La crisis económica actual es, sin duda, la peor a la que nos hemos enfrentado desde hace mucho tiempo. No solo se va a producir una contracción del PIB sin parangón y un incremento del desempleo alarmante, sino que muchas personas se van a quedar con un futuro muy complicado. Esto no es una recesión al uso a la que seguirá un ciclo expansivo sino un auténtico colapso de la mayor parte de nuestro modelo productivo.
Aguantar una economía sobre el turismo, la restauración, la construcción de viviendas y el comercio es algo muy frágil y ahora nos lamentamos. Durante años hemos ido perdiendo capacidad productiva, hemos dejado atrás la innovación, hemos descuidado la formación y ahora tenemos los resultados. Según estadísticas de la Unión Eurpea, año tras año la gran mayoría de nuestras autonomías han ido perdiendo competitividad. Solo se ha salvado algo Madrid, por el efecto “succionador” de la capital y el País Vasco, donde la colaboración público-privada funciona razonablemente bien. El resto, cada año está un poco peor. No es una sorpresa que en el último ranking de competitividad europea, de 268 regiones europeas evaluadas, solo Madrid (puesto 98) y País Vasco (125) estén por encima de la mitad de la tabla. El resto, incluida Cataluña, otrora motor de Europa, se encuentran por debajo de la media, con algunas regiones muy cerca del final de la tabla (Cataluña es la 161 de 268). Que la capital de España esté en la posición 98 de las regiones europeas y no salten las alarmas es una vergüenza, sobre todo porque el declive de nuestro país es constante.
Antes de la, beneficiosa, implantación del euro solventábamos las crisis a golpe de devaluación, convirtiéndonos de repente en más competitivos hacia el exterior. Peor ahora la devaluación no puede ser de nuestra moneda sino de nuestras condiciones de vida, cada vez más lejos de los países ricos europeos. El PIB per cápita español o el salario medio están cada vez más lejos del alemán, francés, holandés… y lo estarán aún más después de esta crisis.
Tendemos a mirar por encima del hombro a nuestros vecinos portugueses, pero lo hicieron muchísimo mejor que nosotros en la crisis anterior pues acometieron muchas reformas estructurales y lo están haciendo infinitamente mejor ahora, con menos contagios y menos caída de la economía. No solo nos alejamos de Italia sino que Portugal puede pasarnos más pronto que tarde. Nuestra irrelevancia económica no tiene freno.
Con hoteles cerrados hasta, como poco, Semana Santa, bares y restaurantes a medio gas y la gente con poco dinero para comprar la gran pregunta es hacia dónde vamos. Las ayudas y subsidios taparán, algo, el agujero, pero son sobre todo un parche. El maná que vendrá de Europa debe utilizarse no solo para pagar los ERTE y el IMV sino, y sobre todo, para reinventar nuestro tejido productivo. Hay que innovar y hay que producir.
El mundo hace tiempo que ha dejado de creer en España, y más ahora que parecemos los tontos de la clase. Nuestras estadísticas de infecciones son las peores de Europa, pero no así la realidad. En Holanda, --nuestro azote en las negociaciones por el fondo de reconstrucción--, solo se hacen pruebas a personas con síntomas. La sociedad hace tiempo que decidió seguir hacia delante y no fustigarse. Aquí no podemos hacerlo peor, aunque los caciques locales siguen en una desesperada carrera hacia la auto destrucción. Madrid pone a todos los profesores en fila para que se contagien y aquí seguimos autorizando las performances de la ANC. Algo tenemos los españoles en nuestro ADN, al menos quienes nos malgobiernan, que nos lleva a complicarnos la vida gratis. Hemos de parar ya y comenzar a pensar en un nuevo futuro.
España podría publicitarse como un lugar maravilloso para teletrabajar, deberíamos tener muchísimos negocios entorno a nuestro bien más preciado, la energía solar, tenemos todos los números para desarrollar hubs tecnológicos e incubadoras, somos un país muy atractivo para el nuevo talento digital, la industria agroalimentaria tiene mucho recorrido,… podemos hacer muchísimas cosas de una manera diferente a como las hacemos ahora. O aprovechamos este shock mundial para cambiar o acabará siendo verdad que África comienza en los Pirineos, con el permiso de la cada vez más boyante Portugal, claro.