Con Podemos en el gobierno de Pedro Sánchez se demuestra que nos acabamos acostumbrando a los usos más exóticos como si fuesen usuales. Por eso, el partido de Pablo Iglesias sigue ahí: propugna las mismas directrices que defendía en la universidad, da ejemplos de deslealtad equívoca al gobierno al que pertenece y asombra día sí día no a la Europa comunitaria. Si el PSOE de Pedro Sánchez acabase por somatizar de pleno todo el dopaje de Podemos habríamos consumado la ruptura política e institucional que durante décadas la ciudadanía ha rechazado.
Están a la vista las tensiones en el seno del gobierno y las resistencias de ministerios clave a las iniciativas de Podemos, pero ciertas argumentaciones calan más allá de la lógica de lo que entendemos como gobernar. Flanqueado por el comunista Alberto Garzón, la presencia de Podemos en el Consejo de Ministros es pugnaz y sigue en la línea de las tesis del argentino Ernesto Laclau que asumieron cuando andaban agitando asambleas universitarias. Ahora están --parcialmente, gracias al marcaje de la vicepresidenta Nadia Calviño, depositaria de la ortodoxia de Bruselas-- en la elaboración de los presupuestos y de modo amplio en la expansión permanente de la ideología de género, como están en el CNI. ¿Qué información de seguridad querrán compartir los socios europeos con un gobierno en el que se acogen los logros del chavismo o las tesis de ruptura populista que proponían Laclau y su mujer Chantal Mouffe?
Antes de tener que pactar con Podemos, Pedro Sánchez se mostraba muy reacio diciendo que, de hacerlo, no podría dormir tranquilo, pero no parece desasosegado ni del todo consciente de la erosión constante que implica Podemos para un gobierno que presuntamente opera desde el centro-izquierda. Al fin y al cabo, ¿qué pasa con aquellos votantes del PSOE que aún recuerdan el felipismo y su trato flexible con la realidad? Mientras el tema sea la coleta de Pablo Iglesias o su mansión familiar no caeremos en la cuenta de que su partido está en el empeño de cambiar las hegemonías en la sociedad española, en busca de conexiones afines con todos los grupos que, aunque con los intereses más diversos, coinciden en la estrategia de ruptura. Son las “cadenas de equivalencias” que, incluso con elementos contrapuestos, han de acabar truncando hegemonías. Todo eso ya lo decía Gramsci.
Los Laclau defendían la identificación del movimiento político con un hiperliderato. Ahí está Pablo Iglesias, en una vicepresidencia del gobierno de España, pero nadie diría que Pedro Sánchez duerma mal. Embridar, dar margen, imponerse y aparentar que se cede teniendo el control: esa es la táctica del sanchismo. Las futuras consecuencias son del todo inciertas. Podemos --según la teoría de Laclau-- seguirá hurgando en las tensiones del capitalismo democrático pero no para reformarlo sino para que arraiguen más las políticas de identidad.