El puente PP-Ciudadanos parece a punto de caerse, porque gobernar juntos cuatro comunidades autónomas (Madrid entre ellas) y presentarse en coalición en las elecciones vascas ya no parece suficiente. El ministro de Sanidad, Salvador Illa, además de liderar la lucha contra la pandemia, sigue siendo una pieza clave de la mesa de diálogo sobre Cataluña, de la que ya no depende exclusivamente la mayoría parlamentaria de Pedro Sánchez. El peso de la negociación con Madrid ya no lo lleva ERC, sino el PSC, aunque de forma todavía incipiente. En la cabeza de la “mesa de la infamia”, como la llama Álvarez de Toledo, se sienta Illa, con la lección dictada por Miquel Iceta; y en la otra punta de la mesa hay un silloncito vacío con la sombra de Inés Arrimadas.
ERC ha dejado de ser hegemónica, con un JxCat noqueado en el banquillo y su prehistoria convergente arruinada por la podredumbre de la fundación Catdem, según el último dictado judicial, que la declara endeudada y quebrada. Si la líder del partido naranja sigue aflojando los torniquetes que dejó Albert Rivera, Pablo Casado se verá obligado a mantener su transición al centro, que debería culminar con el pacto presupuestario de final del verano. El equipo liderado por la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, que elabora las cuentas del Estado para 2021, va metiendo con calzador los mensajes de Ciudadanos y los inputs subliminales del PP, pensando en acomodar la abstención del gran partido de la derecha.
Sobre el tablero político hay un doble gambito de Dama: la defensa Cambridge Sprins de Arrimadas que ofrecerá peones a Sánchez a cambio de que éste gobierne con mano firme la desescalada de ERC; y por su parte, el segundo gambito será la defensa Eslava de la ministra Marisu, que echará el resto por la borda a cambio de obtener la abstención del PP. Como diría el preceptor de Voltaire, “todo sucede para bien en este, el mejor de los mundos posibles, querido Cándido”. Si los cálculos funcionan, después de las vacaciones, la hebilla del cinturón del abrasivo independentismo catalán se habrá corrido un par de agujeros. Respiremos hondo para que vuelva la mirada sardónica del flaneur, ese barcelonés que implora sosiego a la salida de un restaurante del Pasaje Concepción o delante de los escaparates de Santa Eulalia; también en la cola del pan o del súper y hasta en el claustro engalanado de la Catedral, que nos pilló por sorpresa este último y deslucido Corpus.
Ciudadanos no quiere ni pensar en seguir presionando al Gobierno para que abandone la negociación con Cataluña. Desde su lado amable, Edmundo Bal la llama la “mesa de la vergüenza” y espera que algunas de sus conclusiones no pongan en peligro lo que los autoproclamados liberales consideran la igualdad entre los españoles. Si se lesionara esta igualdad, sería difícil seguir negociando, amenaza Bal; pero, de repente, se produce el cráter de la semana: sería difícil, “pero no imposible”, apostilla literalmente Álvarez de Toledo. El cielo se abre, pero no se nos cae encima, como tanto temió Asterix. Cayetana apunta al nuevo rumbo negociador a pocos días de la Cumbre decisiva en la UE, que debe aprobar un mínimo de 600.000 millones de euros en subvenciones destinados a salir del bache económico del coronavirus. Para este tramo no habrá intereses, ni hombres de negro, ni nadie nos dirá que aplazamos las deudas hipotecando el futuro de nuestros hijos. A las puertas del fin de Merkel, la canciller quiere dejar su herencia europeísta ninguneando a holandeses, austríacos, belgas y daneses, retaguardia bobalicona de todas las retaguardias.
Llegamos así a las puertas de un nuevo PP, capaz de asumir su papel como gran partido de Estado. Cayetana, a punto de desvelar con emoción su vinculación heráldica con la mítica Maja Negra --la otra de Goya-- solo se ha anticipado un pelín, haciendo caso omiso de los papelitos de Miguel Ángel Rodríguez. Este último, el gurú de la derecha hecha unos zorros, silencia cada mañana los socavones de Isabel Díaz Ayuso, que acaba de liberalizar un millón de metros cuadrados de suelo urbano; le han dicho que la política de la oferta atempera los precios.
Salvador Illa pospone hasta la segunda quincena de julio la puesta en marcha de la negociación catalana. Con una condición: que el orden del día de los encuentros no sean simples denuncias y condiciones imposible de avanzar. Se le borra literalmente la sonrisa al president Torra. En este segundo asalto no acudirán ni Sánchez ni Torra, que tienen intención de verse cada seis meses para darle vuelo presidencial a los acuerdos. No hace falta decir que los pactos entre Gobierno y Generalitat deberán presentar “seguridad jurídica”; es decir, concretarán objetivos aplicables en el marco constitucional; estarán dentro de la ley. No es que el procés este muerto, es que ahora, el día de su entierro, acabarán sepultándose también todas sus secuelas.
Los republicanos llevan mucho tiempo exigiendo a Podemos que exhiba su radicalidad para así situar a Ciudadanos fuera de cualquier pacto con Sánchez, dejando al partido de arrimadas al albur de un Congreso fragmentado y dominado por la maledicencia. La misma dirigente de Esquerra, Marta Vilalta, lo reconoce en público. Pero volver a la casilla anterior ya es imposible. Lo más tentador de la praxis es transitar del disenso al consenso, y esto es justamente lo que ocurre con el partido de Edmundo, del eurodiputado Luis Garicano o del expectante Toni Roldán. El sujeto revela su protagonismo, sobre todo cuando puede ofrecer ideas. De Ciudadanos, nos importa más quien lo hace que cómo lo hace. Y recordemos que hay tres cosas que uno debe hacer por sí solo: “elegir pareja, limpiarse las narices y decidir en política” (C. K. Chesterton).