en programa, sostenido en la imposible legitimidad (por principio y por procedimiento) de la consulta del 1 de octubre es muy grave. Como ha argumentado Santos Juliá, se trata de recuperar la estrategia de los pronunciamientos, como el de Primo de Rivera. Por otra parte, las informaciones que han aparecido acerca de su ideario (directamente xenófobo y de desprecio de más de la mitad de la población) resulta clarificador, muestra el núcleo imprescindible del nacionalismo. Y el hecho de que esas cosas se puedan decir con naturalidad, sin concesiones a la retórica cívica, nos dice mucho de la degradación moral de nuestra sociedad, como los homenajes a Jordi Pujol, la defensa de profesores que acosan a niños y la presencia de asesinos en TV3, recibidos con aplausos.

--Una de las confusiones desde el inicio del proceso soberanista atañe a la naturaleza de sus defensores. Se apuntó que era un movimiento de las clases medias y que era beneficioso para las clases populares. ¿Qué verdades se ocultan con esas interpretaciones?

--Se buscó, y era razonable, extender el mercado político. Para eso se levantó la retórica del España nos roba. Nada unifica más que el invento de un enemigo exterior y más en tiempo de crisis. Todo eso es mentira y se ha podido comprobar, como lo eran las promesas de que no saldríamos del euro, de que los bancos se quedarían y las grandes empresas estarían encantadas. De modo que verdades ninguna. Pero cuando las personas han embarcado su biografía cuesta apearse de los delirios que han dado sentido a tu vida. Sobre todo cuando enfrente nadie recuerda lo evidente, nadie salvo algunos héroes dispersos.

--¿Por qué apoyan las clases medias un proceso que puede resultar contraproducente para sus intereses?

--Porque el relato es un relato contrafáctico. Tu no comparas dos realidades, sino una realidad, jodida, que era la crisis, con unas promesas. Es la ventaja del amante por así decir, que no hay modo de probarlo hasta que has tomado la decisión. Y por supuesto, nadie se encargó, como le decía, de insistir en serio, en lo que se estaban jugando: el hundimiento del ahorro, los empleos y otras cuestiones. Porque el “relato” incluía una cláusula adicional: cualquier consideración critica se describía como una amenaza, como alentar el miedo. Y los que tenían que recordar esas complicaciones aceptaron ese relato: mejor no asustemos, esto es, mejor, ocultemos el drama. Un proceso de infantilización, casi de sobreprotección: evitemos a las gentes el drama de la vida.

--En La seducción de la frontera, apunta a esa responsabilidad de la izquierda en dejar al nacionalismo como intérprete del relato y dueño del campo de juego. ¿Por qué ocurrió eso, no se vio o no se quiso ver?

--Hay muchas circunstancias: debilidad ideológica, compra del relato nacionalista, asociar el nacionalismo al progresismo, composición de las élites políticas, con una fuerte presencia de un pseudomarxismo catalán (los ex Bandera Roja), aunque habría que estudiarlo bien. En todo caso, hay dos cosas importantes en esto. Primero, que se sustituyó la retórica de la igualdad por la de la diferencia, que se defendía en nombre de la identidad levantar fronteras y privilegios (esto es, lo contrario de la herencia republicana, de comunidad de ciudadanos libres e iguales comprometidos con las mismas leyes para todos). Y todo eso se agravó porque en España, y en casi todas partes, la izquierda es la que otorgó el visto bueno moral a las causas. El resultado es que las ideas más reaccionarias, las que vienen del historicismo alemán, que combatió la revolución francesa, se pasearon como progresistas. Alucinante. La izquierda se situó contra la ilustración, para decirlo, si me permites, con el título que publicaré en pocos meses.

--Usted utiliza a menudo la expresión “mercancía averiada”, ese nacionalismo que ‘compró’ la izquierda catalana y española. ¿Fue fruto de la ingenuidad, o del interés a corto plazo, o lo que ha ocurrido es que ha habido una deslealtad con la que no se contaba, y, por tanto, hay más responsabilidad en uno lado que en otro?

