Tener un plan es siempre necesario, pero es un problema. Porque hay contingencias, cambios imprevistos y siempre puede suceder que todo se escape de las manos. Eso sucedió en 2017 con el referéndum del 1 de octubre, después de meses de tensión y de llevar a cabo un proyecto que buscaba, desde el primer momento, una negociación, un nuevo acuerdo con el Gobierno español que se impulsaba por diversas razones. No eran las mismas para CiU, para Artur Mas, que para Oriol Junqueras, el líder de ERC. Las dos formaciones batallaban también entre ellas para lograr la hegemonía en el campo nacionalista. Y Mas tenía, demás, otro gran objetivo: pasar página, como fuera, a los casos de corrupción de Convergència, y a los recortes sociales que había acometido para paliar la crisis iniciada en 2008 y que estalló cuando accedió a la presidencia de la Generalitat, tras las elecciones de noviembre de 2010.

Algunos gurús del nacionalismo, que ya se ganaban bien la vida formando parte de la clerecía nacionalista, como Toni Soler o Agustí Colomines, tomaron posiciones. Soler no podía entender cómo Artur Mas aceptaba los votos del PP para aprobar los primeros presupuestos, y Colomines le pedía a Mas que diera ya un salto adelante para desmarcase de la historia reciente de Convergència. Esos gurús, ahora, se dan por derrotados, se retiran del partido y cuelgan la camiseta. Tiran la toalla para que la recojan las futuras generaciones.

Es sintomático, porque los dos han representado dos mundos. El primero, como el gran suministrador del relato mediático a través del programa de humor Polònia, más ligado a ERC, porque dice que defiende una posición de izquierdas. El segundo desde sus artículos en medios de comunicación, pero también con el impulso de plataformas políticas, como Crida Nacional per la República, cercano a Carles Puigdemont, partidario de un movimiento independentista nuevo, que se aleje de los partidos.

Los dos, ahora, señalan que los últimos años no han servido de nada, aunque haya sido interesante, porque se habrá sembrado una fuerza ya distinta, autónoma, que no quiere saber nada de España. ¿Seguro? Soler, en una entrevista en Vilaweb, se da por satisfecho. “Nosotros lo intentamos. Estoy contento de haberlo intentado. Somos la generación que impulsó el procés, y ha sido algo bueno. Y más suerte para el próximo golpe. Y espero que el próximo golpe no tarde”.

Ahora, que lo que llegue ya no cuente con ellos, vienen a decir. Los gurús se retiran después de haber alentado a miles y miles de catalanes que creyeron un proyecto sin ningún tipo de estrategia ni de sentido. ¿Todos esos votantes cerrarán los ojos ante tamaña desvergüenza?

La pandemia del Covid ha resituado las prioridades. Se ha comprobado el enorme déficit de gestión en Cataluña y la falta de preparación de muchos dirigentes y responsables de la Generalitat. Ya no se trata de diferencias ideológicas ni de afinidades identitarias. El objetivo, y eso concierne en primer lugar a las fuerzas políticas independentistas, debería ser el de recuperar el amor propio y trabajar por un futuro mejor para todos los ciudadanos catalanes, sabiendo que las identidades son compartidas, que todo está relacionado, y que Cataluña deberá trabajar codo con codo con el resto de comunidades autónomas.

Podría suceder, y esa es la esperanza, que, aunque gobiernen de nuevo los partidos independentistas cuando se convoquen las elecciones, el horizonte de la independencia y los caminos unilaterales queden a un lado de forma definitiva. Ocurre en el País Vasco y, tal vez, se compruebe ahora en las elecciones vascas: partidos soberanistas, pero que estarán más concentrados que nunca en no perder posiciones en el sector industrial, que buscarán la colaboración con el Gobierno español para paliar el aumento del paro y para elaborar juntos reformas que obtengan las inversiones de la Comisión Europea.

¿Podría suceder lo mismo con ERC y Junts per Catalunya? Más allá de las siglas, de lo que nos puedan evocar, lo que viene --sus gurús ya les han abandonado--  son gobiernos más decantados a la izquierda o a la derecha que han asumido --lo irán diciendo poco a poco, como Soler y Colomines-- que todo fue un trágico error, con sus principales responsables en prisión.

Ahora, qué gran irresponsabilidad la de esos gurús, que todavía se enorgullecen de sus actuaciones pasadas. Seguirán como si nada hubiera pasado, formando parte de la clerecía nacionalista, que siempre cae de pie.