Ramón González Férriz (Granollers, Barcelona, 1977) busca el punto medio. Trata de entender las razones de unos y otros, y emite sus juicios con extremo cuidado. Ello no impide que llegue a algunas aseveraciones claras, pese a todos los matices. Editor, periodista y traductor, acaba de publicar La trampa del optimismo: cómo los años noventa explican el mundo actual (Debate), en el que constata que hubo un tiempo, no lejano, en el que se podía lograr cualquier cosa, o se pensaba que se podía alcanzar. Y, especialmente, en España, donde confluyeron diversos factores, con un crecimiento económico y la entrada en el euro, formando parte de los países punteros de Europa.
En esta entrevista con Crónica Global, González Férriz señala que los dos principales partidos, el PSOE y el PP, cometieron errores, pero también muchos aciertos, y que la dinámica de acusaciones mutuas no lleva a ningún lado. Por ello, asegura que: “El mito de que el PSOE dilapida la gestión económica del PP es falso”.
--Pregunta: España deja de ser una sociedad austera, a partir de los noventa. Comienza un ciclo que cambiará la mentalidad de los españoles. ¿Es a partir de entonces otro país?
--Respuesta: Se produce un cambio, sí. Es la sensación de que las cosas se han hecho bien, de que, al margen de los casos de corrupción, el país ha avanzado. Hay dos hitos en esos momentos: La Exposición Universal de Sevilla, y los Juegos Olímpicos, en 1992. Sube la autoestima del país y se plasma en los discursos de Felipe González y el Rey Juan Carlos en Sevilla, con la idea de que Andalucía queda integrada en un país que ha entrado en Europa. Tras la crisis de 1993, y después de esa sensación emotiva, llega una etapa expansiva, con la inminente entrada en el euro y el flujo de dinero barato, con bajos tipos de interés, que alimentan una burbuja inmobiliaria de la que no somos conscientes todavía, pero que ocurre y acabará explotando luego. Es un cambio de mentalidad. José María Aznar habló de una segunda Transición, y, aunque no lo fue, sí que supuso un avance, con una cuestión fundamental: se cambió de gobierno y no pasó nada. Había alternancia política, y eso era característico de un país normal.
--¿Es Aznar el más optimista de todos los presidentes, siguiendo esa línea que se plasma en el libro, una especie de político que cree que España debe tener más ambición?
--Él lo dice con aquella expresión de que España ha llegado a la estación a tiempo y que sube en el vagón principal. Por fin, está en la vanguardia. Y asegura que eso lo ha realizado la derecha democrática, aunque también ayuda la izquierda. Nadie nos mira ya por encima del hombro. Aznar, además, trata de superar el marco de la Unión Europea, mirando a Latinoamérica. Es relevante, con grandes empresas que se instalan allí y que pueden servir de ejemplo para que aquellos países acometan experiencias como la española. Y se ve también con la alianza con Bush, con Estados Unidos, saltándose el eje marcado por Francia y Alemania. España es una nación normal que se quita en esos momentos los complejos anteriores. Es el mensaje que se traslada.
--En ese momento existe el convencimiento de que se avanza conjuntamente. ¿En qué momento se puede considerar que se rompe el consenso? ¿Quién lo rompe?
--Es difícil abordar esa cuestión. No podemos idealizar el pasado. La polarización y la agresividad son fuertes desde todos los ángulos, pero seguramente llega en 1993, cuando la competición es más dura, cuando el PSOE ve que perderá el poder y el PP estaba convencido de que lo iba a alcanzar. Es cuando la polarización se pone muy fea, con aquella campaña de los perros agresivos que realiza el PSOE para referirse al PP. Lo señaló Santos Juliá, al mencionar que los partidos volvían a utilizar el pasado. En la segunda parte de los noventa la crispación es enorme, con una lucha por los medios de comunicación, por Canal Plus, por Antena 3, con una guerra entre El País y El mundo. La crispación de ahora no es mayor, lo que han cambiado son los medios, y con nuevos partidos, a la izquierda del PSOE y a la derecha del PP. Pero no es extraño en las democracias. No estoy seguro de que la agresividad ahora sea más intensa que entonces.
