“La disponibilidad de EH Bildu para votar sí a los Presupuestos Generales del Estado es una buena noticia. Demuestra responsabilidad y compromiso para avanzar con políticas de izquierdas. El bloque de la investidura se refuerza y será de legislatura y de dirección de Estado". Este fue el llamativo tuit de celebración de Pablo Iglesias al anuncio que hizo el abertzale Arnaldo Otegi de apoyo a las cuentas para 2021. El vicepresidente segundo lleva meses trabajando para que los de EH Bildu se sumen a una operación que frustre los deseos de la Moncloa de ampliar sus apoyos más allá de los votos (y las abstenciones) que hicieron posible la investidura de Pedro Sánchez a finales de enero. El líder de Unidas Podemos no quiere bajo ningún concepto que se repita lo sucedido en primavera cuando el juego parlamentario de convalidar los sucesivos decretos del estado de alarma abrió la posibilidad de una geometría variable de apoyos. Ciudadanos acabó siendo un apoyo del Gobierno, mientras ERC osciló entre la abstención y el rechazo, añadiéndose otras fisuras en el llamado “bloque de la investidura” como fueron los desmarques de Compromís o el BNG. A finales de mayo, ante las dificultades para validar la quinta prórroga, Iglesias hizo entrar a la izquierda abertzale con un acuerdo secreto, en compañía de la portavoz socialista Adriana Lastra, para “la reforma íntegra de la reforma laboral” a cambio de su apoyo, un documento que se hizo público tras la votación y que generó una gran tormenta política. El PSOE se desdijo esa misma noche y aunque Iglesias insistió al día siguiente que lo firmado se cumpliría, tuvo que tragarse sus palabras.
Ya se vio entonces que iba a librarse una larga partida de ajedrez para obligar a Sánchez a elegir socio de cara a los Presupuestos, con Gabriel Rufián perjurando que el apoyo de ERC era incompatible con el de Ciudadanos y Unidas Podemos mostrando su incomodidad ante un escenario que difuminaba su papel de guardián de las esencias de la coalición y que agrietaba el discurso de los bloques enfrentados en el que tan cómodo se mueve. A mediados de julio, Iglesias tuvo que admitir una “derrota sin paliativos” de sus marcas electorales tanto en Galicia, donde pasó de segunda fuerza a quedarse sin representación, como en Euskadi, donde se dejó cinco escaños y pasó de tercera a cuarta posición detrás del PSE-EE. Más allá de los factores específicos de la política gallega y vasca, los primeros seis meses de coalición a los morados no les fue nada bien, con un Iglesias cuestionado como líder y enfrentándose a un serio riesgo de hundimiento electoral, según reflejaban algunas encuestas nacionales.
Esas circunstancias explican la estrategia que ha seguido Unidas Podemos desde el verano. Por un lado, levantando un encendido discurso antimonárquico, sacando partido de las escandalosas revelaciones financieras del rey emérito y de su torpe marcha de España, y con la insistencia en un “horizonte republicano” como sustituto del “proceso constituyente” que prometía años atrás para cambiarlo todo. Y, por otro, afianzando su negativa a pactar los Presupuestos con Ciudadanos tras asegurarse que ERC no iba a dejarse arrastrar esta vez por las presiones de JxCat a las puertas de las elecciones en Cataluña. Si en verano Iglesias parecía noqueado, a partir de septiembre ha ido imponiendo su estrategia de atar a Sánchez al “bloque de la investidura”, apostando por hacer descarrilar la negociación con los naranjas con cuestiones extrapresupuestarias, apretando en temas como la enmienda lingüística en la nueva ley de educación e insistiendo en acelerar la reforma de la sedición o los indultos para los presos del procés. Y, finalmente, incorporando a la izquierda abertzale no solo como apoyo puntual a unas cuentas imprescindibles para el país, sino situándola nada menos que en “la dirección del Estado”, lo cual es una provocación retórica que tiene como único propósito marcar una fisura insalvable para recrear las dos Españas. Al PP no le ha podido dar mejores argumentos.
Por tanto, el problema para el PSOE es la estrategia frentista de Iglesias, y no EH Bildu, que numéricamente es prescindible y que por ahora solo aspira a hacer la competencia al PNV en su brillante mercadeo en Madrid. El vicepresidente segundo se aprovecha de la necesidad imperativa que tiene Sánchez de aprobar los Presupuestos, sin los cuales no tendría ningún crédito en Europa, y de que no puede permitirse una ruptura a corto plazo de la coalición. Iglesias parece liderar ahora el rumbo del Gobierno, lo cual es un desastre porque quiere hacerlo transformando el “bloque de la investidura” en una trinchera cada vez más honda de la que Sánchez no pueda salir. La dinámica de vetos y polarización no es buena para el PSOE, que gana con un discurso desde la izquierda hacia el centro, como muy bien ha reflexionado el eurodiputado e histórico dirigente socialista Ramón Jáuregui. Y sí lo es en cambio para Podemos.
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