¿Qué ocurriría hoy si no saliera adelante la prórroga del estado de alarma que propone el Gobierno? Sería el fin del mando único; la responsabilidad de frenar el Covid-19, el confinamiento y los límites a la actividad económica pasarían a depender de las comunidades autónomas. Après nous, le déluge, esta vez sí ¿Se imaginan a Torra gestionando la pandemia? Un Govern que prevarica a diario, que hace ideología en vez de gestionar el espacio público, se pondría al mando de la lucha contra la pandemia. Buch tomaría la calle y Oriol Mitjà pasaría a coordinar la cúpula de Salut; y lo más deseado, el mismo epidemiólogo atendería el turno de preguntas diario, al estilo de Fernando Simón, ¡por fin, el ascenso tan esperado!
Hemos vuelto a las andadas. No hacen falta más pruebas para condenar al nacional-populismo insolidario. Nunca podremos contar con ERC y PNV, igual que no podremos contar con Alemania, que ha recurrido al Tribunal Constitucional Federal de Karlsruhe para evitar la compra de nuestra deuda por parte del BCE, como ya ocurrió en la crisis financiera estallada en 2008. El oscuro pasadizo vasco-catalán trata de apoderarse de un mando que requiere mirada de Estado, poniéndose al lado del PP y de Vox, la derecha reptiliana. Y en el entorno europeo, otro nacionalismo, históricamente feo, feo, como es el alemán, trata de frenar la recuperación de la zona euro de una forma mancomunada, la única posible para salir del enorme socavón del Covid. ¿Se agota el tiempo? No; más bien se agota el mercado, que ha pasado de la expansión a la morbidez. La ciencia lúgubre siempre está ahí; no es viable una política fiscal en el continente neoliberal de Mark Rutte --Países Bajos-- y de Merkel, dominada una vez más por la vieja doctrina del Bundesbank.
El incremento de nuestra deuda hasta el 115% del PIB, contemplado en el plan contable enviado a Bruselas, solo será posible con un apalancamiento que nos condena. Contábamos con que nuestra renta fija, si no nos la compran los bancos y fondos de inversión, se la quede el BCE --el famoso bazuka de la elegante Christine Lagarde--. Pero los empresarios alemanes se interponen al elevar una denuncia ganadora a su Tribunal Constitucional de Karlsruhe, que obligará al BCE a pedir permiso al Bundestag para comprar deuda de países miembros. Repugnante. Berlín podrá ir a las reuniones del Consejo Europeo con una carta bajo el brazo; si lo que ve no le gusta, dirá que el Constitucioal alemán no admite más compras de deuda de los países debilitados por el Covid. Es un regreso al cínico egoísmo, que acabaría produciendo una salida de la crisis con un aumento descomunal de las desigualdades y con 100 millones de europeos condenados a la pobreza. Una nueva carga de profundidad contra los Tratados de la Unión; el nuevo cerco sobre Weimar, el fin de la armonía.
Antes de llegar al caos del que habla Salvador Illa, si no hay prorroga de la alarma, se verá si Casado ha olido la sangre. El líder de la oposición y Sánchez tienen previsto para mañana jueves en el Congreso crear la llamada Comisión no permanente para la Reconstrucción Económica y Social. El objetivo de esta nueva instancia consiste en explorar pactos entre formaciones que permitan aprobar medidas urgentes frente a las consecuencias de Covid. Es la única pista que tenemos para pensar que Gobierno y PP pueden llegar a algo más que a pelearse, como en un patio de colegio, frente a una sociedad que está atravesando uno de los peores momentos de su historia.
Los nacionalistas nos quieren pobres. El PNV obedece a la voz del jefe del Euskadi Buru Batzar, Andoni Ortuzar, para que el moderado Aitor Esteban le diga no al estado de alarma; y esta misma mañana veremos a ERC alineado por boca de Gabriel Rufián, larga mano de Junqueras, prisionero de Zenda. Ambos partidos tratan de meter palos en las ruedas de nuestra recuperación, porque cuanto menos España, más Euskadi y más Cataluña; esta pobre gente de la Ínsula Barataria, gobernada por Sancho, dejará para siempre su rastro de infausta memoria. Y no es culpa solo de la oposición, porque a Pedro Sánchez le sobra voz de mando y la faltan kilos de empatía. Tan cierto como que la pandemia acabará algún día, gracias a la insólita inmunidad de rebaño.
Rufián argumentará hoy en el pleno que sus peticiones para recuperar las competencias en la fase de desconfinamiento no han sido atendidas. A los indepes les ha fastidiado la desescalada por provincias y regiones --toque malévolo de Marlaska--. Hoy vuelven al hemiciclo con la voz y el gesto teatral del estilete republicano, para negarle la solidaridad al resto de España. A Rufián solo le falta el bocata de tortilla y el “¡vengo exhausto!” de aquel líder radical sepultado por el tiempo; hoy, entrará en el Congreso travestido de malote, con su habitual atrezzo de chulo de barrio; pernera prieta de los jeans y americana demasiado talludita para tanta mole. Quizá rompa corazones en La Latina, pero a muchos nos pone de los nervios por más que se recueste en la fuente del jardín del príncipe de Anglona, abierto al público, donde dicen que Rubén recitó alguna vez sus Prosas profanas.
A la hora de la verdad, el nacionalismo exhibe un monoteísmo herético. Elude su responsabilidad en un momento de hundimiento del que saldremos más pobres y más enfermos. Su conducta, sea con vestimenta PNV, republicana o alemana, esconde una profunda insolidaridad. Es un delito moral que, en el caso de PNV y ERC, acabará siendo constitucional.