No hace falta que os diga que nada me gusta. En todos los ámbitos, desde el sanitario al político. Los sanitarios están en el epicentro de una pesadilla que no se veía desde hace cien años y lo que te rondaré morena. Estamos a las puertas de la Semana Santa y vemos que todos los países de nuestro entorno endurecen sus políticas de carácter restrictivo. Y es que los epidemiólogos dan por seguro que llega una cuarta ola que nos lleva a un derrumbe económico y que se manifiesta como una nueva peste negra, la que diezmó Europa en el siglo XIV. No puedo entender el miedo a vacunarse cuando todos los médicos lo aconsejan. La Unión Europea ha invertido la friolera cifra de mil millones.
En lo que respecta a la política nacional y a la internacional, tampoco me gusta nada. La única dirigente que me interesa es Angela Merkel, y me disguta tanto Pedro Sánchez como Pablo Iglesias. Pero tampoco veo nada digno de destacar en la oposición. Yo, que tengo un talante positivo, debo decir, en cambio, que tampoco me gusta esta primavera, que es triste, por el ambiente que se respira. No es una observación subjetiva, sino científica. Y es que vamos a tener que llevar el bozal durante un año y hasta dos años.
España no me gusta porque ha salido ‘al Sol’ la peor versión de sí misma. ¿Al Sol? Reina la noche larga y helada de Islandia. El calor ha desaparecido, se ha jubilado. Hace sol, sí, lo veo por la ventana de mi estudio donde todas las mañanas escribo, pero es un sol frío, de cero grados.
La política internacional está tan mal como la nacional. La Rusia impresentable del Zar ruso Putin ha acordado cortar sus relaciones con los 27 estados de la UE, pero el dictador no es un suicida y mantiene sus relaciones con todos los estados de forma unilateral. Y China hace de las suyas, y la verdad es que el mundo está rematadamente mal.
En cuanto al ámbito nacional, tenemos más sorpresas. Pablo Iglesias están en el plan de ‘No pasarán’. Isabel Díaz Ayuso está convencida de que ¡Ya hemos pasado! El cuatro de mayo lo hará, con Vox. Es una indigna dialéctica guerracivilista que a todos nos pone de los nervios. Nadie se cree al soso catedrático, el candidato Gabilondo, cuando señala que no quiere pactar con Iglesias, y que corteja a un muerto llamado Ciudadanos, que ha llegado al día de Difuntos con seis meses de adelanto.
En Cataluña, aún estamos peor, porque es una temporada no de un año, o de dos, sino de ¡diez años! En Cataluña se trata de una suma que sigue la forma de una Tormenta Perfecta. Es un callejón sin salida que no tiene como culpable a Mariano Rajoy, presente en la Audiencia Nacional por el juicio al corrupto Luis Bárcenas. Pedro Sánchez no había podido hacer frente al embate separatista, porque es imposible. Hay una retahíla de políticos en la sombra, que constata que la Ley no es papel mojado. Y tenemos una ‘Democracia imperfecta’. La perfección no existe.
El problema político con Cataluña no tiene solución, salvo que se tenga en cuenta una idea capital, y es que los independentistas vean que todos los españoles aman esa tierra. Porque es cierto lo que decía el sabio Ortega y Gasset: España es un proyecto sugestivo de vida en común.