Como cada año por estas fechas, Puigdemont va a crear un nuevo partido, es hombre de tradiciones y no pasa verano sin que alumbre una nueva idea, y de esas tiene tan pocas que se empeña en transformarlas en partido político. La cosa no pasaría de anecdótica, puesto que los partidos que pueda crear desde la distancia un prófugo de la justicia, poco interés despiertan entre la gente de a pie. Crear partidos es gratis, y si no lo es, siempre puede encontrarse algún primo que apoquine. El problema del nuevo partido de Puigdemont, de cada nuevo partido de Puigdemont, lo tienen los miles de catalanes que se juegan el puesto, es decir, su modus vivendi.

Hay que acertar a qué número apostar, y en esta ocasión no será fácil. Aparte del nuevo partido de Puigdemont, existe toda una galaxia de convergentes, exconvergentes, postconvergentes y reconvergentes, que va a exigirles a los aspirantes a cargo, calcular muy bien sus movimientos. Un paso en falso, y adiós ingresos sin trabajar, que es la máxima aspiración de todos ellos. Paso en falso, sería, por ejemplo, entrar a formar parte del nuevo Partit Nacionalista Català y que en las elecciones triunfara el de Puigdemont, aún sin nombre (no es nada fácil hallar tan a menudo un nombre nuevo, y ya quedado dicho que no es hombre de muchas ideas). O al revés. Por no hablar de Lliures, o de Mes, o de PdeCAT, o de quien sabe cuántos otros que están pululando por el registro de partidos políticos cuando usted esté leyendo esto.

Por todo ello, me permito desde esta modesta tribuna ofrecer unos sencillos consejos que han de ayudar a quienes opten a vivir de la política, siendo consciente de que difícilmente podrían hacerlo de ninguna otra actividad, ni siquiera legal. De entrada, y como sabe cualquier asiduo de los casinos, es importante no apostar todo al mismo número. La política catalana es como una ruleta, no hay en ella nada de raciocinio, es puro azar, y como tal hay que tratarla. Claro está que no queda muy elegante afiliarse a media docena de partidos a la vez, aunque tengan la misma ideología -o sea, ninguna-, y eso por no mencionar que debe estar prohibido. Eso no debe suponer un problema si contamos con una familia suficientemente numerosa: cada cónyuge en un partido, y los hijos en el resto. Si no ha sido usted lo suficientemente previsor para engendrar por los menos cuatro hijos, puede usar para el mismo fin a los padres y suegros (sólo si viven todavía, en eso suelen ser los partidos bastante estrictos, salvo si acredita que, llegado el caso, sus muertos pagarán religiosamente la cuota y votaran en todos los comicios) e incluso -en familias muy allegadas- primos, cuñados y sobrinos. Lo que sea, para que no quede ningún flanco al descubierto. Una vez afiliados, no les va a costar mucho trabajo ir subiendo en el escalafón, téngase en cuenta que son todos partidos de nueva creación y hacen falta cuadros. Muestren poca iniciativa, nulas ganas de trabajar y seguidismo fiel al líder, y su ascenso será meteórico. Una vez situados, no hay más que esperar a las elecciones catalanas, que a lo más tardar serán el próximo otoño, y ver quienes son los familiares agraciados, ni siquiera es necesario que su partido haya sido el vencedor, con que sus resultados le aseguren manejar un poco de dinero, todo lo demás vendrá rodado.

Sólo hay un inconveniente: suele suceder que algunos ganadores, imbuidos desde el principio en su papel de auténticos convergentes, postconvergentes, preconvergentes o puigdemontianos, se niegan a repartir su parte del pastel con el resto de la familia. Todo tiene un riesgo, y la política, más.