El evidente malestar generado en un sector del PSOE (lo que podríamos llamar “la vieja guardia” aunque alguno de sus miembros siguen en activo) y en muchos de sus votantes por el pacto presupuestario con EH Bildu anunciado a bombo y platillo por Podemos tiene, a mi juicio, varias explicaciones.
La primera y más evidente es que los votos de Bildu no eran necesarios para sacar adelante los Presupuestos, lo que implica que este acuerdo no es una necesidad apremiante e ineludible (como podría serlo en otras circunstancias) sino, sencillamente, una opción. Opción además que no se justifica en la necesidad de conseguir el acuerdo presupuestario más amplio posible en una situación excepcional, teniendo en cuenta que esa posibilidad ya se había descartado por nuestros representantes políticos que no parecen tener demasiado interés en superar la dinámica de polarización y de bloques desgraciadamente instalada en la política española. Defender que se trata de sumar al consenso al mayor número de partidos políticos cuando sólo se trata de sumar a un lado del espectro político no parece demasiado convincente ni siquiera en términos de “argumentarios” para exclusivo consumo partidista.
La segunda explicación tiene un aspecto generacional que también conviene resaltar. Muchos de los dirigentes del PSOE o ex dirigentes del PSOE que se han pronunciado en contra de este acuerdo vivieron en primera fila los años en que ETA mataba a compañeros suyos o del PP y la izquierda abertzale lo alentaba o lo disculpaba. Es fácil revisar la hemeroteca para comprobar hasta qué punto era así, pero los mayores del PSOE no tienen que hacerlo: se acuerdan muy bien de lo que los dirigentes de Herri Batasuna-EHBildu y hacían y decían entonces, a diferencia de lo que sucede con los actuales dirigentes del partido.
Pero quizás hay otras explicaciones más relevantes. La que más me interesa destacar es la que se refiere a la falta de valores éticos (que son los valores que fundamentan o sostienen una democracia pluralista, conviene no olvidarlo) que puede predicarse de un partido político que no ha asumido que la violencia política como instrumento para alcanzar un fin (en este caso la independencia de Euskadi) no solo es incompatible con la democracia sino que es esencialmente incompatible con principios éticos fundamentales que rigen la convivencia de las sociedades civilizadas. No se trata de que Bildu sea un partido legal, cosa que obviamente es, como el resto de los partidos políticos de nuestro Parlamento. Tampoco de que su ideario pase por la destrucción del Estado español y “del régimen del 78” para construir algo distinto, aunque ciertamente esto le convierte en un socio no demasiado deseable ni confiable desde el punto de vista de un Gobierno estatal constitucionalista. No, el problema es otro.
Efectivamente, el problema es que Bildu no ha recorrido por ahora un camino ético que es ineludible para que pueda ser considerado un partido político más. Este camino pasa ineludiblemente por reconocer el daño causado por los asesinatos de ETA, por renunciar a homenajear a los etarras que vuelven a sus casas después de cumplir condena y, en definitiva, por asumir la realidad de que ETA destruyó la propia esencia de la democracia en el País Vasco al eliminar físicamente a muchos adversarios políticos y a muchos ciudadanos más, algunos en masacres indiscriminadas. Hay que condenar también el reinado del terror y del silencio que se impuso a la sociedad vasca durante esos terribles años. También considero que es muy poco probable que esto ocurra mientras Otegui siga al frente.
Mientras tanto, creo efectivamente que los pactos con Bildu llevan consigo la necesidad de ocultar o al menos de tergiversar la realidad de lo ocurrido durante la etapa de ETA y de atenuar la inmensa responsabilidad política (y a veces también judicial) de la izquierda abertzale. Dicho de otra forma, de blanquear una etapa de nuestra historia reciente que conviene no olvidar si queremos fortalecer y no debilitar más nuestra democracia.
Que una decisión de esta trascendencia se haya adoptado, además, sin un mínimo debate interno en los órganos de decisión del PSOE es otro síntoma muy preocupante de la degradación de nuestras instituciones y nuestra democracia representativa en la medida en que corremos el riesgo de que nuestros partidos políticos se conviertan en juguetes inertes en manos del líder de turno, cuyas decisiones no se discuten. En definitiva, al contrario de lo que nos venden los argumentarios del Gobierno, no parece que el pacto con Bildu en las circunstancias actuales sea una buena noticia ni para el PSOE, ni para el Gobierno, ni para España.