--¿Relativiza, entonces, esa polarización?
--No digo que me preocupe. Es innecesaria esa crispación. Pero digo que las democracias son duras. Y que en los noventa ya estaba todo lo que tenemos ahora, con partidos de ultraderecha que se oponían al Tratado de Maastricht, que recelaban de Europa.
--¿Entonces, es el PSOE el que rompe aquel consenso con la campaña de 1993?
--No se trata de eso, de identificar a uno u a otro. Lo que indica aquel momento es el vigor de la democracia. Se comprobó que los dos partidos podían gobernar. Y cuando eso pasa la competición es dura. La democracia española pasó a ser una democracia competitiva. Y recordemos que el PP, en la segunda parte de su mandato, tuvo una visión del poder muy arrogante.
--¿España sufrió la política económica que sí le interesaba a Alemania para su reunificación?
--A veces nos olvidamos del orden de los acontecimientos históricos. Cae el muro de Berlín y llega la reunificación alemana, que Felipe González apoya de forma inmediata. No todos lo ven igual. Thatcher no lo apoya y dice aquello de que el Reino Unido ha ganado dos guerras para que Alemania no vuelva a hacer lo mismo. Francia tampoco muestra entusiasmo. Y se gasta mucho dinero para la reunificación. Se suben los tipos de interés para detener la inflación y eso provoca una crisis que a España le afecta de forma importante. Sin la reunificación no se podría haber llegado a Maastricht, y se produce un combate importante entre la visión moral del norte de Europa --con la cuestión de la deuda como un elemento central, como un lastre que se debe evitar-- y la visión del sur, en la que incluyo a Francia, que pide más flexibilidad. Y admito que no tengo claro qué visión es la más correcta, porque a veces me irrita que España no sea capaz de controlar mejor sus magnitudes de déficit y deuda, justo después de unos años de crecimiento, y, a la vez, entiendo que los países del norte no pueden pensar tanto en esos límites. Pero todo este debate forma parte del ADN de la Unión Europea.
--En todo caso, está claro que para España esos bajos tipos de interés actuaron como una droga para mantener el camino del endeudamiento.
--Sí, eso es así, y Alemania también lo aprovechó. Prestó dinero a países como España, que se veía como un estado fiable, sin riesgo. Lo que pasa es que España ha sido también un gran beneficiario del euro. Algo que no se puede decir de Italia, que no ha experimentado el mismo salto económico que España.
--Porque, ¿se puede entender que el país que más distorsiona la Unión Europa no es Alemania, sino Francia?
--A veces la Unión Europea intenta superar lógicas que no se pueden superar, como la de Francia y Alemania, como pueda ocurrir en España entre Cataluña y el resto de España. Es una disputa que forma parte de la Unión Europea. Pero es cierto que en España estamos acostumbrados a criticar a Alemania y vemos menos que Francia juega a todo, al gasto como algo esencial para el país, mientras pide la mayor integración para todos. Siempre ha defendido su soberanía, cuando se trata de buscar un camino de mayor supervisión fiscal. De hecho, Aznar lo señaló, al no ejercer ese seguidismo sobre Francia, aunque ahora pueda ser necesario, en un momento de grave crisis.
--¿Cree que hay una dicotomía que se debe superar entre el PSOE que no sabe gestionar la economía y el PP que se presenta como el experto?
--Es una dicotomía que no se sostiene. El PSOE ha cometido errores, y se comprobó con el gasto en la Expo 92 y la crisis de 1993. Pero Pedro Solbes puso las bases para entrar el euro y la crisis de 2008 tuvo muchos padres. Zapatero no fue el responsable de la burbuja inmobiliaria, aunque no la pinchó. Quien la impulsa es el PP. Y también es cierto que el Gobierno de Mariano Rajoy hace bien el proceso de la reforma bancaria. Pero el mito de que el PSOE dilapida la gestión económica del PP es falso. Los dos partidos han cometido errores. El monopolio sobre la gestión de la economía que difunde el PP es falso. Se ensalzó a Rodrigo Rato como un gurú, cuando fue el responsable de la burbuja inmobiliaria que después se ha pagado.
