Hace unas semanas, comentaba en esta misma columna lo importante que están resultando Ximo Puig y Juan Roig para la comunidad valenciana, el cómo de relevantes pueden resultar tan sólo dos personas para todo un país, especialmente en tiempos turbulentos.
El presidente de la Generalitat ha reconducido lo que era un genuino polvorín político, hacia la estabilidad y previsibilidad institucional y, además, en forma de un gobierno tripartito en el que nadie confiaba. Por su parte, el presidente de Mercadona ha seguido gestionando con gran éxito su compañía, y se ha multiplicado en su actividad cívica, impulsando el corredor del Mediterráneo y diversos proyectos sociales, empresariales, deportivos o educativos. Ambos han situado a la comunidad valenciana como una referencia de ambición y sensatez en esta época de desorientación generalizada.
Unos tiempos en que venimos padeciendo las consecuencias de un mundo que se hundió, a la espera de uno nuevo que ni se percibe. En la política se trataba de acabar con los procedimientos de la vieja democracia parlamentaria, para abrirse a nuevas formas de participación y gestión de lo público. También, desde la empresa, nuevas generaciones, ufanas de sus conocimientos tecnológicos y financieros, venían a superar las limitaciones del mundo industrial de ayer.
Sin embargo, el balance de las últimas décadas, en que ha prevalecido el discurso de quienes, desde la política y la empresa, anunciaban el advenimiento de un mundo nuevo, resulta desolador. Ya antes de la pandemia, el destrozo social y político era enorme, y la fractura económica entre unos y otros de una dimensión difícilmente sostenible. Esta semana, un buen amigo me enviaba una cita de Antonio Gramsci: “El viejo mundo se muere, El nuevo tarda en llegar. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”.
El caso valenciano nos señala cómo de importante resulta la política institucional y el empresariado industrial comprometido. La gestión de Ximo Puig recoge lo más propio de una manera de entender la política, desde la serenidad a la búsqueda del consenso, con una visión a largo plazo. Por su parte, Juan Roig ha incorporado toda la tecnología a una función tan tradicional como la distribución, sin abandonar su personalidad industrial y su compromiso con empleados, proveedores y sociedad en general.
Ambos representan unas maneras de hacer política y empresa que parecen condenadas a la extinción. Sin embargo, quiero creer que más bien señalan el cómo reconducir los destrozos de nuestros tiempos y acallar tanto vendedor de crecepelo.