Vislumbrando la salida del Covid-19, el debate acerca de Barcelona ha retornado con gran intensidad. Si ya antes de la pandemia, preocupaba, y mucho, su pérdida de empuje, hoy la desorientación es aún mayor, pues la ciudad ha sufrido especialmente el coronavirus. Así, sus efectos directos y dramáticos sobre la movilidad de las personas han borrado la actividad turística o congresual.
Un pesimismo acentuado al que también contribuye el venir de un clima de extraordinaria autocomplacencia. Nada ilustra mejor aquel entonces que la consideración en 2013, del alcalde, Xavier Trias, tras perder Madrid la candidatura a albergar los Juegos Olímpicos: “En España solo Barcelona podía competir con Estambul y Tokio”. Curiosamente, en 2014 Barcelona perdía la opción de organizar el Mundial de Atletismo, al ceder frente a Doha y quedando, incluso, por detrás de Eugene.
Este activismo por resituar la ciudad parte del “dar por perdida” a Cataluña que, se considera, tardará lustros en recuperar el tono, mientras que su capital puede hacerlo de manera acelerada. Barcelona es percibida como un ente con vida propia, con capacidad para brillar por sí sola, al margen de lo que suceda en su entorno más inmediato.
Y ahí creo que reside un error de percepción. Barcelona forma parte de la dinámica política global de Cataluña y, mientras esta no se reconduzca, ambas seguirán desubicadas. Si tradicionalmente las fortunas y desventuras del país y su capital han ido de la mano, aún más en unos tiempos en que la personalidad propia de Barcelona se ha diluido en la dominante en Cataluña.
En los tiempos de Jordi Pujol al frente de la Generalitat y de Pasqual Maragall en el ayuntamiento, las diferencias entre la ciudad y el país eran más pronunciadas que hoy. Por ejemplo, eran muchos los ciudadanos que, ante la disyuntiva de considerarse españoles o catalanes, se identificaban como barceloneses. Así, con el salto a la política autonómica, el alcalde pretendía “barcelonizar” Cataluña, dejando atrás el nacionalismo tradicional propio de Convergència. Sin embargo, sus dificultades por alcanzar la Generalitat, y su dependencia de una férrea Esquerra, llevaron a “catalanizar” Barcelona.
Un proceso que ejemplifica, nuevamente, Xavier Trias, quien, al no alcanzar su reelección, dirige sus primeras palabras a Artur Mas con un “lo lamento por ti, president”. Tras la expresión, el pesar por perder la ciudad como avanzadilla del procés.
La aspiración independentista, propia de la Cataluña interior, adquirió consistencia con la incorporación de parte de la Barcelona acomodada. Fueron muchos los que, identificados con el “España nos roba”, abrazaron la propuesta rupturista. Y, también, numerosos los políticos que mudaron de partido o que, desde formaciones no independentistas, resultaron claves para el procés, como la propia alcaldesa, Ada Colau, con su emocionada acogida del referéndum del 1-O. Hoy, las diferencias entre Barcelona y el conjunto de Cataluña son, para bien o para mal, poco más que de matiz.
Barcelona recuperará su espacio en la medida en que lo haga el conjunto de Cataluña y, visto lo de estos días en el Parlamento, puede ir para largo. La esperanza, como bien señalaba recientemente Manel Manchón, puede venir de un empresariado “organizado y que tiene claro que no puede permanecer, otra vez, callado y arrinconado”. Que así sea.