
Retrato de Haruki Murakami
Haruki Murakami, la magia del jazz y la literatura
El escritor japonés reúne en una colección publicada por el sello Tusquets más de medio centenar de perfiles sobre sus músicos favoritos, escritos a partir de los simpáticos y coloristas retratos creados por el ilustrador Makoto Wada
Cuenta Haruki Murakami que a lo largo de su vida "ha habido unas cuantas novelas que han logrado abstraerme de la realidad mientras leía, y lo mismo puedo decir de unos cuantos discos de jazz. Pero si tuviera que calificar a un autor como el novelista por excelencia y a un músico como el músico de jazz por excelencia, estos serían Scott Fitzgerald y Stan Getz. Creo incluso que podríamos hallar entre ambos numerosos puntos en común. También creo que su arte adolece de algunas carencias; lo reconozco. Yo he decidido aceptarlas. Quizás esas imperfecciones sean el precio que hay que pagar por la belleza eterna que han brindado al mundo. Por eso amo profundamente y sin reservas sus imperfecciones tanto como su belleza”.
La obra del escritor japonés está repleta de referencias musicales de todo tipo y género -clásica, jazz, pop-, pero siempre ha mantenido una relación muy especial con el jazz. Las improvisaciones propias de este estilo musical han tenido una notable influencia en su forma de concebir la escritura y en la desinhibición con la que arma sus laxas estructuras narrativas. Ahora, da rienda suelta a esta pasión musical en Retratos de jazz (Tusquets), que reúne cincuenta y cinco perfiles, escritos a partir de los simpáticos y coloristas retratos dibujados por el ilustrador Makoto Wada.

Bix Beiderbecke
De modo que el punto de partida son las obras creadas por Wada para un par de exposiciones, a las que Murakami añade un texto. Que sean cincuenta y cinco los seleccionados quiere decir que han quedado fuera muchos otros. Los elegidos son mayormente clásicos y lo más moderno que encontramos son figuras históricas del free jazz como Ornette Coleman y Eric Dolphy. Entre las ausencias, llama sobre todo la atención John Coltrane, cuya música tiene un papel muy relevante en Kafka en la orilla.
Hay una escena en la que el protagonista queda atrapado en la excelsa improvisación del cuarteto del saxofonista a partir de My Favourite Things de Rodgers y Hammerstein:
“En cierto momento, Coltrane termina de tocar el saxo soprano. Ahora es el solo de McCoy Tyner lo que resuena en mis oídos. La mano izquierda marca el monótono ritmo, la derecha acumula gruesos y oscuros acordes. La melodía describe vívidamente, con todo lujo de detalles, las circunstancias del tenebroso pasado de alguien (alguien sin nombre, alguien sin rostro) que van siendo arrancadas, como si fueran vísceras, del corazón de las tinieblas, tal como ocurriría en alguna escena de algún mito. Al menos así es como suena en mis oídos. Aquella música paciente y reiterativa va haciendo, poco a poco, que la realidad se desmorone y la va reconstruyendo de forma diferente. Desprende un hipnótico olor a peligro”.

Chet Baker
Tampoco está en Retratos de jazz Keith Jarrett, demasiado moderno para entrar en la selección, y se echa en falta al virtuoso Art Tatum, que tal vez no sea objeto de la devoción de Murakami y Wada, porque su estilo lleno de ornamentos no es apto para todos los paladares. Hay otras ausencias llamativas: Earl Hines, Errol Garner, Sarah Vaughan, Coleman Hawkins, Ben Webster, Dave Brubeck, Buddy de Franco, Jimmy Scott…
En fin, cada cual tiene su lista de imprescindibles y los echa en falta. Se agradece en cambio la incorporación de figuras nada obvias como los cantantes Mel Tomé, Jackie y Roy, June Christy y Hoagy Carmichael. También están Bix Beiderbecke, Fats Waller, Louis Armstrong, Ellington, Basie, Billie Holliday, Lester Young, Thelonious Monk, Bill Evans, Ella Fitzgerald, Anita O’Day, Sonny Rollins…

Duke Ellington
En sus breves y deliciosos textos Murakami aboceta perfiles con alguna anécdota ilustrativa, explora por qué le apasiona determinado músico y en muchos casos conecta una pieza musical con su propia vida. Es precisamente en la subjetividad de sus comentarios donde aflora la riqueza de estas prosas, que no tienen, claro, ninguna pretensión enciclopédica o wikipédica. Quien quiera una aproximación ensayística al jazz tiene a su disposición los libros de Ted Gioia, el mejor experto sobre el tema en activo, con títulos como Historia del jazz, Cómo escuchar jazz, El canon del jazz o el inédito en castellano West Coast Jazz.
Empapado de subjetivismo, cuando Murakami habla de Chet Baker dice: “Su música tiene el inconfundible aroma de la juventud. Pocos músicos que han dejado huella en la escena jazzística representan como Baker el intenso soplo de la primavera de la vida. Su evocativo sonido y la calidez de su fraseo recrean nuestro paisaje interior y nos invitan a un doloroso recorrido por recuerdos que hemos dejado atrás hace tiempo”.

