Poco dura la alegría en casa del pobre. Han pasado pocos días desde el final oficial de la hora de los aplausos a los sanitarios cuando ya tenemos la primera afrenta a un colectivo que hoy por hoy concita las alabanzas de todo el mundo, y eso sin necesidad de apañar ningún sondeo.

El acceso a la profesión médica es, sin duda, una carrera de obstáculos. Tras unas notas de corte altísimas los alumnos que cursan una carrera dos años más larga que la práctica totalidad de los grados deben pasar un examen extraordinariamente competitivo para el que se preparan al menos un año y los que aprueban tienen que decidir la que será su especialidad en un proceso complejo y que ahora lo va a ser aún más de perpetrarse lo que se propone. Luego vendrán cinco años de residencia mal pagada y tras ella ponerse a la búsqueda de una plaza, lo que hace que con suerte los médicos se puedan emancipar económicamente entorno a los 30 años, edad en la que la mayoría de licenciados de otras especialidades ya han podido hacerse un hueco en el mundo laboral acumulando hasta 8 años de experiencia. No es de extrañar que cada año más de 3.500 profesionales emigren buscando mejor suerte, lo que es una pena a nivel personal y un despilfarro a nivel colectivo pues formamos, muy bien, profesionales que no somos capaces de emplear dignamente mientras importamos médicos de otros países en igual o mayor número para cubrir las carencias debidas a una maravillosa planificación. Solo la misma vocación que les ha llevado a exponerse al virus (más de 50.000 sanitarios contagiados, una de cada tres mujeres contagiada es sanitaria), también se supone que les ayuda en esta carrera de obstáculos.

Las administraciones, todas, son en general bien intencionadas, no creo en las conspiraciones. Pero de vez en cuando aparecen “genios” que lían todo. Del autor de normas tan increibles como que una familia confinada durante semanas no podía compartir coche o establecer cuarentenas internacionales a deshora y contracorriente llega ahora un proceso que no solo puede dar al traste con las vocaciones de muchos estudiantes, sino que, además, puede dejar vacantes un buen número de plazas. Hay quien, sin duda, se cree ganar el sueldo complicando innecesariamente la vida a los demás.

De los aproximadamente 16.000 licenciados presentados, aprobaron unos 12.100 que se repartirán las poco más de 7.500 plazas.  Como cada año algunos de los aprobados preferirán probar suerte presentándose a un nuevo examen al año que viene porque quien quiera ser oftalmólogo probablemente no le convenza ser proctólogo o alergólogo, por citar tres especialidades cualesquiera, como tampoco lo es pasar cinco años de formación en un hospital en A Coruña, Barcelona o Cádiz. La media de edad de los presentados supera los 28 años, síntoma de la dificultad de una oposición que marca su destino profesional a quien ha concluido el grado de medicina a los 24.

El proceso de selección de plaza hasta ahora era muy simple por rudimentario, cada candidato se plantaba por orden de nota en el Ministerio de Sanidad delante de unos señores que tenían acceso a todas las plazas y en función de las que quedasen por asignar el candidato podía elegir la que más le convenía tanto en especialidad como en destino. Quien había sacado la mejor nota elegía la especialidad y la plaza que más le gustaba, algo que se iba complicando según avanzaba el orden de lista, implicando cada vez más renuncias al ir reduciéndose el número de opciones. Sencillo y transparente pues cada candidato sabía lo que había y a lo que renunciaba.

Como la alerta sanitaria complica todo, dicen que viajar en julio a Madrid será difícil, cosa que no debería ser así porque ya no nos quedarán más alarmas ni fases de desescalada. Y también se argumenta que habrá aglomeraciones, pero todo depende de cómo se organice. No sería tan complicado alquilar un teatro o un polideportivo para espaciar a los alumnos, o hacer los trámites en las subdelegaciones del gobierno de cada provincia o, simplemente, facilitar la elección por videoconferencia. Pero no, algún sabio ha decidido que hay que enviar una lista de opciones 12 horas antes de la elección de cada candidato lo que hará que los alumnos elijan casi al tuntún, especialmente los que tengan la mala suerte de tener asignada su plaza a última hora del día, momento en el que la información de hace 12 horas será obsoleta. La asignación será un misterio, es decir mucho menos transparente, y además como no se podrá renunciar a la plaza asignada hasta el final es probable que se dejen plazas sin cubrir y, a la vez, candidatos sin plaza. Hacerlo más complicado y peor es difícil.

De lo poco bueno de este estado de excepción disfrazado de alarma es que se ha rectificado muchas veces. El Ministerio de Sanidad está a tiempo de hacerlo antes de enfrentarse, tontamente, con uno de los colectivos que más soporte tiene ahora en nuestro país. Motivos para la controversia más profundos y menos sencillos de resolver con los gremios sanitarios hay a mansalva, especialmente con las comunidades autónomas cuando lleguen con los recortes y las promesas incumplidas, por lo que no tiene mucho sentido desgastarse con algo de muy sencilla solución. Como solo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena, hay que resolver los asuntos pendientes con la profesión médica antes que volvamos a necesitar aplaudirles.

Si dentro de unos años un oftalmólogo nos pide que nos desnudemos cuando vayamos a revisar la vista puede que estemos enfrente de un proctólogo de vocación que haya sufrido el mecanismo de asignación con el que amenaza el Ministerio de Sanidad.