Con el súbito fallecimiento de Jaime Carvajal se nos ha ido una de las personas que mejor entendió el papel del burgués en el mundo abierto y complejo de nuestros días. Se nos ha ido aún joven, y con su legado a medio hacer, pero sus 56 años de vida han bastado para dejar entre quienes le conocimos el recuerdo de una personalidad atractiva, amable y comprometida.
Para entender a Jaime Carvajal uno debe aproximarse a su contexto más cercano, el de una familia que, desde su posición privilegiada y durante muchos años, puso patrimonio y dedicación al servicio de la apertura y modernización de España.
Con esos antecedentes, residió en Estados Unidos, si bien con una trayectoria singular, distinta a la de quienes acuden a una business school para, lo antes posible, recalar en un private equity. Su universo fue distinto, desde su formación como ingeniero físico en la Universidad de Princeton a su incorporación al Banco Mundial, del que llegó a ser jefe de gabinete de su presidente. Una experiencia que le dio consistencia intelectual y alimentó su sensibilidad natural por el interés general.
Tuve la oportunidad de conocerle desde que, tras su estancia norteamericana, se incorporó al Banco Sabadell hace un par de décadas. Fueron unos años fundamentales en su trayectoria vital, tanto por la manera tan intensa como vivió su estar en Barcelona, como por consolidar una experiencia en el mundo financiero que, junto a su estancia previa en Lehman Brothers en Nueva York, le facilitó el fundar y desarrollar su propio banco de inversión, Arcano.
Más recientemente, Juanjo Brugera, como presidente del Círculo de Economía, le incorporó a su junta directiva. Tres años en que la entidad supo transitar con acierto por circunstancias políticas y económicas muy complejas. Unos años de debates intensos y decisiones complejas, en que la voz sensata y atinada de Jaime Carvajal resultó fundamental.
Hombre sensible a sus tiempos, se comprometió, en diversas instituciones como Foro de Foros o Juntos Sumamos, en las grandes cuestiones de esta época de desconcierto, desde el deterioro de la política a la fractura social, con una especial preocupación por el conflicto territorial, que vivió con gran intensidad y pesar, desde su condición de madrileño arraigado en Barcelona.
Pero lo que más recuerdo, y añoraré de Jaime, es que representaba como nadie lo mejor de un mundo que se desvanece. Aquel en que las élites, desde su posición privilegiada, se comprometen en un proyecto común con el conjunto de la sociedad. Que, sin renunciar a su bienestar si bien lejos de ostentaciones innecesarias, entienden el dinero no como una finalidad, sino como un instrumento, como un medio para comprometerse en iniciativas de interés general y para actuar y opinar en libertad. La suya era una manera discreta y sincera de reconocer y acercarse al otro, por distinto que fuera.
En un mundo en que los burgueses transitan a ricos, sin interés alguno por el bien común, la ausencia de Jaime resultará más evidente y dolorosa. Un privilegio haberle conocido.