Unas de las imágenes que más me llamó la atención en Twitter cuando la “vaga de país”, el 3 de octubre de 2017, fue la de un señor con acento ruso que salió airado de su coche para encararse con los que cortaban con fuego una carretera cerca de Tarragona y les dijo: “No tenéis ni idea de lo que significa lanzagranadas contra el pueblo, hijos de puta”. Tras propinar una patada a un neumático en llamas, se subió a su vehículo para a continuación pararse frente a la cámara móvil de quien lo estaba grabando y soltarle: “No tenéis ni puta idea de lo que ha pasado en Rusia, ya pronto tendréis aquí armas, pronto, ya lo veréis...". El coche empezó a alejarse pero de nuevo se paró y mirando hacia el otro lado volvió a gritarles a los manifestantes: “Os deseo una cosa, que jamás cogeréis armas, pero os darán armas, te darán armas, te darán armas, ya lo veréis…”. Un escena inquietante en la semana más incierta del otoño del procés, a la espera de que el Parlament declarase la independencia y el Govern de Puigdemont intentase materializarla con la publicación de las decenas de decretos de desconexión preparados por los secretarios de Economía, Josep Maria Jové, y de Hacienda, Lluís Salvadó. Afortunadamente, todo acabó en una DUI de mentirijillas el 27 de octubre, como respuesta a la aplicación del artículo 155, pero sobre todo como consecuencia de la renuncia del entonces president a convocar elecciones por miedo a cargar con el estigma de la traición en beneficio de su “desleal” vicepresidente Oriol Junqueras, contra quien ha escrito dos libros de memorias.
Llevamos muchos días comentando la abigarrada investigación del juez Joaquín Aguirre sobre la financiación de Waterloo y el procés. Como explicaba Xavier Salvador este lunes, es muy posible que las acusaciones por corrupción, malversación y tráfico de influencias contra los más de 20 detenidos acaben en nada porque la trayectoria de este juez no permite pensar que la causa, a pesar de las llamativas y escandalosas conversaciones grabadas, esté bien fundamentada. Más allá de cómo acabe judicialmente el caso, lo publicado hasta ahora ha servido para poner de manifiesto el clientelismo bochornoso que existe en la administración catalana desde los tiempos de Jordi Pujol y que se ha ido renovando ahora con los patriotas del procés, como explicaba Rosa Cullell. También ayer Crónica Global publicaba que en los años álgidos del envite secesionista una tercera parte de las ayudas de la Generalitat se habían otorgado a dedo. Más de 13.600 millones concedidos sin publicidad ni concurso, de forma directa. Subvenciones que en muchos casos han alimentado la trama clientelar y, seguramente se habrán utilizado también para financiar el procés, desmintiendo así la afirmación en TV3 de Xavier Vendrell de que “aquí las cosas no las hacemos a golpe de subvención, no las hacemos con dinero público”.
Para ocultar todas esas sospechas de corrupción y tráfico de influencias, que alcanzan aspectos tan delicados ahora mismo como la gestión de la pandemia, el independentismo ha querido ridiculizar la trama rusa a partir de los famosos 10.000 soldados ofrecidos por alguien supuestamente cercano al Kremlin para apoyar la independencia de Cataluña. Aunque ese escenario en su literalidad es una fantasmada, no debería servir de coartada para que Puigdemont y Junqueras nieguen que en 2017 propiciaron la injerencia rusa. No sabemos qué habría ocurrido si el Govern, en lugar de salir corriendo tras la DUI, se hubiera empalizado en el Palau, arriando la bandera española, publicando los famosos decretos y activándose la llamada operación Castell, o sea, la defensa de la Generalitat a cargo de miles de personas. En ese escenario tipo Maidán hubiera podido pasar cualquier cosa, con el altísimo riesgo de que se desembocara un enfrentamiento civil, como los propios protagonistas del procés reconocen ahora abiertamente, sin descartar del todo la llegada de esas armas rusas con sus mercenarios y boicoteadores como ya advertía aquel ciudadano ruso el día de la “vaga de país”. Por fortuna, “no hubo cojones”, le dijo Vendrell a Terradellas, y Puigdemont prefirió huir a Bélgica.