Stan Getz y Miles Davis
La elección de la composición favorita sobre el que desarrolla cada pequeña pieza literaria puede resultar en ocasiones sorprendente, y de nuevo ahí está la gracia. Por ejemplo, de entre toda la larguísima carrera de Miles Davis opta por hablar de Walkin’, incluida en el disco Four & More, que no figura entre sus grabaciones imprescindibles. Sin embargo, este tema está vinculado de un modo muy particular con una vivencia de Murakami, y la música también es eso: la banda sonora de nuestras vidas.
Una banda sonora que apreciamos de un modo diferente a lo largo del tiempo, tal como apunta el autor en el texto sobre Charles Mingus. No le gustó nada la primera vez que lo escuchó y “sin embargo, con el paso de los años, Pithecantropus Erectus (una de las obras maestras de Mingus) fue ganándose poco a poco un lugar en mi corazón. Lo que antes había considerado burdo y tosco, aquello que había tomado por un sinsentido, fue transformándose en algo especial”.

Gerry Mulligan
Y es que, más allá de los cánones establecidos, nuestra relación con la música -y con cualquier otra producción cultural- se va modificando conforme vamos madurando. En ocasiones el paso del tiempo nos lleva a soltar lastre y desinteresarnos por aquello que nos apasionó y en otros casos, por el contrario, redescubrimos propuestas que en su día no acabamos de entender. Es este vínculo íntimo, emocional y subjetivo que establecemos con las creaciones artísticas lo que Murakami logra atrapar en estos textos de forma prodigiosa. Y es lo que da sentido a este libro. Retratos de jazz es primo hermano de aquel recorrido personal por el pop que nos propuso Nick Hornby en el estupendo 31 canciones.
Así relata Murakami el origen de su pasión por el jazz:
“Mi primer encuentro con el jazz moderno se produjo en un concierto de Art Blakey y los Jazz Messengers en 1963. Fue en la ciudad de Kobe, yo iba a la escuela secundaria y ni siquiera sabía qué tipo de música era el jazz. Pero por alguna extraña razón sentí curiosidad y me decidí a comprar una entrada para asistir al concierto. Por aquellos años resultaba bien extraño que un músico extranjero hiciera una gira por Japón, y como además decían que se trataba de un músico muy bueno, me animé a ir a verlo. (…) Supongo que aquella noche no llegué a entender apenas nada de la música que estaba escuchando. Desde luego, era una música de una complejidad extraordinaria para alguien como yo que se limitaba a escuchar rock and roll en la radio o en discos que compraba (…) En aquel concierto sentí, sin embargo, algo especial, algo que me impresionó y me conmovió. (…) Algo sentí de manera instintiva. Desde todos los puntos de vista me encontraba ante una experiencia llena de riqueza musical y promesas, además de una profunda espiritualidad”.

Fats Waller
Después, en su juventud, al acabar la universidad, tal como relata en De qué hablo cuando hablo de escribir, abrió un bar de jazz al que llamó 'Peter Cat '(es habitual verlo referido como club de jazz, pero era algo mucho más modesto): “Abrí un bar porque no quería trabajar en una empresa. En el bar poníamos música de jazz, servíamos café, alcohol y algo de comer. Puedo decir que en aquel momento de mi vida estaba enganchado al jazz y por eso quería abrir un local donde escuchar música de la mañana a la noche”.
Esa música lo ha acompañado toda su vida y ha impregnado toda su obra. No es el único escritor con una conexión con el jazz. Podemos rastrearla también en autores afroamericanos como Langston Hughes, cuyo mejor poemario se titula, no por casualidad, Blues, y James Baldwin, que en Ve y dilo a la montaña trató de reproducir el fraseo del gospel.

Jackie y Roy
El poeta británico Philip Larkin era un gran aficionado al jazz e incluso ejerció de crítico, siempre con una visión conservadora que detestaba cualquier atisbo de vanguardismo. Por su parte, el americano Kenneth Rexroth llegó a grabar álbumes recitando sus poemas acompañado por músicos de jazz en la época gloriosa del Renacimiento de San Francisco. Rexroth fue un padre espiritual para los beats, cuya prosa y cuyos versos están impregnados de los ritmos sincopados y la improvisación del jazz. Estos rasgos también son detectables en los pastiches de novelas negras del francés Boris Vian, que además tocaba la trompeta en los clubs parisinos.
Sin duda, quien mejor ha atrapado literariamente la esencia del jazz es el británico Geoff Dyer en Pero hermoso, uno de sus más logrados experimentos entre lo narrativo y lo ensayístico, que recrea episodios de la vida varios músicos de jazz. En el ámbito hispánico, la mención ineludible es Julio Cortázar. Rayuela está escrita a ritmo de jazz y en ella aparece una y otra vez el fantasma de Lester Young, mientras que el cuento 'El perseguidor' es una de las aproximaciones más agudas a la magia y el misterio de este estilo musical.

'Retratos de jazz'
En el relato, el narrador, Bruno, es un crítico de jazz francés, admirador del saxofonista Johnny -muy libremente inspirado en Charlie Parker-, que vive sus días de decrepitud en París. En cierto momento Bruno recuerda una sesión de grabación de la que fue testigo en Estados Unidos, en la que tocaban Johnny y Miles Davis: ʻY justamente en ese momento, cuando Johnny estaba como perdido en su alegría, de golpe dejó de tocar y soltándole un puñetazo a no sé quién dijo: “Esto lo estoy tocando mañanaʽ, y los muchachos se quedaron cortados, apenas dos o tres siguieron unos compases, como un tren que tarda en frenar, y Johnny se golpeaba la frente y repetía: ʻEsto ya lo toqué mañana, es horrible, Miles, esto ya lo toqué mañanaʽ”.
Este arrebato de locura del músico, que se desespera porque percibe que lo que está tocando ya lo ha tocado en el futuro, expresa algo fundamental de la improvisación jazzística: el empeño de explorar siempre, nunca repetirse tocando el mismo tema, creando variaciones infinitas. Un principio básico del jazz que algunos han intentado trasladar a la literatura.