--He ido comentado eso, sí. Creo también que las instituciones tienen incentivos perversos, que en lugar de alentar la fraternidad entre los españoles, rentabiliza el marcar las diferencias, el cultivo de la identidad: si una barrera lingüística me asegura que los de fuera no vendrán a competir tendré incentivos para levantarla. Y los demás, por convicción o a la defensiva, harán lo propio. Además, la condición de bisagra, de masa crítica de los nacionalistas, en el Parlamento español, obliga a quien quisiera gobernar a tarifar, temeroso además de que el otro (PP o PSOE) ofrecieran algo más. Entretanto los nacionalistas iban construyendo nación, con la educación y los medios. La responsabilidad de la izquierda, si acaso, es mayor, porque ese guión choca frontalmente con su ideario. El derecho de autodeterminación, en serio, lo han defendido los mejores apologistas del capitalismo, los críticos con las tareas redistributivas del estado.

--¿Qué hay de verdad o de ilusión en el concepto de Josep Benet de “un sol poble”, que ahora entraría en crisis?

--Es una superstición. Cuando estudias en serio la realidad demográfica, cultural, social, ves que Cataluña no es esencialmente diferente del resto de España, que un barcelonés medio tiene más que ver con un madrileño que con uno de Gerona. Basta con mirar los estudios de apellidos, entre otros.

--Las encuestas del CEO y los estudios de muchos expertos señalan que la idea de la transversalidad se aleja, que la separación entre comunidades por razones de lengua y de orígenes familiares es cada vez mayor, y que se traduce de forma mimética en las opciones políticas. ¿Se había vivido un sueño, era desde el inicio un cuento, o, realmente, se ha ido produciendo esa separación en los últimos años?

--Formaba parte del proyecto nacionalista: existe una identidad colectiva, esa identidad se sostiene en la lengua, que asegura una visión del mundo y, porque somos diferentes, somos una nación, una unidad de soberanía. Cada una de esas premisas resulta conceptualmente insostenible, pero ha inspirado la política de todos estos años. En cierto momento se ha llegado al techo de extensión de ese proyecto y muchos los han comprado. Y eso es un problema, como lo sería si de pronto un millón de personas salen corriendo de Barcelona porque creen que hay una enfermedad contagiosa. Por supuesto, hay que desmentir los datos, las mentiras, pero también resolver ese otro problema. En todo caso, lo primero, moral y políticamente, es desmontar la ficción. Cataluña es una sociedad mestiza, más allá de poblaciones aisladas, fundamentalmente rurales que, como en cualquier lugar del mundo, tienen otras pautas de vida. Pero no somos tan raros.

--Usted escribe tribunas, participa en debates, vive el ambiente académico. ¿En qué medida cree que la llamada clerecy es responsable de lo que ha ocurrido en Cataluña en los últimos años?

--Las responsabilidades de la clerecy son enormes, por complicidades y por silencios. Hay sistemas de incentivos perversos: composición de clase, movilización bien coordinada, penalizaciones de los discrepantes. Y cobardía, mucha cobardía. No se puede imaginar la cantidad de colegas que te felicitan y te animan, pero luego callan sumisamente y se ponen de perfil. Por cierto, lo contrario de lo que sucedió en el PP del País Vasco, en donde sí hubo una respuesta significativa, de historiadores, constitucionalistas, etc. Aquí, enfrente sólo estaban los que iban por libre, historiadores no profesionales, abogados, que con pocos recursos hacían lo que debería haber hecho una academia seria.

--Es decir, ¿Qué papel juegan programas como Polònia, o la APM, y por qué nadie advirtió de ello en su momento?

--No veo ningún canal generalista, tampoco TVE o La Sexta. Pero, vamos, sé lo que hay. El papel es fundamental. Hay estudios: la elección de la lengua, de la ontología, de la descripción del mundo. Para eso se hizo y se ha proclamado explícitamente para levantar la inexistente nación. Y pagaban bien. Y si a eso le unes que había oferta, porque los periodistas salían de la facultad con la idea de amar antes que la verdad a la Patria, pues está todo dicho.