--¿La Tercera Vía fue el tonto útil de ese proceso liderado por el liberalismo, en los años noventa?
--Tengo una gran ambivalencia sobre la Tercera Vía, porque me siento próximo. Es una izquierda que defiende los mercados, que respeta a las empresas, y me suena bien. Pero el invento no resultó. Hubo arrogancia y exceso de optimismo, con herramientas que Blair o Schröder, en el Reino Unido y en Alemania, no supieron utilizar para avanzarse a la crisis que llegaba. El propio Stiglitz, que asesoró a los gobiernos de Clinton, admite que no se supieron parar los derivados financieros. Creo que se trató de una izquierda liberal que permitió que la burbuja inmobiliaria explotara.
--¿Tony Judt tenía razón, por tanto, cuando reclamaba un puñetazo en la mesa?
--Sí, estoy de acuerdo con eso. Pero nos olvidamos que acababa de caer el comunismo, que es el momento de la globalización y que hay otra izquierda que se muestra en contra, que comienza a cuestionar esa globalización. Son años duros para la izquierda y se buscan discursos desesperadamente. Esa situación incómoda la explicaba Giddens, el sociólogo de la Tercera Vía. Y creo que la izquierda, sigue, como en los noventa, en esa situación.
--Una situación que se comprueba ahora en el seno del actual Gobierno de Pedro Sánchez, entre el PSOE y Podemos
--Sí, de alguna forma sí, porque son dos tradiciones de izquierda. Tenemos, por una parte, a un ministro como Escrivá, que cree en la eficiencia de las pruebas, como se ha plasmado con el Ingreso Mínimo Vital, y tenemos a Podemos, con Pablo Iglesias, para quien la política es la agitación constante. Es la misma disputa también que se dio en los noventa: una mirada liberal, de izquierdas, que ha asumido la economía liberal y una izquierda que recela del sistema liberal y que busca alternativas. No es una amenaza comunista, pero no ha asumido esa lógica liberal. Y lo vemos ahora.
--¿Pablo Casado debe cambiar la estrategia del PP, que parece anclado, precisamente, en los noventa?
--La izquierda ha cometido errores, pero con la crisis piensa en cómo mejorar el capitalismo. Varoufakis dice que se trata de reformar el capitalismo, de hacerlo mejor. En cambio, la derecha parece mentira que siga con el mantra de bajar los impuestos. Todo irá bien si se reducen los impuestos, dice. A la derecha le falta capacidad de liderazgo y mayor capacidad imaginativa. Aznar modernizó la derecha, pero ahora no se percibe ningún cambio en una dirección similar. Y necesitamos un PP fuerte, una derecha liberal y conservadora, pero parece que no sabe hacer otra cosa que levantar la bandera y plantear una bajada de impuestos. El PP vuelve al aznarismo temprano.
--Porque, ¿la Comunidad de Madrid puede ser un modelo, como lo plantea el PP?
--Vivo en Madrid desde hace años y creo que me gobierna la CiU de los noventa, con una especie de defensa de la identidad madrileña, cuando eso nunca ha existido, y de buscar el conflicto permanente, con esa idea de eres riguroso y los otros son revolucionarios bolivarianos. Después, también hay que decir que en Madrid hay mucha gente de derechas, pero no es un reducto franquista como a veces se quiere presentar.
--¿Hay algunas lecciones que debemos aprender de todo lo sucedido en los noventa, en especial respecto a los nacionalistas y a sus pactos para asegurar la gobernabilidad?
--Lo que se comprueba es que cuando más participan en la gobernabilidad, más incómodos dicen sentirse con la Constitución. En los noventa influyen mucho, el PNV y CiU, que no culmina, como se podría haber pensado, su misión histórica, con la incorporación en un Gobierno español. Creo que es una relación irresoluble. El catalanismo está muerto, aunque haya quien lo quiera resucitar. Entiendo que el independentismo rectificará y verá que el proceso independentista no va a ninguna parte.