Todo eso son conjeturas que sin exagerarlas tampoco que hay minimizarlas, aunque el independentismo fuerce ahora unas risas para esconder que en 2017 jugó peligrosamente. Lo que sí sabemos seguro es que Rusia apostó por la desinformación sobre lo que estaba sucediendo en Cataluña a través de su agencia de noticias Sputnik, el canal internacional de televisión RT y otros medios para luego ser difundida mediante las redes sociales y su ejército de bots y trolls. También sabemos que hubo la colaboración en esa campaña de actores hostiles a Occidente, como Julian Assange, Edward Snowden y de otros activistas tanto en el Reino Unido como en EEUU que estaban a favor del Brexit y de Donald Trump. Aunque el gobierno de Vladímir Putin expresó su “total apoyo a la integridad territorial de España” y afirmó que se trataba de “un asunto interno” en el que Rusia no tenía ningún interés, sus medios de comunicación jugaron otras cartas. La investigadora Mira Milosevich-Juaristi analizó en un extenso artículo en el Real Instituto Elcano (7/11/2017) los principales mensajes de los canales rusos, entre los que se daba a entender que la UE estaba dispuesta a reconocer la independencia unilateral de Cataluña, se establecían paralelismos entre el referéndum ilegal del 1-O y el de Crimea, se criticaba la hipocresía de los europeos al condenar la violencia en Ucrania por Yanukovich pero no el de la policía española, se auguraba la partición de la UE tras el Brexit y la secesión catalana o incluso el inicio de una guerra civil en Cataluña. Todo ello con el objetivo de desacreditar la democracia española y la democracia liberal, desestabilizar las instituciones europeas y sembrar la confusión.
En cuanto a la aproximación del entorno de Puigdemont a la Rusia de Putin, el periodista Marc Marginedas lo ha documentado en diversos artículos tanto en El Periódico como en Política&Prosa. Terradellas viajó tres veces a Moscú (gastos que seguramente fueron sufragados por su fundación CatMón, financiada siempre con dinero público), donde fue presentado como un “asesor” del entonces president. En las investigaciones del periodista catalán aparecen relaciones peligrosas con Serguéi Markov, exdiputado del partido de Putin, especialista en relaciones internacionales y próximo a Vladislav Surkov, consejero encargado de las relaciones del Kremlin con territorios no reconocidos internacionalmente pero con aspiraciones secesionistas (Osetia del Sur, Abjasia o Transnistria). También aparece el nombre de Vladimir V. Zhirinovsky, líder ultra del Partido Liberal Democrático, en realidad una marioneta de Putin, que podía haber mediado en algunos contactos y que después ofreció enviar sus diputados a Barcelona tras la sentencia del Tribunal Supremo en apoyo del Tsunami Democràtic. Finalmente, la presencia en Barcelona dos días antes del referéndum del 1-O de Denis Sergueyev, un alto oficial de la inteligencia militar rusa, conocida como GRU, que no vino precisamente para proteger la paz, pues su unidad está especializada en operaciones de desestabilización (en Montenegro, por ejemplo, propició un golpe de Estado para evitar que entrase en la OTAN), y en episodios de envenenamientos e intento de asesinatos.
No hay que convertir el procés en una novela de John Le Carré, pero los días 26 y 27 de octubre Terradellas se cruzó diversos Whatsapps con Puigdemont hablándole de una posible ayuda rusa con un emisario de Putin (¿Markov mediante?) y fue recibido por el expresident la tarde antes de la DUI junto a otros dos personas, cuya identidad está investigando la Guardia Civil. Hoy sabemos que Terradellas le instaba a atrincherarse en el Palau (“así tendrán que matar para entrar”, le dijo después a Vendrell en las conversaciones grabadas, pues creía que para generar un conflicto irreversible “se necesitan 100 muertos”), mientras negociaba la ayuda de ese grupo ruso seguramente mafioso pero bien conectado con el poder, que es el modus operandi hoy en la Rusia de Putin. Por otro lado, que Junqueras reniegue de Terradellas, afirmando que no era nadie, como hizo en Rac1 esta semana, haciendo guasa de esas grabaciones (“Da, da, tovarich”), responde al principio de la negación plausible. No olvidemos que el líder de ERC agradeció en público a Assange, que curiosamente acaba de solicitar la nacionalidad rusa, su implicación en defensa de la causa secesionista y del referéndum del 1-O. En definitiva, en 2017 el Govern llamó a todas las puertas para internacionalizar el conflicto y abrió la vía de la injerencia rusa, aunque afortunadamente no quiso traspasar la línea más oscura, la violencia, por la que sí apostaban los sectores más alocados. Jugó con fuego, lo que no invita precisamente a echar unas risas.