El estado de alarma y el confinamiento obligado por el coronavirus ha supuesto para la inmensa mayoría de la población un frenazo en seco a su dinámica diaria. El miedo y la gravedad de la pandemia inevitablemente nos lleva a reflexionar sobre la vulnerabilidad de nuestra sociedad y de cada uno de nosotros. Y en esa íntima reflexión introspectiva sobre la propia debilidad del ser humano te acabas preguntando qué es importante en la vida y qué es accesorio. Por pura supervivencia parece que estamos programados para olvidarnos que somos finitos, que tenemos que morir y olvidamos nuestra dependencia de la casualidad. A mi entender, esta crisis es una verdadera cura de humildad a las sociedades occidentales de consumo, hipocresía, posición social y titulitis muchas veces banal.
El día a día de los países desarrollados te incita a pensar erróneamente que el ser humano puede con todo. Avanzamos en la vida con la mirada puesta en esto o en aquello, siempre preocupados por algo dentro o fuera de nosotros. Estas ocupaciones impiden que la consciencia se haga más profunda, bloquean el camino hacia la apertura de ese horizonte en el que aparece esa vulnerabilidad que nos aterra y en donde nos cuestiona el propio ser. Nos tiene entretenidos lejos de la introspección, dentro de la vorágine del aparentar un “triunfo social” basado en nimiedades. Quizás ha llegado el momento de reinventarnos, encontrar el punto medio de las cosas, buscar otras fórmulas de relacionarnos y sacarle más jugo a esta (ahora más que nunca) efímera vida.
En los países desarrollados, al tener garantizado lo fundamental, nos hemos inventado artificiosamente muchos problemas personales, sociales y políticos. ¿Aprenderemos tras esta verdadera emergencia amenaza global a darle otro sentido a nuestras vidas? ¿Nos volveremos a centrar en “los básicos” o seguiremos dándole vuelta a problemas de poca monta? ¿Sabremos poner en valor todo aquello que tenemos y que no valoramos? ¿Nos ayudará a deducir que una vida nihilista, vacía de referencias morales, a la larga nos producirá mucha infelicidad colectiva? ¿Nos invitará a que seamos más solidarios con aquellos que peor lo están pasando aquí y en el resto del mundo? ¿Seremos más agradecidos con todas esas personas (casi siempre socialmente invisibles) que durante estos días se juegan literalmente su salud por proteger la nuestra? ¿Vamos a darle a los ancianos el respeto y el cariño que merecen?
No nos engañemos, los españoles sufriremos durante algunos meses angustia, impotencia, inseguridad y carencias. Los devastadores efectos sociales y económicos del maldito virus nos meten de lleno en el terreno personal de la vulnerabilidad, fragilidad y precariedad social. Vamos a tener muchas oportunidades de ayudar a construir una sociedad más equilibrada. La solidaridad es el mejor antídoto que nos queda para afrontar estas duras semanas que nos quedan por delante.